En el extremo norte del reino, la madrugada caía espesa y el Domo, otrora invisible y firme, ahora chisporroteaba con cada embate. Los soldados de la guardia de visión, apostados en las torres, no apartaban la mirada del horizonte. El aire olía a ozono y miedo.
—¡Movimiento en la frontera! —gritó uno de los vigías, su voz temblando de tensión.
A lo lejos, las bestias Ador, enormes y aladas, se arremolinaban como una tormenta oscura. Sus garras y picos golpeaban la barrera mágica, y con cada impacto el Domo titilaba, lanzando chispas de energía azulada al suelo.
—¡Se están agrupando! ¡Van a intentar romper el Domo! —advirtió otro soldado, apretando el asta de su lanza.
En las ciudades cercanas, el pánico era palpable. Las familias se apiñaban en las casas, los niños lloraban y los adultos miraban al cielo, buscando señales de que la protección seguía en pie. Los guardianes del clan de olfatos corrían de un lado a otro, lanzando bombas de nube que envolvían las calles en una bruma densa, ocultando las casas y dificultando la visión de las bestias.
—¡No dejen que cunda el pánico! ¡A los refugios, rápido! —ordenaba un capitán, guiando a los más rezagados hacia el centro del reino.
El temblor del Domo se hizo más fuerte. Un rugido desgarrador atravesó la madrugada cuando, finalmente, una brecha se abrió en la barrera. Dos Ador se colaron por el hueco, sus alas batiendo el aire con furia. Los soldados de la tribu de la fuerza, armados con lanzas, armas y escudos forjados especialmente para el combate cuerpo a cuerpo, se lanzaron al ataque, para más efectividad aumentaron su tamaño pero las bestias eran gigantes
—¡Por Sion! —gritó Gior, liderando la carga.
El choque fue brutal. Las bestias devoraron a dos guardianes antes de que los demás lograran acorralarlas y, tras una feroz batalla, aniquilarlas. El suelo quedaron con gemas de memoria de soldados caídos, y el aire vibraba con el eco de los gritos y el zumbido de la energía mágica.
Desde las alturas, los soldados de visión reportaban cada movimiento, mientras las sirenadas del clan del sonido tocaban la trompeta silenciosa, avisando de nuevos peligros. La neblina se espesaba, ocultando a los supervivientes, pero también dificultando la coordinación entre los clanes.
—¡Mantengan la formación! ¡No permitan que ninguna bestia avance hacia el castillo! —ordenó un comandante, su voz apenas audible entre el estruendo.
—Treinta… —murmuró uno, con la voz quebrada—. Treinta hadas caídas en la madrugada.—el que recolectaba las piezas de los soldados caídos
—¿Y para qué? —gruñó otro, limpiándose el polvo de la mejilla —. El Domo ya no nos protege. Cada vez que una bestia va golpear el Domo será más frágil
—¿Dónde están las órdenes de la Reina ahora? —preguntó un tercero, con amargura—. Solo la vimos en la torre, mirando. ¿De qué sirve si no baja a luchar con nosotros? Los otros reyes lo hacían
—Dicen que está esperando un milagro… o que ya nos dio por perdidos —susurró el más joven, apretando el puño sobre una herida mal vendada.
El capitán, con la armadura abollada y las alas rasgadas, los miró uno a uno.
—No hablen así. Todos estamos cansados, pero si caemos en la desesperanza, los monstruos ya habrán ganado. Si la Reina no baja, debe tener sus razones.
—¿Razones? —replicó el soldado herido—. ¿Qué razón puede haber para dejar morir a los suyos?
El capitán guardó silencio, sin respuesta. El grupo se sumió en un silencio pesado, solo roto por los lamentos de los heridos y el lejano retumbar de los golpes contra el Domo
—Seamos fuerte si eso significa dar la vida que así sea.
Por otro lado parte de la familia del clan visión, estaban de ida hacia el castillo como ordenó la guarda real.
Avanzaban lentamente hacia el centro del reino, entre la multitud de refugiados. Las alas de la madre estaban desgarradas; el padre mayor apoyaba a su hijo adolescente, que apenas podía caminar. Sus rostros estaban marcados por el dolor y la rabia, habían perdido sus casas y toda pertenecía
—Esto es un desastre —murmuró la madre, apretando los dientes—. ¿Dónde están los líderes ahora que los necesitamos? Solo nos dicen que corramos y nos escondamos.
—La Reina solo observa desde su torre —dijo el padre, con amargura—. ¿De qué sirve ser reina si no puede protegernos? ¿Por qué no hace nada?
—Quizá solo le importa el castillo y los suyos —añadió el hijo, con la voz apagada—. Si no fuera por los soldados, ya estaríamos todos muertos.
—¡Shh! —advirtió la madre, mirando alrededor—. No hables así. Pero… tienes razón. Nos han dejado solos.
—Desde que nació la princesa ha sido un desastre todo. — recordó el presagio que había.
Mientras tanto la Reyna estaba en el núcleo del castillo entregando su fuerza vital para que el Domo resista, no había dormido nada desde que Alis cruzó el portal, cuando estaba haciendo eso, sintió como literalmente la golpearon, esto significaba una cosa, el Domo estaba siendo atacado fue apresuradamente a la sala donde estaba una muestra del Reyno en miniatura un esquema en el momento actual, cuando estaba viendo que el lado norte había sido atacado. Justo apareció un mensajero vuelo rango veloz.
— ¡Su majestad! ¡Su majestad! La ciudad del norte ha sido atacado, dos bestias Ador han logrado entrar. —. Informó el mensajero que había venido de ese lado.
— ¿Cómo va la situación ?.— dijo la Reyna a pesar de que estaba muy preocupada y se mantenía serena no debía ceder al miedo.
— Estable, los mounstros han sido exterminado. — el mensajero estaba confundido ¿Cómo que su reacción de la Reyna era esa?
— Bien, entonces que siga el plan evacuar a todos los habitantes que están más cerca del Domo. — Ordenó de la manera más tranquila.
— pero hay heridos entre los soldados y ciudadanos de ese lado. — añadió intentando decifrar la mirada de la reyna
— Que den de bajas y manden otro grupo y ellos que vengan al castillo para ser sanados. — dijo preocupada apesar de que no se notaba. — informa eso a los demás mensajeros.