—Hola, disculpa por molestarte en tu día libre, pero..., tengo una situación aquí.
Patrick escuchaba a esa sombra hablar mientras iba y venía, su cuerpo inmóvil, atravesado por el dolor en cada parte, cada musculo, pero, por sobre todo había una punzada en su costado que dolía más con cada movimiento de su respiración, aguda y penetrante, con el tibio olor metálico de la sangre.
Su sangre.
Y un borde ácido, como metal y corrosión...
—Lo sé, pero no te llamaría si no fuera urgente, sé bien como manejar el subclan. —La voz comenzó a aclararse, a abandonar la sensación de eco en casa palabra—. Pero encontré algo metros más adentro de la carretera, y lo traje a mi cabaña.
Apenas escuchó un gruñido distorsionado.
—Trae a Nat, realmente está mal, luego habrá tiempo para respuestas.
Cuando se hizo el silencio, Patrick abrió los ojos, de una forma pesada y lenta, la bruma había disminuido su capacidad de enfoque, las cosas eran borrosas pero el piso debajo de su cuerpo se sentía frío y olía a polvo y madera. Rayos de luz blanca le apuntaban desde un ventanal enorme, aun con eso el ambiente estaba iluminado de una forma tenue.
—Dios, hombre, ¿a quién cabreaste tanto para terminar de esta forma?
Un matiz de amable distancia en la voz de un hombre, era rica y un poco profunda, ligero arrastre en las palabras. Parecía joven. Patrick escuchó algo más, un sonido que provenía de su cuerpo, un silbido agudo y débil cada vez que dejaba salir el aire. Estaba realmente mal, casi no sentía al león bajo la piel. Pero estaba dormido, por suerte no lo había perdido.
Tiempo después, no supo cuanto, el ruido de un motor se escuchó acercándose. Pronto, el rechinido de una puerta y los pasos asomándose le hicieron sentir incomodo, una cruda necesidad de huir clavándose en su pecho.
—Dios santo... —murmuró una voz sorprendida, su dueña se acercó con cautela—. ¿Quién lo ha hecho?
Una respiración, un latido...
—Es un león.
Firmes manos giraron su cuerpo para quedar de espaldas en el suelo, entonces Patrick vio el techo de madera, con una pronunciada inclinación en cuña, en la parte superior un rectángulo de cristal unía las partes ascendentes y descendentes, podía ver el cielo blanco por ahí.
—Tabique roto —mencionó la mujer, esas manos fueron ásperas sobre su rostro, pero con un cuidado delicado—. No hay huesos rotos además de ese, el cráneo está bien.
Parpadeó, por eso el silbido en su respiración. Tragó saliva, un asqueroso gusto a sangre en la boca. Cuando la mujer, que parecía ser doctora o enfermera, palpó su pecho, Patrick apretó los dientes para no dejar pasar ningún sonido, a pesar de que el dolor lo atravesaba como una ola furiosa estrellándose desde el musculo a la piel.
—Golpes internos —comentó la mujer.
La apertura de un cierre le llamó la atención, Patrick apretó los ojos con fuerza, una y otra, y otra vez, las formas comenzaban a aparecer, tan lento. Un par de ojos marrones le encontraron observando, la mujer que tenía un avanzado escáner manual revisando su pecho de un lado al otro, se parecía tanto a Tanya, ella tenía la misma mirada tan llena de preocupación pero eficiente y precisa a la vez, mirada de sanadora. Dejó de pensar en huir cuando supo, por una suave sonrisa en un rostro con arrugas de tiempo, que le estaban ayudando.
Y él quería aferrarse a eso. Porque había un asunto de extrema urgencia, por el bien de los suyos debía sanar rápido.
Cabello castaño claro con gris asomando en las raíces y en sus sienes, cayó por el lado de su rostro al acercarse más al sitio donde el dolor era más agudo, la punzada se movió. Su camiseta gris fue rasgada.
—Luke, avisa a Sean sobre esto —ordenó la mujer, con una tranquilidad que parecía querer abrazarlo—. Cooper, cuando te diga, haz presión en esta parte.
Un hombre acercó su presencia, fuerte, firme y dominante, la punzada comenzó a arder cuando sintió algo abandonar su cuerpo, un objeto extraño, con filo. Un cuchillo. Algo más suave tocó su piel tan rápido como el cuchillo fue extraído con una precisión cuidadosa, el olor a sangre se hizo más fuerte en el aire, una ligera presión entre la sexta y la séptima costilla.
El rechinar de la puerta ahogo un gemido apretado entre sus dientes.
—Es pequeño —comentó el hombre, mientras la mujer mayor analizaba algo en la hoja del cuchillo—. Debería haberlo quitado.
Un golpe severo en la parte trasera de la cabeza lo hizo quejarse.
—Mal, muy mal —reprendió la mujer, sus ojos volviéndose dos líneas agudas—. Es pequeño, pero tienes tanto tacto como un elefante. —El regaño escondía un matiz más suave que la dureza en su voz revelaba—. Tuvo suerte, el ligero movimiento podría haber dañado un órgano importante.
Acercando la hoja ensangrentada a su nariz, la mujer respiró profundo, y luego pareció erizarse por completo, sus pupilas dilatadas rodeadas por oro.
—Aleación de amonium —gruñó.
—Eso te deja débil como una hoja.
—Exacto, quien le enterró el cuchillo no lo quería muerto, ¿cómo lo encontraste?
Un pinchazo suave en su costado, la mujer estaba inyectando anestésico local alrededor del corte. La punzada filosa dejó de doler minutos después, transformándose solo en un molesto picor que no se comparaba con los golpes que le habían dado en el cuerpo. Porque sentía cada uno, los identificaba a la perfección, patadas al estómago, pecho, brazos, piernas, una en la cabeza.
Si hubieran sido hechas con mayor fuerza, debería estar muerto.
—Estaba a veinte metros de la carretera principal —habló el hombre—. Yo y mis hermanos volvimos de un viaje a Lake Saint Jerome. —Una risa baja—. Todavía me duele el estomago por comer tantas de esas galletas.
—Comiendo con Alexei, ¿huh?
—No exactamente, pero la pareja vincular de Theo tenía muchas de esas galletas.
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Editado: 16.06.2020