Corazón de diamante

Capitulo: el peso de la traición

El eco de la traición aún retumbaba en el pecho de Alis. Apenas podía respirar. La cámara del Corazón de Diamante, ahora vacía, parecía más fría y oscura que nunca. Silfret estaba a su lado, inquieto, con la mirada fija en el suelo. Ninguno de los dos se atrevía a hablar.

De pronto, la puerta se abrió de golpe. La Reina Lía entró, su rostro pálido y tenso, como si una sombra se hubiera posado sobre ella. Había sentido en su interior que algo terrible ocurría, un presentimiento que la había arrastrado hasta allí casi sin pensar.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó, su voz temblando entre la autoridad y el miedo.

Alis no pudo alzar la mirada. Sentía el peso de la culpa, aunque no fuera suya. Sabía que la Reina lo notaría, que leería en su postura la verdad de lo ocurrido. Silfret, viendo el sufrimiento de su amiga, decidió ser el primero en hablar.

—Majestad… —comenzó, tragando saliva—. El Corazón… ha desaparecido. No fue Alis. Fueron los forasteros, los humanos que aparecieron en nuestro mundo. Nos engañaron.

La Reina quedó en shock. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Sus ojos buscaron a su hija, buscando una explicación, una negación, cualquier cosa. Pero Alis solo pudo negar suavemente con la cabeza, incapaz de articular palabra.

Detrás de la Reina, los consejeros comenzaron a llegar, alertados por el revuelo. Al ver la escena —la cámara vacía, la princesa cabizbaja, Silfret nervioso—, el pánico se apoderó de ellos.

—¡No puede ser! —exclamó la Consejera de Visión, llevándose las manos a la boca—. ¿Cómo han entrado esos seres aquí? ¡Nadie nos notificó de su presencia!

—¡Esto es una catástrofe! —gritó el Consejero Mayor, mirando a la Reina con reproche—. ¡El Domo está indefenso, y ahora… ahora los humanos tienen el Corazón!

El murmullo se transformó en gritos de alarma. Algunos consejeros se acercaron a Alis, señalándola con el dedo, acusándola de imprudente, de ingenua, de haber traído el desastre al reino.

—¡Esto es culpa tuya! —vociferó uno de los guardianes—. ¡Por tu curiosidad, por tu desobediencia!

La Reina alzó la mano, exigiendo silencio, pero la tensión era insoportable. El miedo se mezclaba con el enojo y la desconfianza.

Alis, sintiendo que todo el reino se volvía contra ella, finalmente alzó la mirada, con los ojos llenos de lágrimas pero la voz firme:

—No quería que nada de esto sucediera. Yo… solo quise ayudar a quienes creí que estaban en peligro. No sabía que me traicionarían.

Silfret se adelantó, interponiéndose entre Alis y los consejeros.

—Ella no tiene la culpa. Si alguien debe ser juzgado, que sea yo. Fui yo quien no la detuvo, quien creyó en la bondad de los forasteros.

Un silencio pesado cayó sobre la sala. La Reina, luchando contra el dolor y la rabia, se acercó a su hija y la abrazó, protegiéndola del tumulto.

—Ya basta —dijo la Reina, su voz ahora firme y poderosa—. No resolveremos nada con acusaciones. El Corazón de Diamante debe ser recuperado, y debemos actuar con sabiduría.

Los consejeros, aún alterados, se apartaron para deliberar. Algunos proponían sellar el palacio, otros sugerían buscar a los forasteros con todo el poder militar y mágico del reino. Pero la Reina sabía que nada de eso devolvería el Corazón ni restauraría la confianza en su hija.

En medio del caos, Alis se separó del abrazo de su madre y habló, su voz clara y decidida:

—Iré yo misma a recuperar el Corazón. Si el reino no confía en mí, lo haré sola. Es mi deber corregir mi error, aunque me cueste todo lo que soy.

Un murmullo de sorpresa recorrió la sala. Nadie esperaba tal determinación de la princesa. La Reina quiso detenerla, pero vio en los ojos de su hija una convicción inquebrantable.

—No dejaré que vayas sola —dijo Silfret, poniéndose a su lado—. Si hay un portal, lo cruzaré contigo.

— No Silfret, es peligroso, no quiero que te involucres, es mi error y yo lo solucionaré, y lo siento por ser duro contigo todos esos días, tu tenías razón

Los consejeros, aún temerosos, sabían que necesitaban una solución. Los magos de visión y fuerza se reunieron, formando un círculo alrededor del pedestal vacío. Unieron sus manos, recitaron antiguos conjuros, y la energía mágica comenzó a fluir, formando un portal inestable, chisporroteante, que parecía abrirse hacia un mundo desconocido.

El miedo era palpable; nadie quería ser el primero en cruzar. El portal zumbaba, lanzando destellos de luz azulada y ráfagas de viento helado.

Alis miró a su madre una última vez. La Reina, con lágrimas en los ojos, asintió en silencio, dándole su bendición.

—Confío en ti, hija mía. Que el Corazón de Diamante te guíe.

Así cruzando el portal, cuando lo hizo Silfret quizo lanzarse pero el portal se cerró rápido.

¡Perfecto! Aquí tienes la continuación de la historia, centrada en Dan y Carolina tras cruzar el portal de regreso a su mundo, con el Corazón de Diamante en su poder y las consecuencias inmediatas de sus actos. He incluido los matices emocionales de Dan, el egoísmo de Carolina y el impacto del regreso, así como el detalle de la diferencia temporal y la mentira a sus padres. Puedes expandir cada escena según lo necesites.

_______El regreso de Dan y Carolina________

El vórtice de luz los escupió de vuelta al bosque donde todo había comenzado. El aire olía a tierra húmeda y hojas viejas; el sol se filtraba entre las ramas, devolviéndoles una sensación de realidad que, por un momento, parecía ajena. Carolina cayó de rodillas, riendo y jadeando de felicidad. Dan, en cambio, se quedó de pie, mirando a su alrededor con una mezcla de alivio y remordimiento.

—¡Lo logramos, Dan! —exclamó Carolina, abrazando el pequeño cofre donde guardaba el Corazón de Diamante—. ¡Ahora sí, todo será diferente!

Dan la miró, el peso de la traición y la culpa apretándole el pecho. Al principio, había sentido la euforia del escape, la emoción de lo prohibido. Pero ahora, en la quietud del bosque, la realidad se imponía con fuerza. Sabía que lo que habían hecho no era solo una travesura: habían robado algo sagrado, habían dejado un mundo en peligro.




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