Pero él no dejó que dijera nada y metió sus labios en ese cuello, para depositar un beso intenso. Ella echó para atrás su cabeza, estremeciéndose ante esa caricia llena de pasión y cerró los ojos, pero de pronto se acordó en donde se encontraban y lo contuvo. Jarlath atrapó su mano y la atrajo nuevamente.
—Alpha, —la miró fijamente— tienes que hacerte un análisis de sangre, para saber la razón de tus mareos.
—No, por el momento. —Dijo ella, soltándose suavemente— No quiero separarme de ustedes ni un segundo.
—Está bien, está bien. Pero cuando termine todo esto, lo haremos.
Alpha asintió, luego fue y se sentó a la mesa.
—Duerme, Jarlath, yo tengo mucho que aprender.
—¿No quieres que te ayude?
—Estoy bien, ve y descansa.
—¿Estás segura?
—Te he dicho que sí. —Ella sonrió—Estaré bien.
Acto seguido, Alpha fijó su vista en la pantalla de la lap, dispuesta a almacenar en su mente toda la información que le fuera posible investigar en las siguientes horas. Después de un rato, volvió su mirada y Jarlath ya dormía plácidamente en el sofá. Miró otra vez la pantalla, reflexionando que nunca se había puesto a analizar concienzudamente cuál era su lugar en el reino del mundo bajo las olas. Sintió un nudo en la garganta, al recordar cómo había renunciado a todo por convertirse en una terrenal común y hacer una vida normal al lado de Jarlath, sin embargo, su destino le estaba marcando su verdadera identidad, la cual ya no podía ignorar más.
Era la princesa del reino del mundo bajo las olas. Esa era la realidad. Imaginó a su abuela combatiendo la maldad en esos momentos y se estremeció. No, no podía pensar en su propia felicidad y evadir su responsabilidad. Ella no había pedido ser princesa, pero tampoco podía huir como una cobarde y ser indiferente ante los problemas que enfrentaba el reino. Dio un gran suspiro y de pronto, su corazón empezaba a palpitar fuerte y comprendió que era la adrenalina que la llenaba. Esa energía poderosa que le hacía entender por fin y de una vez por todas, cuál era su cometido en la vida.
Regresó a ver a Jarlath y esbozó una sonrisa triste al repasar su decisión. Ahora sabía con certeza lo que haría, aunque eso significara perder lo que más amaba.
Al día siguiente, muy temprano, Damián tenía un hambre feroz y daba vueltas en la sala. Jarlath estaba en la cocina, lavando los trastos y miraba de reojo al enorme felino que lucía desesperado.
—¿Estás bien?
Damián gruñó.
—No…no estoy bien. Pensé que podía asimilar este cuerpo, pero solo pienso en comer. ¡Eso no está bien!
—Tranquilízate.
Damián se quedó estático y miró con recelo a Jarlath.
—Tú lo dices porque conservas tu imagen.
Jarlath cerró los ojos y se enjuagó las manos. Después, se secó con la toalla, dejándola sobre la barra.
—¿Acaso quieres pelear? —Miró al jaguar— Te recuerdo que ayer reconociste que es tu culpa por inmiscuirte en nuestra vida, Damián.
Damián gruñó fuertemente y de un salto ágil bordeó el sofá, subiéndose después al banco de la barra. Se inclinó hacia Jarlath que le sostuvo la mirada, a pesar de que se había estremecido completamente al ver la cara de tremendo animal muy cerca de la suya.
—¡Cállate! —Vociferó, Damián— Sé que es mi culpa, pero no puedo dejar de pensar que tú no mereces a Alpha.
—¿Y tú sí?
—Yo haría las cosas diferentes.
Jarlath crispó el rostro.
—Pero ella no te ama a ti, Damián, sino a mí.
—¿Estás seguro de eso? —la mirada del jaguar brilló. —¿Estás seguro de que te sigue amando a pesar de lo que le hiciste?
Jarlath se dio vuelta y fue al fregadero. Sabía que, si Damián deseaba, podría acabar con él con un buen zarpazo y una mordida, pero, aun así, decidió no tenerle miedo. Esa última pregunta, sí que le causaba un poco de inquietud.
—Eso no lo discutiré contigo, —repuso Jarlath, alzando un plato para lavarlo— sólo renuncia a la intención que tienes de conquistar a Alpha, Damián. Cuando ella lo sepa, le causarás dolor porque piensa que eres un gran amigo que quiere lo mejor para ella y resulta que tienes un propósito escondido. —Lo miró de reojo— Le fallarás cuando sepa que de integridad no tienes nada.
—Ya lo sabe. —Damián entrecerró los ojos.
Jarlath soltó el plato, haciendo un ruido fuerte, luego miró las puertas de las recámaras que seguían cerradas.
—¿Cómo dijiste? —contrajo la mandíbula, al sentir que los celos lo dominaban.
—Ella me leyó la mente. —Dijo Damián, irguiéndose, después empezó a relamer su pata.
Jarlath se enjuagó rápidamente sus manos y se las secó, después vino y se paró enfrente de Damián.
—Yo no tengo la culpa que ella lo hiciera, ¿O sí? —Damián alzó la cara.
—¿Y qué más has pensado, para que ella te leyera? —Jarlath lucía muy molesto.
Damián se regodeó de los celos de Jarlath y se bajó del banco, yendo al sofá para echarse.