El timbre del instituto resonó, marcando el inicio del receso. Afuera, bajo la sombra de un árbol, el grupo repasaba rápidamente la estrategia.
Alis sostuvo el pequeño frasco con firmeza.
—Yo llevaré la pócima y la mezclaré con un poco de agua en el baño, tal como dijo Zayet. Luego te lo paso, Jamet.
Jamet asintió en silencio, pero sus labios estaban tensos. Una gota de sudor le corrió por la frente.
Leo lo notó de inmediato.
—¿Por qué sudas así? El clima está templado.
Alis lo miró con el ceño fruncido.
—Jamet… ¿no lo hiciste, verdad?
Él evitó su mirada con una sonrisa cómplice.
—¿De qué hablan? —preguntó Hadda, mirando de uno a otro con total confusión.
Alis abrió la boca para explicarlo, pero la campana volvió a sonar llamando a todos a sus puestos.
—No hay tiempo. Lo hablaremos luego —dijo con firmeza—. Escuchen: Hadda, te quedas aquí hasta el segundo timbre. Cuando suene, entras con el cartel y haces tu escándalo. Como estaremos en la primera planta, todos correrán a la ventana para mirar. Jamet, me haces la seña. Yo voy al baño, mezclo la pócima y te la entrego. Tú la colocas en la bandeja de Carolina.
Leo bufó, poco convencido.
—Y mientras tanto yo supongo que me quedo aguantando la vergüenza.
—Exacto —dijo Hadda, sonriendo maliciosa—. Te toca ser mi Romeo.
Leo se sonrojó al instante.
—¡Ni lo sueñes!
Hadda suspiró con dramatismo, colocando una mano en la frente.
—Ay, el destino cruel que me condena a amar a un hombre que no me corresponde… ¡Qué tragedia la mía!
Jamet rodó los ojos y murmuró:
—Esto será un desastre.
Alis suspiró hondo.
—Confíen. Solo tienen que cumplir con su papel.
Y así, cada uno se dirigió a su puesto.
El plan comenzó como estaba previsto. En el comedor, Carolina conversaba animadamente con sus amigas, ajena a todo. Entonces, Hadda entró con un cartel enorme que decía en letras brillantes: “¡Leo, mi eterno amor!”.
—¡Oh, Leo, mi caballero de armadura invisible! —gritó desde abajo en planta baja—. ¡Confieso aquí, delante de todos, que eres mi razón de vivir!
Obviamente al escuchar a alguien gritando así atrajo la atención de casi todos los estudiantes para mirar desde arriba para abajo y ver quien gritaba y al referirse a Leo a ese estudiante tan calmado y callado con honores no creían pero estaba sucediendo.
Leo quería hundirse en el suelo, pero se asomó a la ventana.
—Trágame, tierra…
—¡Cásate conmigo y seré tu esclava por la eternidad! —chilló Hadda, arrodillándose frente a él.
Algunos aplaudieron, otros silbaron. La confusión fue perfecta. Nadie miraba sus bandejas de comida.
Era el momento, por otra parte Dan___
La noche anterior había sido un suplicio.
Dan apenas logró dormir. Se revolcaba entre las sábanas, el corazón desbocado sin razón aparente, sudando a ratos pese a la brisa fresca que entraba por la ventana. No había música, ni consolas, ni risas con amigos que lo distrajeran. Solo silencio… y en ese silencio, la voz de Alis.
“¿Por qué me hiciste daño?”
“Dan, ¿me recuerdas?”
"Dan, te amo"
A veces sonaba como un reproche, otras como un susurro dulce. Pero siempre lo sacudía hasta el alma. Al abrir los ojos, ella no estaba allí. Solo era su mente jugando con él, como si lo castigara con ilusiones que no podía apartar.
—¿Qué me pasa…? —murmuró al techo, agotado.
Cuando por fin llegó la mañana, su reflejo en el espejo lo asustó: labios resecos, ojos rojos, la piel pálida como un enfermo. No sabía si era fiebre, cansancio o locura. Pero aun así fue al instituto.
sus amigos lo recibieron con carcajadas.
—¡Hermano, parece que jugaste toda la noche! —se burló uno, dándole una palmada en la espalda.
—Míralo, parece zombi.
Dan solo sonrió nervioso y asintió. No iba a explicarles que no había tocado una consola. Que la verdadera razón eran las voces que lo seguían.
Pasó la mañana como un autómata, desconectado de todo, como si viviera en otro plano. Se forzó a comer algo en el comedor, pero otra vez la escuchó.
Esa voz, a pesar del bullicio que se armaba por el escándalo de otro compañero.
La voz que lo atormentaba y que al mismo tiempo le daba vida.
—Alis… —susurró sin darse cuenta, con el tenedor detenido a mitad de camino.
Se levantó de golpe, necesitaba despejar su mente. Caminó directo al baño, abrió la llave y se echó agua a la cara. Se miró al espejo, empapado, con las gotas resbalando por sus mejillas. Su reflejo no le respondió.
—Estoy perdiendo la cabeza… —rió con amargura.
Alis salió del baño con el frasco ya disuelto en agua. Caminaba deprisa por el pasillo, concentrada en entregárselo a Jamet, cuando de pronto chocó con alguien.
Decidió volver, pero en el pasillo chocó contra alguien. El golpe lo hizo bufar, irritado.
—¡Perdón! —murmuró, agachándose para recoger los lentes que habían caído al suelo.
—¡Mira por dónde vas! —soltó de mala gana, agachándose para recoger unos lentes que habían caído al suelo.
Al hacerlo, levantó la mirada. Su corazón se aceleró de Dan, pero de Alis se detuvo o resonó lento y potente
Era ella, la mente de Dan y de Alis era él
Alis notó en Dan que su rostro estaba pálido, los labios secos y partidos. Sus ojos verdes, sin embargo, se abrieron con una mezcla de incredulidad y alivio.
—Alis… —dijo con voz ronca, apenas audible Dan. La sostuvo de ambos hombros, temblando—. ¿Eres tú?
Alis tragó saliva, sin saber qué responder.
—No… —susurró, con la respiración agitada—. No otra vez…
Dan se quedó quieto, dudando. ¿Era real o una nueva ilusión cruel de su mente?
Dan, casi sin aire, levantó una mano y rozó su mejilla. Y entonces lo supo.
Su piel era cálida, viva. No desaparecía como humo.
Una sonrisa rota, incrédula, se dibujó en sus labios resecos.
—Eres tú… de verdad eres tú… —susurró con la voz quebrada—.