Patrick tenía un cálido cuerpo entre sus brazos que temblaba de rabia y miedo, era puro instinto protector que buscaba huir para ponerse a salvo. Era difícil de contener, difícil de apaciguar, y sin embargo, pese a la alerta primordial que la loba blanca representaba, no pudo apartar la mirada de los ojos verdes de Tanya.
—Gold Pride te cuida —volvió a susurrar, más para distraerse que para lograr que la loba se calme.
Bien, él podía entender su situación, despertar en un lugar extraño rodeada de cambiantes leones no era algo agradable, pero para que ella pudiera siquiera contarle su situación y así ayudarle, todo este nerviosismo, agresión y miedo debían irse, ahora.
—Su respiración se vuelve normal.
Patrick asintió, tenía algo en la garganta que le hacía incómodo mantener el tono fuerte. Esta reacción era molesta para él. Amaia, Amaia... Evocó el recuerdo de su mujer para disipar todo lo que sentía, tomar de ello las fuerzas que le faltaban. Detrás de Tanya percibió movimiento, el león insistió en que se pusiera entre la humana y Joey, el hombre lo frenó admitiendo que era algo imprudente reaccionar así. Sin embargo, también notó aquella débil esencia enredada con el perfume natural humano, una señal invisible que portaba un solo nombre, y eso no le agradó ni un poco.
—Joey —llamó con voz ronca, hizo que Tanya rompiera el contacto para girarse—. Ve a la enfermería y trae un par de mantas.
Joey tardó unos segundos en salir del estupor, su mirada se fijó en Tanya, Patrick no fue capaz de descifrar lo que transmitía, era demasiado neutral, distante, pero había algo en sus ojos...
—Enseguida.
Cuando Joey pasó por su lado, Tanya apartó la mirada, sin embargo al tomar las escaleras volvió a mirarlo. Sus ideas volaron lejos, Patrick intentó alcanzarlas, detenerlas.
—Está mejor —comentó ella, su voz un divague.
—Una loba como ella sabe reconocer a un Alfa.
Eso llamó su atención.
—Sí, es una Omega.
Si antes no estaba seguro, ahora que había visto sus ojos lo confirmaba completamente. Al cabo de unos minutos, llenos de un silencio que resultó poco cómodo por la cercanía de ambos, Joey bajó las escaleras cargando un par de mantas. Patrick lo siguió con la mirada, no pretendía ser duro, pero era inevitable.
—Aquí están.
—Vete.
La orden no fue tomada de inmediato, más bien, el otro león solo le frunció el ceño y luego echó un vistazo al animal entre sus brazos.
—Joey, vete.
Quedaron solos.
—Cambia —ordenó, con voz ronca, alta, demandante. La loba tembló, no importaba que le animal bajo su piel perteneciera a otra especie, la naturaleza era la misma—. Cambia.
Un gruñido le hizo saber que estaba consciente del mundo, de la realidad, de ellos. Patrick abrió sus brazos, y la loba descendió lentamente hasta el suelo en donde se transformó, el proceso fue doloroso incluso para alguien que no lo estaba atravesando, demasiado lento, potente y crudo, indicio de que había pasado un largo período en su piel de lobo. Apareció una débil mujer, casi en los huesos, de piel cenicienta, casi azulada, de cabello corto color rojizo, cortado al punto de la nuca, de un modo agresivo, desprolijo.
Sus ojos almendrados desprendían dolor y rabia en un color gris desvanecido.
Patrick sentía al animal de la chica tirando desde adentro, luchaba por poder liberarse, entonces concluyó que ella tenía un control muy frágil.
—Debemos llevarla a la enfermería —Tanya habló.
—No —le detuvo—. Irá a mi habitación.
—¿Qué?
Los ojos de la loba se ampliaron con pánico.
—Nadie te hará daño, es un lugar seguro, oculto de los demás.
No le agradó doblegarla con la mirada, pero para poder lograr siquiera una conversación debía calmarle, y en la enfermería todavía se encontraban los leones heridos, regresar ahí podría volver a asustarle tanto como para ceder el control a su loba y volverse agresiva contra todo aquel que se cruzara en su camino.
Omega no significaba que fuera una criatura débil, Patrick lo sabía, y era mejor andar con cuidado con ella porque luchaban hasta la muerte.
—Estarás bien.
Tanya le rodeó, tomándole de los hombros con gentileza y suavidad, se quedó ahí esperando, su paciencia se veía infinita, la de Patrick estaba bajo ceros, sentía los cuchicheos lejanos de aquellos que merodeaban alejados de la sala, la curiosidad felina era implacable. Ahora se convertía en un problema.
—Ven, vamos.
Trastabillando, la mujer se puso de pie, siendo ayudada por Tanya en todo momento, subieron las escaleras. No hubo un segundo en que ella dejara de mirar para todos lados, ver esa inseguridad tan grande era angustiante para el león.
—Ve por algo de ropa a la despensa de la enfermería —ordenó—. Y luego regresa.
No sabía por qué pero necesitaba a Tanya en esto.
Patrick puso su huella dactilar en el lector hasta que hubo una luz verde, entonces, deslizó la puerta, retrocedió dos pasos y espero. La mujer se quedó en su lugar, Patrick recordó que jamás le daría la espalda a un desconocido, tuvo que dar el primer paso, se adentro en su habitación hasta los sillones y de ahí giró para verla. Seguía plantada en su lugar, aferrándose a las mantas con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Esto sería difícil, pensó.
—Adelante, pasa —dijo Tanya, su voz un murmullo amable, ella pasó por su lado y se quedó a unos pasos en el interior—. Es seguro.
El débil olor de la sangre le dijo que se estaba mordiendo la parte interna del labio.
—Puedes hacerlo. —Tanya le sonrió, Patrick se distrajo en eso, su rostro redondo era más luminoso cuando hacía eso—. Te he traído ropa, ¿quieres cambiarte?
La mujer dio un asentimiento tímido. Tanya buscó la mirada de Patrick durante un escaso momento, el hizo un gesto señalando la dirección en donde se encontraba el baño. El andar fue lento, cauteloso, más que una loba, la mujer parecía un cervatillo aterrado.
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Editado: 16.06.2020