Había mucho silencio, pensaba Edrev por su parte, arrugando el entrecejo. Gris tiritaba de frío, pues no le gustaba el agua. Ung se inclinó y tomó una piedra, luego se incorporó, entrecerrando los ojos. Dobló su cuerpo hacia atrás y al regresar, lanzó la roca hacia el agua.
—¿Has jugado cabrillas, Antonina? —Le preguntó él.
—No conozco ese juego.
—Significa lanzar piedras sobre el agua tranquila. La piedra tiene que rebotar varias veces antes de que se sumerja.
Antonina pensó que no había tiempo para jugar, pero solo asintió.
—Busca una piedra plana. —le ordenó él.
La jovencita inspiró mostrando impaciencia, pero Ung ignoró ese gesto y también empezó a buscar unas cuantas piedras sobre la arena. Edrev y Gris volaron junto a Antonina y le ayudaron a buscar la mejor piedra. Minutos después se reunieron y colocaron sus piedras apiladas junto a ellos.
—Bien, —dijo Ung, mirándola— te mostraré como se hace. Pon atención, porque dependerá de tu esmero, para que puedas ser la ganadora y me refiero, a obtener tu pase al mundo terrenal.
—¿Ganadora? Pero… —Antonina se quedó pasmada— no es justo, usted ganará con seguridad, ¡Yo nunca he practicado este juego!
—Pon atención. —repitió él, sin hacer caso de las quejas de ella.
Gris se emocionó en sus adentros, pensando que si perdía Antonina, que era indudable, no irían a ningún lado y Edrev, debió adivinar su pensamiento o notar su entusiasmo, pues le dio un codazo suave. No le importaba. Ella siguió sonriendo feliz, al saber que permanecería en el mundo bajo las olas. En ese momento, Ung alzó el brazo que sostenía la roca y lo extendió, ejercitándolo, haciendo varios giros, luego separó las piernas poniendo un pie adelantado, volteó su espalda lo más que pudo y efectuó el lanzamiento con toda su fuerza.
Las hadas se quedaron con la boca abierta, incluyendo Antonina, cuando vieron como la piedra dio varios rebotes a lo largo del lago, antes de empezar a tambalearse. Ung observó como la piedra se sumergía en la lejanía.
—¡Diez rebotes! —exclamó Gris, llena de energía.
Ung se cruzó de brazos y sonrió orgulloso. Después, se volteó para observar a Antonina que estaba perpleja.
—Tienes que hacer once para ganarme. —dijo él, enarcando una ceja.
—Si, como no. —Ella hizo una pausa— ¿No es una treta suya para que yo cambie de opinión y no visite a mis tíos?
Ung tenía el semblante inescrutable y la miró fijamente.
—Hazlo. —dijo él, alzando una mano.
Antonina refunfuñó y luego hizo exactamente lo que él había hecho, entonces la piedra cayó de picada al agua, sin hacer ningún rebote. Gris se tapó rápidamente la boca para ahogar una risa, en cambio Edrev, meneó la cabeza y se cruzó de brazos, deseando ser ella quien tuviera que hacer los lanzamientos. Recordó que alguna vez muchos años atrás había practicado para un concurso y había quedado en décimo lugar. Empequeñeció los ojos, pensando que a Antonina ni siquiera le darían oportunidad de concursar.
La niña nueva hada, como le llamaban en el mundo bajo las olas se crispó al ver su tiro. Antonina no quería ni regresar a ver a Ung, agarró otra vez una piedra y se quedó quieta al ver el agua, para concentrarse, pero Ung se movió y también se inclinó por una piedra.
—Tienes que esperar, señorita impaciente. Es mi turno. —dijo Ung, serio.
Al oír eso, Antonina hizo un mohín, pensando que todo lo que salía de la boca de ese elfo era aprendizaje. Trató de relajarse, pues él tenía razón. No era su turno. Ung lanzó la piedra y Antonina, en contra de su voluntad, disfrutó de ese espectáculo. La piedra viajó a gran velocidad dando saltitos, rompiendo la quietud del agua, y en cada brinco destellaban brillos hermosos de luz.
—¡Quince rebotes! —gritó Gris, sin disimular su alegría.
Antonina suspiró y se obligó a pensar con positivismo. Ella podía… ella podía. Cerró los ojos para calmar su mente. Cuando los abrió no miró a nadie, solamente fijó la vista en ese manto de agua que ahora significaba mucho para su vida. Dio varias vueltas a la piedra en su mano, analizándola. Notó una hondura en la piedra, la cual no era muy perceptible, pero ahí estaba. Después, le dio otra vuelta. Si, de ese lado era más plana y la aferró con firmeza.
Ung no perdía detalle de lo que hacía Antonina y se sorprendió gratamente, pensando que en el futuro sería una fuerte rival, porque simplemente se había dado cuenta de la clave de un buen lanzamiento.
Antonina entreabrió las piernas y ejercitó el brazo como lo había hecho Ung, luego alzó el brazo al mismo tiempo que se inclinaba lo suficiente y lanzó la piedra con la nueva fuerza que le habían brindado al convertirse en un hada. Todos se quedaron anonadados, incluso ella, que observaba fascinada su lanzamiento. La piedra recorrió varios metros haciendo muchos rebotes. Antonina abrió mucho los ojos y su rostro se iluminaba de extrema felicidad.
—¡Diez rebotes, Antonina! ¡Excelente! —exclamó Edrev, incrédula.
Edrev voló hasta Antonina y le enmarcó la mejilla con su mano pequeñita.
—Me has sorprendido, niña. ¡Felicidades!
—Gracias…gracias. —Antonina dio un brinco de entusiasmo— ¡Si pude, si pude!