Owen permanece en silencio durante las otras clases. Y una pequeña parte de mí quiere escuchar su voz diciendo cosas que yo querría creerle. Pero sé que debo odiarlo, alejarlo de mis sentimientos.
Él no me parece normal, es como si un aura supernatural lo rodeara, provocando que pasen cosas extrañas a su alrededor... O provocándolas él mismo, ¿quién sabe? Lo más probable es que sí sea él. Hasta me llegué a preguntar cosas como: «¿Y si no es humano?», ¡qué locura! Aunque una combinación como la de Owen: extremadamente sexy, arrogante, misterioso y peligroso, simplemente no parece de este mundo.
Estoy segura que aquella vez habló a mi mente, durante la carrera... Tan claro fue que lo escuché, que en este momento no lo dudaría. También es extraño que aparezca siempre por donde estoy, o que alguien me intente advertir sobre él.
¿Y si es un mafioso o un pandillero? No, no lo veo a Owen como uno.
Ahora sí que me siento como una de esas protagonistas de los libros que leo. Y está mal, porque no estoy en un libro: esta es la vida real. No sea que me convierta en una especie de versión femenina de Alonso Quijano en la época contemporánea.
Necesito respuestas. Pero también necesito recuperar mi orgullo. Así que opto por simplemente no preguntarle nada.
Y no solo eso: espero que Celina esté bien, porque si Owen no hizo nada en su mente, entonces está enojada conmigo.
―Cariño, ¿no quieres comer? ―mi madre pregunta preocupada en la cena―. ¿Qué sucede?
―Nada. No tengo hambre, mamá.
―¿Es por un chico? ¿O te peleaste con una amiga?
―No.
―¿Segura, hija? ―la mirada de papá está sobre mí.
―Absolutamente.
—La otra vez vi un poema de amor en su libreta —comenta mi hermanito.
Mis padres me miran acusándome, y Matt luce satisfecho. Qué mal hermano.
―¿Un chico? —alza las cejas mi madre—. ¿De dónde?
―Según creo es del club ―Matt habla fingiendo inocencia, recordaré matarlo—. Por la cara que tenía cuando llegó de allí el sábado, y además antes de eso no tenía su poema escrito.
—¡¿Desde cuándo revisas mis cosas, pequeño enano?! —le grito, sintiendo la sangre helarse dentro de mí.
―¿Emma? ―Pregunta papá.
―¡Oh, Dios mío! ―Exclamo. ―¡No todo lo que escriba tiene que ser sobre algo que me haya pasado!
—Emma —dice mama—, yo te conozco, cielo. Ahora cuéntanos, ¿o es que estás ocultándonos algo? —Parece divertida ante la situación. Qué horror. ―¿Por él estás mal? ¿Qué pasó? ―mamá parece interesada, y papá no deja de mandarme rayos láser invisibles con la mirada. ―¿Cómo se llama?
―No estoy mal por nadie, mamá. Estoy sin apetito, eso es todo.
Mi voz se oye firme y convencida. Ojalá estuviese así en mi interior.
―¿No comerás, cierto?
―Me voy a dormir, mamá.
Me despido de los dos con un beso en la mejilla, y a mi hermano con un tirón de pelo. Enano maldito.
Solo quiero estar sola, tirarme dentro en las sábanas y dormir. No porque tenga sueño, sino porque no quiero pensar más.
¿Qué quiere él de mí? El miedo es inevitable, pero la atracción es de igual fuerza.
Mi cuarto está algo revuelto, pero no importa. Mi cama se siente fría cuando me muevo bajo las sábanas. Liviana mi mente, pero solo por un pequeño instante. Nada puede realmente eliminar las cosas que revolotean en ella, y las preguntas que se generan.
Las situaciones mundanas parecen lejanas. No me importa demasiado qué comenten Carla o los demás, porque siento que eso ni siquiera es un problema. Hay mayores que aun no entiendo, pero los siento venir.
Tengo que dormirme. Cierro los ojos lentamente.
Mi cabeza va a estallar.