—¿Más que a nada? —Alpha no pudo aguantar más y alzó la mano dirigiéndola a la fogata, causando un gran relámpago de luz que se impactó contra los maderos, provocando un fuego de altas llamas.
Silencio.
—¡Abedrot! —Alpha gritó inesperadamente, mirando hacia la copa de los árboles— ¡Sé que estás aquí! Esto es entre tú y yo, y nadie más.
Alpha regresó a ver a Jarlath y no pudo evitar que su mirada reflejara una inmensa tristeza.
—No te dejaré Alpha, jamás. —dijo él.
De repente, se oyó un fuerte ruido detrás de ellos. Alpha rápidamente se puso delante de Jarlath y fijó la vista en las ramas que se movieron fieramente.
—¡Abedrot! —gritó otra vez, Alpha.
—¡Ja, ja!
La risa sonó fuerte y lúgubre, mientras las ramas se sacudieron con fuerza, después una estela de humo tomó la forma de un remolino que se alejaba. Alpha se quedó pasmada un momento.
—¡Vamos, Jarlath! —Lo miró, sobresaltada— Damián, Edrev y Antonina corren peligro.
Jarlath abrió mucho los ojos al pensar en Antonina, entonces se dio vuelta y echó a correr, pero Alpha lo arrebató con sus brazos cuando sacaba sus alas, volando a través del sendero del bosque.
No muy lejos de ahí, Damián ya había abierto a la liebre por la mitad con su navaja portátil. Le había extraído todos los órganos ante los gestos grotescos que hacían Antonina y Edrev, que permanecían sentadas a unos metros de distancia.
—Yo no me comeré eso, ¡Qué asco! —exclamaba Antonina.
—Yo olvidaré lo que estoy viendo, porque mi panza lo necesita. —repuso Edrev, cerrando fuertemente los ojos.
Damián sonrió al oír esa conversación, luego empezó a quitarle la piel a la liebre, cuando de pronto, un fuerte estruendo causó que soltara todo y cayera de espaldas. Antonina y Edrev también gritaron, espantadas.
—Pero… ¿Qué tenemos aquí? La princesita sí que tiene suerte. No solamente tiene un caballero, sino dos. ¡Tú eres el otro! Por acá, husmeo al hada más entrometida del mundo bajo las olas, —Miró despectivamente a Edrev— ¿Cuál es tu nombre?, ¡Ja, ja! Y por si fuera poco mi premio, estoy viendo la cara de la sobrina del terrenal que logró conquistar a la odiosa de Alpha.
Abedrot mostraba su aspecto natural y era horroroso. Su rostro estaba deformado por la cólera y su cabello suelto se alzaba entre estelas de humo negro. Sus ojos negros reflejaban hilos de fuego. La piel de sus brazos y manos esqueléticas estaban tremendamente arrugadas. Antonina estaba paralizada de miedo. Era la primera vez que veía a un ser del abismo y pensó que los personajes de las historias que leía no tenían el mínimo parecido con lo que estaba observando. Esa bruja era espeluznante. Edrev tiritaba de miedo y voló atrás de ella.
Damián no lo podía creer. Se obligó a sí mismo a ponerse de pie y no sabía realmente lo que debía hacer. Esa mujer era lo más horrible que había visto en su vida y entonces recordó las advertencias de la abuela de Alpha cuando le pidió que se alejara de Alpha, más reflexionó que ya no había tiempo para arrepentimientos. La única realidad era que él era el único adulto en ese momento y sentía la obligación de proteger a Antonina y a la pequeña hada.
—Déjalas que se vayan, por favor. —dijo él, alzando una mano.
—¿Estás suplicándome? —Abedrot entrecerró los ojos—Porque eso se escuchó como si fuera una orden.
—Por favor. —Damián tragó saliva.
—Así está mejor, pero…—la bruja esbozó una sonrisa malévola— no me sentiría a gusto si lo hiciera, pero no te aflijas, tú no me interesas, la quiero a ella. —señaló a Antonina.
Antonina se espantó al oír eso y trató de elevar el vuelo, pero entonces Abedrot le arrojó una gran centella de fuego que fue interceptado por el disparo de Alpha que llegaba justo a tiempo. El estallido fue impactante y todo se volvió un caos. Antonina voló rápidamente seguida de Edrev y se resguardaron en la copa de un árbol. Jarlath se enderezaba después de que Alpha lo había soltado y permaneció detrás de ella. Cuando vio que su sobrina había podido escapar, su corazón se tranquilizó.
Damián estaba echado de bruces y observó como la bruja volvía arremeter contra Alpha, quien alzó sus manos y de las palmas brotó un borbollón de luz formando un escudo de colores brillantes. Damián entreabrió la boca, maravillado de lo que veía, se incorporó poco a poco y después se arrepentiría por tal acción. Abedrot regresó a verlo y le lanzó un relámpago azul verdoso, mientras profería unas palabras en un lenguaje extraño. Damián recibió la descarga en pleno pecho, a la vez que su cuerpo se elevaba de la tierra.
—¡No…No! —gritaba, Alpha, presa de la desesperación.
Abedrot aprovechó el desconcierto de Alpha y le lanzó otra estela de fuego, pero ella con reflejos increíbles se aventó al suelo, cayendo de costado y Jarlath hizo lo mismo botando del otro lado. Alpha se puso de pie, mirando con impotencia como la bruja se volvía humo en medio de carcajadas estruendosas y desaparecía en el espacio del cielo. Alpha se llevó una mano a la boca para suprimir un sollozo al ver a Damián.
—¿Qué ha pasado? —preguntó él, inquieto por ver el rostro pasmado de Alpha.
—¡Oh, Damián! —Alpha tenía las lágrimas a flor de piel.