Corazón de León [serie Gold Pride 1]

Capítulo 10

 


Tanya ignoró las miradas curiosas de un par de leonas que estaban en el pasillo de la enfermería, abrió la puerta de golpe y encontró el lugar vacío. 

¿En dónde estaba Gala cuando le necesitaba? 

—A la camilla —ordenó. 

Patrick dejó a la loba con cuidado, seguía con el ceño fruncido y el cuerpo tenso. Tanya necesitaba que se calmara de una buena vez, estaban haciendo lo correcto, ayudar. 

—Yo puedo encargarme a partir de ahora —dijo, yendo a la estantería para recoger el instrumental quirúrgico. 

—No —dijo, su voz rotunda, ronca—. Me quedaré por si despierta. 

—No me hará daño. 

—¿Por qué estás tan segura de eso? 

Al girarse se encontró con sus ojos verdes, oscurecidos, el león mirándole a través de ellos. Debía concentrarse en el trabajo. 

—Está herida, inconsciente, agotada. No resulta ninguna amenaza. 

Un gruñido le movió hasta los huesos, el león no cedió. Eso era lo último que Tanya esperaba, pero le ponía nerviosa tenerlo cerca, más teniendo una tarea tan delicada como cerrarle la herida a esta loba. Colocándose guantes protectores, recogió la bandeja con el instrumental y lo llevó a la camilla. 

De ahí la observó, tenía el pelaje en pésimas condiciones, toda la pata izquierda manchada con sangre. Una herida en la oreja derecha, de perforación, Tanya movió la herida, la notó llena de barro. Una movida inteligente para evitar la hemorragia. 

—¿Tienes idea de cómo se hizo esas heridas? 

Ignorando el arrastre en esa poderosa voz, Tanya limpió la herida con agua oxigenada de baja concentración. Analizó en detalle el sitio, la forma y la dirección. 

—Un arma de fuego —concluyó. 

Patrick se acercó, hasta estar a solo un paso de ella. 

—¿Es reciente? 

—Sí. 

—Alguien la está cazando —afirmó, estaba enfurecido. Cualquiera al ver esa situación lo haría, aunque ella no podía permitirse que las emociones se pasaran al plano profesional, Tanya debía curar primero y preguntar después—. Y vendrá por ella. 

De reojo, notó las largas garras del león, Patrick comenzó a dar vueltas, su cuerpo lleno de tensión, de nervios, su mirada fija en la loba inconsciente. Tanya deseaba poder meterse en esa mente afilada y peligrosa, para poder averiguar qué haría ahora. Hubo un momento, cuando, tras terminar la sutura, Patrick se detuvo, el dorado de sus ojos buscaba algo en el cuello de la loba. 

De prisa, Tanya se adelantó. El león iba a despertarla por la fuerza. 

—¡No! —Exclamó, dándose vuelta en el momento justo en el que Patrick avanzó contra la camilla—. Patrick, no. 

—Muévete —gruñó bajo—. ¡No quiero lastimarte mujer! 

Tanya usó sus manos para detener el empuje del león irritado, una ardiente sensación se esparció por su cuerpo cuando se encontró con la dureza de su pecho. Patrick desvió su mirada verde a ese sitio, a sus manos tocando, la respiración del hombre se volvió irregular durante un escaso momento, después emitió un bufido. 

—No puedes despertarla —afirmó, no importaba el tono con el que lo hizo, o la forma en que le miró, con demanda, con poder, Tanya debía cuidar la salud de todos y esa loba estaba dentro de la lista—. La herida volverá a abrirse y le va a doler el doble. 

—No me importa —cortó, su voz dura, helada—. Necesito respuestas. 

Volvió a empujar con todas sus fuerzas para alejarlo, pero era un muro, sólido y fuerte, inamovible para una mujer como ella. 

—Las tendrás, cuando se recupere. 

Pronto, los ojos de Patrick cambiaron a un dorado oscurecido, y las pupilas se dilataron tanto que ya no había duda alguna que se encontraba luchando contra la bestia. 

—Vino del sur, al igual que los errantes que nos atacaron la última vez. 

—Está herida y en malas condiciones de salud, no debe ser lo que piensas. 

Esa peligrosa mirada, se fijó en ella. 

—¿Y qué es lo que pienso, Tanya? 

Su nombre fue dicho con extrema suavidad para un hombre que se encontraba tensionado y con los instintos activos. 

—Ella no es la amenaza. 

No sabía por qué rayos continuaba tocando su pecho, pero cuando se dio cuenta de que había traspasado demasiado el espacio personal, Patrick le sostuvo por las muñecas. Su estómago se contrajo, su corazón palpitó tan fuerte que por poco lo oye en sus oídos. Él lo haría, escucharía esa reacción, ¿cómo lo interpretaría? 

—Patrick, yo... 

—¡Papá! 

Un llamado los congeló, de un golpe Ian irrumpió en la enfermería, apenas los vio sus ojos verdes se abrieron con absoluta sorpresa. Patrick se alejó como si de pronto le vertieran ácido en el pecho. 




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