Delincuente.
Enjaulado.
¿Asesino?
Las puertas de su pasado fueron abiertas de golpe, una tormenta de recuerdos se abalanzaron contra él para recordarle las malas decisiones de su vida, todo lo que hizo tuvo consecuencias tanto para sí mismo como para los demás, y ahora...
Su coalición estaba sola, sus cachorros preocupados y él..., siendo encerrado, incriminado, si, puede que antes haya robado, pirateado redes, pero..., matar...
Lo último era lo único que podía catalogar como mentira, pero era su palabra contra la de los que representaban la ley. Sabía bien lo podrido y corrupto que estaba el sistema, lo mejor que debía hacer era mantener la boca cerrada y esperar a que le trajeran un abogado. El tiempo pasaba y nadie se aparecía, ya sus nervios estaban agotando su paciencia, estar solo con su mente no ayudaba, pensar se convirtió poco a poco en su peor acción.
Aunque no podía evitarlo.
Patrick estaba en un enorme problema, y esta vez, realmente podía decir con toda seguridad que no era su culpa.
Sentía tanta bronca...
Esto parecía como un juego cruel, ya lo había jugado antes y en ese entonces había perdido una pieza de alto valor. Parte de su mente se había ido con ella, y la herida no dejó de sangrar ni un solo día.
El recuerdo de Amaia punzó su cabeza hasta hacerle apretar los dientes, ¿acaso era ella castigando desde algún punto de la existencia? ¿Por haber besado a Tanya? Un ardor nació desde su pecho, hizo hormiguear sus labios. No, definitivamente no se arrepentía de haberlo hecho, y ya debía dejar de echarle la culpa a las supersticiones, Amaia estaba muerta, nada podía hacerla volver y él estaba solo.
Tan solo... Al borde de la paranoia.
Un sentimiento de angustia le sobrevino en el pecho cuando imaginó lo peor, tragó el nudo en su garganta, de solo pensar que podría morir bajo rejas... Golpeando la pared de concreto, Patrick se sentó en la larga banca de madera, ya había probado su dureza en la noche, no sabía la hora ni cuanto había dormido.
Los oficiales tan solo documentaron su arresto, revisaron sus escasas pertenencias y lo enviaron a las celdas subterráneas de la comisaría del pueblo.
Desde ese entonces estuvo solo.
Gritos se escucharon lejanos tiempo después, no llevaba la cuenta de cuanto había estado solo, pero fue un trago amargo al ver de quien se trataba, un par de maldiciones acompañaron a tres sujetos que avanzaban por el pasillo. Eran dos oficiales que sostenían a un hombre moreno por los brazos, su destino, la celda contigua a la suya.
Nadie venía a verlo.
—Quieto —masculló uno de los oficiales era alto y rubio, no conocía a ninguno de los dos, aquellos que lo detuvieron por la noche aun no aparecían—. Y no te transformes.
Quitándole las esposas de las muñecas, el oficial lo empujó al interior de la celda y luego cerraron la puerta con un código electrónico en el panel. Era lo último en seguridad, ya no dependían de llaves y candados.
Sin embargo, la transformación del sujeto fue inmediata, el prisionero lo hizo solo para fastidiar a los oficiales que con gran enojo se quedaron viendo al tigre blanco rugir con satisfacción y orgullo. Aún con la amenaza de pasar un mes encerrado, el tigre marcó con orina la banca de la celda. Patrick arrugó la nariz con el olor ácido, su león arañó bajo la piel al sentir la marca territorial.
Había que ser muy estúpido o no tener nada que perder para provocar a la policía, mientras observaba al tigre de reojo, Patrick supuso que el tipo era entraba en la primera opción. Poco debía importarle lo que le ocurriera a un completo extraño, sin embargo, agradecía tener una distracción que aliviara el nudo de preocupaciones en su mente.
La distracción duró poco.
Llevándose las manos a la melena, Patrick se inclinó hacia adelante, hasta que sus codos quedaron apoyados en las rodillas, el piso de concreto fue una pobre escena, un recordatorio de sus días enjaulado en una prisión bajo tierra. Esto no era muy distinto, aunque sí más deprimente, al menos cuando el Alfa del clan Moon Fighters lo capturó le había dado más comodidades, como una cama, un libreto, una mesa y un par de sillas, hasta un pequeño baño.
Esta celda solo tenía la banca atornillada contra una pared de concreto, los barrotes de hierro grueso formaban las otras tres paredes. Frente a él, una pared distanciada por un par de metros que daba forma al pasillo. Las celdas estaban en un gran sótano debajo de la comisaría, iluminadas por largas barras de luz incandescentes.
Había estado detenido en tantas ocasiones... Pero los cargos ahora eran más severos, eso le volvió el temblor nervioso a sus manos, sentía un nudo fuerte en el estómago. La incertidumbre golpeó por dentro.
Trató de recordar cada detalle de esa noche, su pecho se apretó al recordar a Arwen Blake, ¿cómo era posible que estuviera muerto? ¿Qué razones tenían para creer que él lo había hecho? Patrick había hecho cosas malas en su pasado para poder sobrevivir, pero matar..., eso no, era una línea que jamás cruzó ni lo haría, la vida era algo demasiado preciado como para quitarla así nada más.
Claro que, eso generaba una contradicción, porque si encontraba a alguien lastimando a sus seres queridos, no le temblarían las garras para actuar...
¿Eso en qué clase de persona lo convertía?
El encierro le estaba volviendo loco, el mundo estaba demasiado hundido como para ponerse a cuestionar la moralidad de su raza, y al mismo tiempo, eso sonaba a un intento de justificar el lado violento y salvaje. Patrick tenía a un asesino bajo la piel.
—Pero yo no lo maté —murmuró.
—Vaya, hombre, tú si que estás metido en un gran lío.
Gruñendo ante la impertinencia del tigre desnudo en la otra celda, Patrick le ignoró. Luego de un tiempo, quizá horas, un oficial bajó para arrojarle ropa al prisionero, al verlo irse Patrick se lanzó contra los barrotes para preguntar, casi gritar, donde estaba su abogado y por qué nadie le decía que pasaría con él. Frustrado sin obtener respuesta, golpeó los barrotes hasta que sus puños dolieron.
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Editado: 16.06.2020