El resto del camino hacia mi casa fue como avanzar por terreno desconocido y sereno. Había algo de magia en el recorrido.
Aquel encuentro me había sacado de mis pensamientos rutinarios y terminé preguntándome muchas cosas acerca de aquel muchacho desconocido. Me intrigó su aventura, su origen, el motivo de su llegada a la ciudad y de la búsqueda de aquel restaurante.
Parecía que recién había llegado; ¿de dónde vendría?
Sonreía mientras imaginaba las respuestas.
Todo eso hizo que olvidara el asunto que tenía por delante. Aquel asunto que había tratado de evitar con mis pensamientos desde que había despertado en la mañana.
Pero al llegar a mi casa, no pude obviarlo. Tenía que enfrentarlo en la próxima media hora.
—Te he hecho la merienda —me dijo mi madre después de saludarme con un abrazo.
La casa era un alboroto de voces y cosas a medio hacer. Mis hermanos habían llegado de la escuela y los más grandes estaban ayudando a mi madre. Oliver, el mayor, había salido con mi padre como lo hacía siempre después de estudiar: debía aprender el oficio de pintor.
—¿A qué hora debes ir?
—En media hora —le dije observando el reloj mientras llevaba la taza a mi boca.
—Suerte con eso —me dijo Julieta, quien estaba al tanto de la situación vivida.
—La necesitaré.
Después de merendar, fui al baño, me lavé los dientes y la cara y respiré profundo.
Luego, busqué mi maletín y me dirigí rumbo a la casa de mi primer amor, mi primera ruptura, para darle clases particulares a su pequeño hijo de seis años.