Corazón de diamante

El show de Hadda

Ambos regresaron al comedor, donde el murmullo de los estudiantes se mezclaba con risas y conversaciones. Pero pronto todo se transformó en un estruendo cuando, desde el patio de abajo, una voz femenina resonó con fuerza.

—¡Leo! —gritó Hadda, sosteniendo un cartel brillante—. ¡¿Qué esperas para decir que tú también me amas?!

El comedor estalló en carcajadas. Todos los estudiantes estaban muy atentos a lo que pasaba.

Leo se llevó los dedos a la frente, desesperado.
—Dioses… no puede ser.

—¡Eso no es cierto! —gritó hacia abajo—. ¿Y tú por qué estás aquí? ¿No que amabas a Carlos?

Hadda abrió los ojos exageradamente ofendida.
—¿Carlos? ¿Quién es ese? ¡No lo conozco!

Leo frunció el ceño.
—¿Cómo que no? ¡Si fue por él que me cambiaste!

—¡Mentira! —interrumpió Hadda con un grito dramático—. ¡Mi amor es solo tuyo, Leo! Él no me merece.

Los estudiantes rugían de risa, golpeando las mesas.

Leo, ya colorado de la vergüenza, gritó:
—¡Vete! ¡No quiero nada contigo! ¡Te lo digo hoy y te lo diré por toda la eternidad!

Hadda fingió un llanto trágico, cayendo de rodillas.
—¡No! Yo sé que me quieres… ¡Baja y dame un beso! —extendió los brazos hacia él, como esperando que saltara desde la ventana.

Las burlas se intensificaron. Algunos coreaban: “¡Beso! ¡Beso!”.

Fue entonces que dos guardias del instituto llegaron, abriéndose paso entre los curiosos.
—Señorita —dijo uno con severidad—, está prohibido entrar aquí si no es estudiante. Tiene que salir, de inmediato.

Hadda abrió los ojos grandes, fingiendo indignación.
—¡No! ¡No me iré sin mi Leo!

—O se va por las buenas… o la sacamos a la fuerza.

Ella cruzó los brazos y se plantó firme.
—¡No lograrán sacarme!

Los guardias se miraron entre sí y asintieron. Uno extendió la mano para sujetarla, pero Hadda se escabulló ágil como una gata, esquivando cada intento.

—¡Leo, mi amor, defiéndeme! —gritó, corriendo alrededor del patio como una actriz desbocada.

La multitud rugía de carcajadas. Nadie prestaba atención a otra cosa.

Era el momento perfecto.

En medio del alboroto, Jamet dejó caer discretamente el polvo en la bandeja de Carolina y luego se mezcló con la multitud. Al pasar, se tocó el cabello con naturalidad: la seña pactada.

Desde abajo, Hadda fingió desfallecer y se dejó atrapar finalmente.
—¡Leo… ayúdame! No entiendes que te quiero… —exclamó, dejando que los guardias la arrastraran—. ¡Me voy, pero volveré!

Leo se hundió la cara en sus manos.
—Está loca… —bufó hacia los otros estudiantes que lo miraban entre risas.

El espectáculo acabó. Poco a poco, todos regresaron a sus mesas, todavía comentando la “escena romántica”.

Carolina seguía comiendo tranquila, entre risas con sus amigas que se burlaban de lo patética que había sido aquella chica.

—.¿Vieron lo ridícula que fue?

— ¡Totalmente!

— es que no se puede caer tan bajo, bueno hay gente que nace para ser payaso.

—Coincidimos contigo querida

Pero pronto una de ellas la interrumpió.

—Carolina… ¿qué… qué es eso en tu mano?

Sus amigas dejaron de comer por miedo.

Ella arqueó una ceja, confundida.
—¿Qué dices?

—Tus brazos… —otra señaló con miedo.

Carolina bajó la mirada y vio pequeñas manchas rojas abultadas recorriéndole la piel. Se quedó helada.

—¿Qué…?

El escozor apareció de golpe, la comezón insoportable. Intentó pronunciar un hechizo para calmarlo, pero cada vez que abría la boca, un estornudo la sacudía.

—¡A-achís! ¡A-achís!

Sus amigas se levantaron rápido, alarmadas.
—¡Vamos a la enfermería!

Otros estudiantes estaban observando se preocuparon un poco.

Carolina, con la piel enrojecida y los ojos llorosos, apenas pudo asentir mientras la sacaban a toda prisa del comedor.

Alis que estaba con Ruth pero no le prestaba tanta atención más estaba atenta a lo que pasaba con Carolina.

— Que extraño ¿Que le habrá pasado?. — Dijo Ruth preocupada

—Si es cierto. —Alis fingió desconocer el tema poniendo atención a lo que comía.

— Por cierto, tardaste en ir al baño creí que te habías perdido

— A es que yo... — Miró a Jamet que le dió la señal

Ruth volteó para ver a quien miraba y el eso Alis fingió cortarse con el cubierto aunque si lo hizo pero no representaba problema, luego metió las manos al bolsillo y ahí tenía una pomada roja y luego cuando giró Ruth para mirar a Alis.

— Ay.. me corté. Creo que aún no se manejar cubierto. — se agarró el dedo

— Shh.. — Siseo Ruth por empatía sabía que una cortadura dolía. —Debes de tener cuidado con eso, ve a la enfermería para que te lo trate, o si quieres vamos

— No descuida yo voy tu sigue comiendo, no quiero arruinar tu comida, no tardaré.

Alis se levantó y se dirigió a la enfermería.

El plan había funcionado.




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