Corazón de diamante

Regreso al reyno

La hoja mágica descendió lentamente, cubriendo el silencio con su tenue brillo mientras el grupo contemplaba con horror la devastación ante ellos. El Domo protector del Reino de Sion ya no era más que un eco disipándose en el viento cargado de fuego y cenizas.

El cielo ardía, teñido de rojo intenso, con columnas de humo elevándose hacia la oscuridad. Bestias aladas y monstruos colosales se lanzaban con furia contra las filas agotadas de hadas guerreras, cuyas espadas y destellos mágicos se entrechocaban sin cesar en una batalla desesperada.

Alis, descendiendo de los cielos, apretó los dientes con angustia.
—Llegamos tarde... —susurró, con los ojos brillantes de lágrimas contenidas.

En la primera línea de combate, bajo la cortina de humo y llamas, una figura relucía con un aura indomable: la Reina Lia. Su cabello plateado centelleaba al fuego y su voz mandaba firme órdenes para resistir la embestida. Al levantar la mirada, la Reina la vio.

Un instante de incredulidad hizo caer su escudo al suelo cuando corrió hacia su hija, abriendo los brazos.

—¡Alis! —gritó, con la voz rota por una mezcla de esperanza y dolor.

Alis apenas logró contener las lágrimas al entrelazarse en ese abrazo apretado que, por un momento, suspendió la guerra que rugía a su alrededor.

—Estás viva... —la Reina susurró con ternura quebrada—. Temí nunca volver a tenerte en mis brazos.

Detrás de Alis, los acompañantes observaban en solemne silencio: Dan con la cabeza baja, respetuoso; Zayet, Texa, Jamet, Leo y Hadda, todos atentos al momento sagrado.

Pero la calma se quebró cuando la mirada de Lia se posó dura sobre los desconocidos.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó con autoridad y desconfianza.

Alis tomó aire, sus palabras firmes pero cargadas de verdad:
—Son familia… hadas del Reino. Algunos olvidados, que por destino o castigo, han estado lejos.

—¿Olvidados? —frunció Lia el ceño, incapaz de comprender.

Fue entonces cuando Leo dio un paso al frente. La luz de las antorchas dibujaba en su rostro la sangre real que corría por sus venas. Lia no pudo evitar retroceder, paralizada.

—No puede ser... —murmuró, con terror y asombro—. Ese rostro...

Texa, colocándose junto a Leo con voz apacible, habló con confidencia:
—Lia, amiga, hay cosas que fueron borradas de la memoria. No por ti ni por él, sino por el rey. Fueron arrancadas, como raíces de un árbol.

La Reina apretó los labios, temblando, mientras sus ojos recorrían los rasgos de Leo, despertando ecos dormidos en su pecho.

Leo tragó saliva y, con voz temblorosa, extendió la mano:
—Yo... soy tu hijo.

El silencio cubrió el campo de batalla hasta parecer tangible. Lia levantó lentamente su mano y la posó sobre la de Leo.

Una suave descarga recorrió sus venas. Ráfagas de memoria inundaron sus sentidos: el llanto de un bebé, unos brazos diminutos, la calidez primera de un recién nacido entre sus brazos.

Lia llevó una mano al rostro, con lágrimas asomando en sus ojos.
—Lo recuerdo... no todo, pero sí ese instante. —Su voz se quebró—. ¡Hijo mío!

Leo no supo qué hacer con la emoción que lo invadía. Su rostro temblaba, sus ojos se inundaron de lágrimas, y solo pudo asentir.
—Madre...

Mientras el grupo se a comunicaba con la Reina, silenciosos pero tensos, Alis sostuvo el Corazón de Diamante entre sus dedos temblorosos. El brillo pulsante de la gema era un reflejo del alma del Reino, y ahora la esperanza renovada intacta en sus manos.

De repente, un susurro apenas audible recorrió el aire. Alis levantó la vista, sus ojos atraparon el objeto entre sus manos y el ruido etéreo que parecía llamarla por un nombre sin dueño. Miró alrededor, buscando en el vacío, sin encontrar a nadie.

El murmullo regresó más cerca, esta vez un susurro congelante junto a su oído, una voz fantasmal que parecía emanar del mismísimo aire.

—Alis...

Los otros no percibieron ese eco intangible, pero ella sí gritaba para su alma.

Su mirada se fijó más allá: una presencia oscura que emergía de la nada, una masa envuelta en una mezcla de sombras humeantes y brasas incandescentes, avanzando con paso silencioso pero devastador.

La sombra de fuego parecía un grito personificado, un ser sin rostro que mataba con la fuerza del caos a todo a su paso, consumiendo la vida con un frío letal, y sin embargo, parecía llamarla con un implacable magnetismo.

Alis reaccionó de inmediato, lanzándose en vuelo hacia la terrorífica figura, con el Corazón resplandeciente firmemente agarrado.

Dan intentó detenerla, extendiendo las manos para sujetarla,
—¡Alis, no! —pero ya era demasiado tarde.

Ambos quedaron suspendidos en el aire, atrapados en una especie de fuerza invisible que los mantenía en un limbo mortal. Un paso más, y caerían a una distancia mortal sobre la tierra rota y ardiente.

Alis no dudó. Voló directo hacia la sombra, mano firme que irradiaba luz vibrante.

La sombra de fuego, con una amenaza silenciosa, levantó una lanza tridente de llamas rodantes, sus tres puntas brillaban con fuego negro, un arma infernal que podía destruir el mundo.

Los segundos se estiraron, el tiempo parecía fluir más lento en aquella escena de destino.

La Reina Lia, desde lejos, parecía querer acercarse, su rostro lleno de súplica y miedo contenida.

Dan y los otros extendían sus manos, impotentes, como queriendo alcanzar a Alis y detener la oscuridad que los envolvía.

Silfret, desde atrás, giró la cabeza al escuchar su nombre pronunciado con un tono grave y decididamente desafiante.

En el instante culminante, frente a frente, Alis y la sombra fuego se observaron como dos fuerzas antagónicas destinadas a colisionar.

Con un acto de puro coraje y fe, Alis alzó el Corazón de Diamante y lo presionó con toda su energía en la grieta que tenía el pecho aquella sombra ardiente.

El contacto fue inmediato, un estallido cegador de luz y fuego, como si el mundo contuviera la respiración por un instante.




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