La tormenta nos azotaba fuertemente, nuestro pequeño barco pesquero parecía que no resistiría por mucho tiempo. Llevaba 5 años trabajando en esto, pero esa fue la primera vez que de verdad temí por mi vida.
—¡VEO UNA LUZ! —Gritó Elías desde la proa.
—¡NO!¡NO VAYAS A LA LUZ! —Le contestó Germán que estaba a su lado. Sus voces apenas si se oían entre la feroz tormenta.
—¡IDIOTA! ¡CREO QUE ES UN FARO!
Dicho esto, mi papá, que conducía la embarcación, giró el timón y nos puso en rumbo a la luz del lejano faro.
Llegamos al pequeño islote y rápidamente se bajó el ancla. Fuimos corriendo al faro, el terreno era irregular y había muchos montones de tierra apilados, casi me tropiezo en varios de ellos. Nos encontramos una casa a un lado del faro. Mi padre se adelantó y tocó la puerta, pero al hacerlo ésta se abrió y decidimos entrar para resguardarnos. La casa estaba a oscuras, así que busqué rápidamente un interruptor y encendí la luz.
—¡Hola! —Saludó mi padre en voz alta— ¿Hay alguien aquí?
Durante unos minutos no pasó nada, pero después de que siguiéramos haciendo ruido, unos pasos bajaron por las escaleras de madera. Cuando pude ver a la mujer me quedé horrorizada, no parecía ser mucho mayor que yo, le calculo tal vez entre unos 30 y 35 años, pero su apariencia era horripilante. Parecía que todo su cuerpo estuviera hinchado, no estaba gorda, su cuerpo parecía un globo de piel y carne. Su piel era de un azul muy pálido y sus ojos eran grandes y gelatinosos, uno de ellos era totalmente blanco.
Un detalle que al inicio me pareció pequeño, pero que luego no pude quitarme de la cabeza, fue que la señora tenía un collar con una piedra azul que estaba tallada torpemente para darle la forma de un corazón.
—Oh, buenas noches, señora —Le habló mi papá con calma—, disculpe las molestias, mi familia y yo somos pescadores y nos agarró la tormenta. Vimos la luz del faro y por eso vinimos.
La mujer se quedó un momento en silencio mirando a la nada.
—Ya comprendo —dijo ella, su voz sonaba ronca y grave, como si tuviera algo atorado en la garganta— Sean bienvenidos a pasar la noche aquí. No son los primeros navegantes que hemos recibido.
La señora fue muy amable con nosotros, nos acomodó un lugar en su sala, nos prestó cobijas y nos invitó unas galletas y un poco de chocolate caliente, pero algo en ella me tenía perturbada. Ella era un poco torpe, algo distante, es como si una parte de ella no estuviera en este mundo. Es una sensación que no puedo explicar, pero es como si estuviera un poco muerta.
Al cabo de una hora la puerta principal se abrió y de ella entró un hombre muy mayor, no debía tener menos de 60 años. Estaba empapado y se veía cansado.
—Oh, tenemos visitas, muy buenas noches —nos saludó al vernos— Los agarró la tormenta ahí fuera, ¿verdad?
—Así es señor, discúlpenos —dijo Elías con tranquilidad.
—No se preocupen, esto es perfecto.
El hombre colgó su impermeable en el perchero de la entrada y luego se dirigió al comedor a escasos metros de nosotros. Dejó un pequeño morral sobre la mesa que hizo un ruido como de varios guijarros chocando y se sentó.
—Veo que ya conocieron a Marian.
—Sí, es muy agradable su... —empecé a decir, quería decir su "hija".
—Mi esposa —me interrumpió abruptamente—. Es muy linda ¿No cree usted señorita?
—Oh, sí claro.
—Me llamo Randy por cierto, soy el cuidador de este faro.
—Mucho gusto —le respondió mi padre— Yo soy Carlos y estos son mis 3 hijos: Elías, Germán y Sam.
—Encantado.
A todo esto, no me había fijado que la señora (Marian) estaba de pie en un rincón oscuro con la mirada perdida.
—Deben de sentirse solos en este islote, ¿no? —dijo Germán con auténtica curiosidad. Eso se mereció una mirada enojada de mi papá.
—Oh, al contrario, joven, a Marian y a mí nos gusta nuestra privacidad —sonreía abiertamente.
—Pero y ¿no tienen hijos?, o ¿Alguien que los visite de vez en cuando?
—Me temo que no, nos alejamos de la familia hace muchos años y nunca tuvimos hijos, pero estamos bien con eso. Además, no podemos irnos. Esta isla tiene algo muy valioso para nosotros.
—¿Qué cosa? —a Elías le había despertado la curiosidad.
—Les mostraré.
Randy abrió su morralito y de ella sacó 4 piedras que parecían cuarzos de distintos colores. Al instante me di cuenta de que era el mismo tipo de piedra que el collar de la mujer.
—Esta es la razón por la que estamos aquí mi esposa y yo.
—Wow ¿Son costosos? —dijo Germán y Elías le dio un codazo.
—Jeje, son muy valiosos, joven, pero su valor me temo que no es de dinero. Estos cuarzos son muy, pero que muy especiales.
—¿Por qué? —le pregunté, ahora yo también estaba intrigada.
—Estos cristales son como una especie de caja, jovencita. Las leyendas dicen que son capaces de atrapar el alma de las personas en su interior.
Nos quedamos viendo los cuarzos en silencio por unos instantes. Eran muy bellos, de verdad que había algo en ellos que se sentía atrapante.
—Tomen uno, adelante.
—O nonono, no podríamos si son tan valiosos para usted —le respondió mi padre con sinceridad.
—Vamos, no hay problema, tómenlo como una muestra de aprecio.
Dicho esto, decidimos hacerle caso y cada quien tomó un cuarzo, el mío era de un color amarillo muy intenso.
—Bien, creo que ahora es momento —dijo Randy y luego se levantó de su silla y se dirigió a su impermeable colgado.
Del impermeable Randy sacó un revolver. Me quedé fría al verlo, nunca antes había visto un arma de verdad y menos tan de cerca. Le apuntó directamente a mi padre con ella, el lugar estaba en total silencio, un silencio siniestro.
—De verdad lo siento —dijo con tranquilidad—. Hace mucho tiempo que no recibíamos visitas y mi esposa se está yendo de nuevo, por eso los necesito. Normalmente yo no haría esto, pero desde que Marian murió mi mundo entero dejo de tener significado.