Recuerdo la tarde en que lo vi por primera vez. La recuerdo con mucho mas detalle que en aquellos tiempos.
Esa tarde había sido una tarde muy tranquila en la escuela. Los niños se habían portado muy bien y yo había vuelto a mi casa relajada, intentando disfrutar de cada paso que daba bajo el sol del verano que empezaba a irse.
Fue en una esquina cuando sentí su voz.
—Disculpe, señorita.
Me di vuelta de forma automática y me encontré de lleno con su mirada de ojos celestes. Iba vestido con una camisa que parecía tener varios años de existencia, unos pantalones de tela gastados y unas zapatillas que aparentaban haberlo acompañado varios kilómetros. Para completar su imagen, llevaba una mochila bastante grande que llamó mi atención.
—¿Sí?
—¿Sabe dónde queda el restaurante Pasos al viento?
—¿El que está cerca de la playa?
—Ese mismo.
—Hacia allí —le dije indicando al este—. Pero tendrás que pedirle a alguien que te lleve, queda bastante lejos para caminar.
—No se preocupe, llevo bastante tiempo caminando.
—Si, lo he notado. Pareces cansado.
Rio. Y me gustó su sonrisa.
—¿Es por esta calle, derecho?
—No, tendrás que doblar. Pero hay un cartel que lo indica.
—Bien, espero no perderme.
—¿De dónde eres? —le pregunté con mi curiosidad innata.
—De un pueblo, bastante lejos de aquí. He salido de allí en verano con el objetivo de recorrer lugares.
—¿De qué pueblo?
—Colonia Basilia, ¿conoces?
Negué.
—No he salido mucho de la ciudad.
—Pues te estás perdiendo de mucho.
—Seguramente. Suerte con el viaje.
—Gracias.
Lo vi alejarse, a paso sereno y sin variar el rumbo.
Sonreí.
Por alguna razón, el encuentro había dejado una sensación linda en mi interior.