Corazón De Fuego

NIVEL TRES

"Los nuevos comienzos solo son posibles cuando se abandona un pasado que ya no ofrece futuro."

— Bienvenidos, humanos! —se escuchó una voz robótica. Busqué de dónde venía, pero no pude saberlo. Las luces del techo cambiaban con cada palabra, bajaban y subían de intensidad, como si tuvieran vida propia.

—Hoy es un día magnífico —continuó la voz—. Podrán integrarse a nuestro programa de recompensas. Inician una vida más responsable, porque su supervivencia dependerá del cumplimiento de las tareas que les asignaremos...

—Esto sí es una mierda! —gritó un chico detrás de mí. No me atreví a girarme, aunque todos los demás lo hicieron. La voz robótica del Gran Jefe anunció que llamaría uno por uno a los nuevos integrantes para entregarles sus tareas. Esperé mi turno en silencio. Cada persona que pasaba al frente recibía una caja, escuchaba unas palabras de agradecimiento y era enviada a cumplir su labor. Pronto escucharía mi nombre.

Hace dos meses que la miseria se encargó de llevarse a mi abuela, y con ella, cualquier excusa para evitar este día. Hoy cumplía dieciocho. Mi mente estaba puesta en la gran pantalla del centro. Hoy me convertiría en el blanco del “gran jefe”, el líder que todo lo controla desde la distancia. Todos los jóvenes deben acudir allí cuando llegan a esa edad. Se nos asignan labores que debemos cumplir por el resto de nuestras vidas. Los que no logran desempeñar una tarea son expulsados. No de la ciudad, pero sí del “programa de recompensas”, que es el que garantiza comida y agua.

Mi abuela siempre rechazó someterse al programa, convencida de que las máquinas nos habían arrebatado lo que merecíamos, y su última conversación conmigo aún permanece viva en mi memoria.

—El mundo ya no es el mismo, cariño. Me hubiera encantado que lo hubieras conocido. Seguramente te habrías visto hermosa corriendo por las praderas verdes que existieron en algún momento —me dijo, tomando mi mano. La suya estaba tan fría.

—Confío en que algún día podré ir a una de ellas, abue—le respondí, apretando su mano. Pude sentir cómo se desvanecía poco a poco.

—Si lo haces, no olvides llevar zapatos —dijo sonriendo— El pasto no es tan suave como se describe en los libros románticos.

— Está bien… llevaré mis favoritos —le prometí, mientras las lágrimas me inundaban el rostro. Sentía cómo mi abuela, mi maestra y mi refugio se apagaba lentamente. Podía sentir incluso su dolor, odiaba este tipo de don o lo que sea que fuese, tal vez una maldición.

— Recuerda esto, Ámbar —susurró—: esas máquinas solo te dan migajas. Tú mereces más… mereces libertad. Busca la forma de salir de ese programa.— Nunca entendí por qué las odiaba tanto. Para mí, los Bokly —como llamamos a las máquinas— eran quienes habían logrado mantenernos con vida.Supongo que ella nunca logró acostumbrarse a los cambios que trajo la sequía

A menudo imagino cómo habría sido vivir en el pasado, en un mundo verde y lleno de vida que nunca conocí, y deseo retroceder en el tiempo en lugar de esperar un futuro mejor.

La pantalla anunciaba los nombres de los nuevos integrantes del programa de recompensas. Sonaba una música suave de fondo. Había muchos Bokly afuera custodiando el edificio y otros se limitaban a observar. Lo que sea que fueran esas cosas, daban miedo. Mamá me había dicho que entrara al edificio, que me sentara y esperara a que el gran jefe apareciera. Nunca pregunté cómo se veía. Jamás tuve curiosidad. Nadie hablaba de eso en casa. El lugar no era nada acogedor, más bien era todo lo contrario. Las paredes grises y opacas parecían absorber incluso la poca luz que entraba por las ventanas altas. En un libro que encontré sobre decoración de interiores —uno antiguo, lleno de polvo y páginas amarillentas— vi cómo antes todo era más vívido. Las casas eran construcciones independientes, cada una distinta, con detalles únicos que hablaban del carácter de quienes las habitaban. Incluso las familias podían tener terreno propio, un espacio suyo, que llamaban hogar.

Muchos vivieron en las afueras de la ciudad, y ahora ese territorio era un espacio completamente “prohibido” para nosotros. Había otras ciudades, y cada una se encontraba bajo el mando de su gran jefe. Lo poco que sabía era que las reglas eran iguales para todos, pero nadie parecía sentir curiosidad por cómo sería vivir en esos otros lugares. Nadie se lo cuestionaba. Todos habían crecido aquí, encerrados dentro de esta ciudad muralla. Cada familia recibió un cubículo: una estructura cuadrada, pegada a otra y a otra, extendiéndose, así como una colmena interminable. Nada estaba apartado, todo se conectaba con precisión artificial. Sé que antes era diferente e intentaba imaginarme ese mundo perdido. En los libros solo había visto unas cuantas imágenes, pero incluso esas pocas bastaban para entender que era hermoso. Ahora todo era frío, uniforme y sin color.

La ropa que usábamos solo podía ser de un único tono: gris. Mi abuela me contaba que alguna vez lució magníficos vestidos de todos los colores imaginables: rojos intensos, azules profundos, amarillos que parecían sol. Nunca me imaginé hasta ese momento cómo me vería usando uno color azul. Azul como el mar. Estoy segura de que combinaría perfectamente con mis ojos. Por primera vez sentí una punzada de nostalgia por algo que nunca viví.

— Ámbar Baster, pasa al frente por favor —mencionó la voz robótica. Me puse de pie y caminé hacia el frente. Uno de los Bokly me pasó una caja, tal como lo había hecho con todos los demás.




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