Regresar a aquella casa, volver a ver a la primera persona que había amado con todo mi ser, ver la familia que había formado después de darse cuenta que ya no me amaba y que amaba a otra mujer… Era un tanto movilizante.
Sentía que lo había superado, que todo había quedado en el pasado. Pero eso no implicaba que la situación no generara sensaciones raras en mi interior.
Golpeé la puerta y aguardé paciente mientras mi corazón quería salirse de mi pecho por los nervios.
La llave giró y la puerta se abrió. Tras ella, apareció Rosalía.
—¡Hola! ¿Qué tal? Pasa —me dijo haciendo espacio—. Facundo te espera muy ilusionado.
Avancé con una leve sonrisa a la casa que había sido testigo de muchas primeras veces. Las cosas estaban intactas.
Rosalía me llevó hasta el comedor, donde el pequeño de seis años me esperaba con una sonrisa.
—¿Tu eres mi maestra particular?
—Si, soy yo. ¿Tu eres Facundo?
Él asintió feliz y me transmitió mucha tranquilidad. Se lo veía entusiasmado y eso era lo mejor para iniciar la clase.
—Te he preparado una taza de té —me dijo Rosalía indicando un costado de la mesa—. Cualquier cosa que necesites, me avisas. Estaré en el patio con Mirta.
Mirta. La madre de Sebastián. Esperaba no tener que cruzarla el día de hoy.
—Muchas gracias.
La clase transcurrió tranquila. Facundo estaba abierto a todas las actividades que le propuse. Al finalizar, solo apareció Rosalía y lo agradecí.
Ambos me acompañaron a la salida y me despedí con alivio. La vida me había ayudado al no tener que cruzarme de lleno con el pasado.
Lo feo, era que tendría que volver la semana siguiente. Y esperaba que la suerte continuara acompañándome.