Había un puño de piedra apretando su corazón con tanta fuerza que apenas podía oír los pesados latidos, la sangre espesa, el dolor profundo, una garra invisible incrustándose en su cerebro milímetro a milímetro.
El león estaba al borde de tomar el control de su mente, su cuerpo, una furiosa necesidad de liberarse de la cela, romper la pared y correr hasta que sus pulmones ardieran y sus músculos se agitaran con la violencia en sus venas. Tanta emoción oscura provenía de un dolor primario, tan diferente a aquel viejo y maduro, doliendo por siete largos años.
Esta emoción tenía un significado mucho más devastador para un hombre impotente, uno de los suyos había muerto por la noche. Sin que él tuviera la oportunidad de salvarlo, de pelear por él con garras y dientes, las mismas que ahora intentaba controlar de manera inútil. Casi enloqueció desentrañando la maraña de vínculos de sangre que continuaban temblando con dolor y miedo, aun cuando las horas habían pasado y falta poco para el amanecer.
Identificó uno por uno, cuarenta y ocho vivos, todos los adultos, adolescentes y los siete cachorros, excepto aquel que identificaba como un macho pero se transformaba en una hembra, Leroy. Si garganta ardió por el nudo clavado en su carne que le impedía mover nada, le era difícil respirar a través de todos esos pensamientos, la angustia, las emociones ajenas que volvía su cabeza inestable.
Patrick jamás había experimentado algo así, jamás perdió a uno de los suyos. La sensación era horrible, golpes pesados con bordes filosos en su mente, lentos y constantes, pero que iban calmandose conforme el vacío se reparaba. Su propia mente protegiéndose del efecto causado por una vida enlazada a la suya golpeándolo en la explosión al momento de la muerte.
El estallido fue lo menor, la agonía de Leroy la sintió en carne propia, cada corte, cada pinchazo, cada latido lejano, lo sintió. También el miedo inicial, el sudor frío recorriendo su cabeza cuando notó que algo andaba mal.
Patrick aun no sabía nada más que eso, una vida apagada y él lejos, sin poder hacer nada por las malditas leyes y los desgraciados que parecían mover los hilos al mantenerlo encerrado.
Dejando de balancearse sobre el borde de la banca de madera, Patrick se puso de pie, la fuerza animal temblando bajo la piel, pidiendo regresar con los suyos. Una fuerza arrolladora que le hacía querer rugir.
Dando vueltas, volvió a trazar cada vínculo en un desesperado intento por obtener respuestas. Las embarazadas estaban bien, una de ellas a punto de alumbrar, tal vez media semana o menos, las tres fuertes leonas eran expertas en ocultar sus emociones de él, por desgracia, las demás leonas, Cazadoras y Matriarcas, eran el pulso de adhesivo que mantenían a los demás estables, pero sentían dolor, un profundo manojo de impotencia... Los leones eran un asunto diferente, cada uno más furioso y dolido que el otro, pero esa emoción tan fuerte tenía un borde protector, una huella tremendamente afectiva. Estaba orgulloso por el hecho de que continuaran protegiendo a la coalición a punto de colapsar...
Los dos linces, demasiado serios como para filtrar sus emociones, estaban fríos y conscientes, tan diferentes a sus tigres... Byron se refugiaba en la aguda preocupación por el nacimiento de sus cachorros en un intento por menguar la pérdida, Leroy fue muy entusiasta por aprender sus lecciones de rastreo. Ava y Alice irradiaban una tenue energía poderosa que le decía que estaban ocupadas en distraerse con cualquier cosa útil, Nolan... Era difícil de descifrar, extrañamente tranquilo pero con una mente inquieta.
Su pequeña Naiara estaba preocupada, pero a salvo, Ian era un enojo que aplastaba, y peligroso, jamás había esperado algo así en su cachorro, era desbordante, turbio y demasiado profundo como para alguien de su edad.
Gala, hielo y acero como siempre, la enfermera se guardaba todo para ella, una bóveda demasiado dura como para alcanzar su energía, mientras que el cocinero que la perseguía estaba absolutamente desconcertado...
Pero había un vinculo, que sufría real y dolorosamente, Bea.
Sus puños estiraron la piel mientras dirigía un pulso hacia ella, no sabía si llegaría a hacer una diferencia, era relativamente nuevo en cuanto a la sanación emocional por los vínculos de sangre, pero lo intentaría para aliviarlos, lo intentaría malditamente tanto...
Sentía frío en sus pulmones, en la piel, en los huesos, un decaimiento ligero que adormecía los nervios, estaba exhausto. Encerrado sin haber visto a nadie en más de veinticuatro horas, Patrick estaba perdiendo la paciencia, y la cordura también... Miró sus manos, grandes y ásperas, recordó que con ellas y su fuerza, él podría doblar los barrotes para pasar su enorme figura a través, pero incluso si lo intentara, estaba demasiado débil físicamente como para pensar en usarlas contra la pared. Si se encontraba bajo tierra era probable que al intentar romper el concreto solo se encontrara con más tierra.
No había forma de escapar, no había...
—Despierta Mcgraw. —Una voz dura y reaccionó, no sabía en que momento se había quedado dormido, su espalda contra los barrotes compartidos con la celda contigua, su cuerpo laxo y débil.
Abriendo los ojos hacia el policía, encontrando en los ojos oscuros una mirada que lanzaba lastima y desdén contra él, Patrick estrechó su mirada y se puso de pie, demasiado lento, demasiado destruido.
—¿Qué pasa ahora? —Preguntó, su propia voz le parecía tan extraña.
—Eres un bastardo con suerte —comentó, ojos dorados se encendieron entre las dos rendijas que formaron sus pestañas cuando cerró un poco los párpados—. El mismo día que ponen fecha para un posible juicio y prisión preventiva, retiran los cargos.
Se sintió como un golpe al estómago que liberaba una corriente fresca sobre su cuerpo, llevándose un peso en los hombros, Patrick se quedó mirando al oficial que introducía el código en la cerradura electrónica con una afilada concentración mostrada en su ceño fruncido, delgadas arrugas en la frente, la piel olivácea tensa y determinada.
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Editado: 16.06.2020