—¿Qué vamos a hacer? —Tanya repitió eso por tercera vez desde que Marshall salió del lugar donde había estacionado—. Nos quitaron las tierras.
Serio como piedra de cementerio, el león tenía una expresión de muerte. Era indudable que estaba molesto por haber perdido todo por lo que lucharon tanto, pero Marshall parecía controlar mejor sus emociones, no como ella, Tanya sentía ese vacío crecer más y más...
Luchaba por no caer presa de la sensación de inseguridad, ser objetiva antes que todo. Ya los demás le habían advertido que esto podía pasar, simplemente eligió confiar en que no lo haría. Y ahí estaba, sintiéndose débil, su corazón lleno de impotencia, pensando qué sucedería a partir de ahora, cómo tomarían los demás esta terrible noticia.
Sin hogar...
Con un Alfa desaparecido...
Y lealtades divididas...
Un bloque se estrelló dentro de su pecho y ella hizo cuanto pudo por reprimir un sollozo.
—¿Qué haremos?
Pero cuando el león respondió, indiferente al ataque de histeria que estaba por caerle encima a ella, su tono fue decidido, inquebrantable.
—Compraremos otro territorio y nos mudaremos.
Lo dijo como si fuera la solución más obvia y sencilla, como comer pan con las manos... Ella veía más problemas que soluciones alrededor.
—Le debemos cincuenta mil al clan Fire Hearts —Tanya razonó, dejó las manos en puños sobre sus muslos cuando se cansó de pulir la tela con las palmas—. Si lo devolvemos solo nos quedará cuarenta mil, no conseguiremos nada por menos que eso.
Y la ACC ya le había consignado a la coalición un bono para establecerse. Todo ese dinero ya se había esfumado entre las tierras, reparaciones, comida, medicamentos, equipamiento y demás. Aunque consiguieran algo pequeño y barato, no quedaría casi nada para subsistir hasta encontrar ingresos, y de solo alimentar a cincuenta cambiantes ya era un gasto importante.
Marshall dio una sacudida de cabeza.
—Nos arreglaremos.
Él tenía una expresión en su rostro que reflejaba la determinación a no rendirse, Tanya quería que le enseñara como mantener su temple de ese modo, como no quebrarse ante la desesperación. Si lo pensaba bien..., esto le estaba afectando demasiado. Se había involucrado más de lo debido, permitió que estos gatos tocaran su corazón. Ya no eran simples pacientes.
Y verlos de otro modo dolía, porque le importaban. Todo lo que les sucediera.
Al llegar al camino de entrada al territorio, había un brillante Subaru color azul metalizado estacionado a un lado de la carretera. El nudo en su estómago se apretó con fuerza cuando un gruñido bajo le dijo de quien podría ser.
Ella estaba aquí para reclamar lo suyo.
—No creí que los papeles tardaran tan poco —murmuró.
—Con un auto como ese... —Marshall silbó—. Ha de ser rica. Los ricos siempre encuentran una forma de hacer todo a su manera.
—¿Cómo llegó tan rápido? —Tanya preguntó, quitándose el cinturón para bajar.
—Compradora con interés, hay que llegar rápido a la Casa Matriz.
Marshall no tuvo piedad de su resistencia, pero hizo cuanto pudo por no dejarla atrás y mantener un ritmo rápido a la vez, pese al agotamiento, el ardor de sus pulmones y el dolor en sus piernas, Tanya no quería llegar, porque le gustara o no era la responsable de la coalición y les había dado esperanzas durante los últimos días, en su terquedad por no verlos desplomarse, ella les dijo que las cosas se solucionarían, lo contrario era inconcebible, pero se hizo real.
Era real.
¿Cómo podía decirles que debían empacar sus cosas? ¿Y que ya no tenían un territorio ni una casa? ¿Qué lo perdieron todo?
Su visión se nubló por las lágrimas, pero no las quiso soltar. No todavía.
Peligrosos gruñidos le erizaron la piel mientras se acercaban, oh no..., ¿estaban atacando a la mujer? No, eso era malo, lo peor que podrían hacer, la policía humana les caería encima con todo el peso de la ley, Tanya no quería más gente encerrada.
Respirando de forma entre cortada, disminuyeron la velocidad al estar cerca del espacio amplio frente a la Casa Matriz, había afuera cerca de diez cambiantes mirando perplejos algo, pero la fuente cubría ese algo. Rodeando la estructura de encontraron con algo escalofriante.
La mujer de la subasta estaba ahí, vestida con ropa ya informal, una camiseta color marrón oscuro con detalles negros en el cuello y el borde de los hombros, un par de pantalones de trabajo color negro y botas de montaña negras, con un poco de polvo en ellos. Su cabello negro le llegaba hasta los hombros.
Aquella mujer de pequeña estatura sostenía el brazo de Byron doblado hacia atrás en su espalda, con su mano libre rodeaba el pecho del tigre, extendiendo..., garras..., largas y grises..., en su garganta, ella era cambiante, ella miraba a los demás con una seriedad de temer, gruñó como una advertencia. Algo se revolvió dentro de Tanya al ver a un hombre de tal tamaño y fuerza, siendo sometido de esa manera, como si no fuera más que un muñeco de trapo.
—Suéltalo —Tanya intervino.
Cuando aquella mujer cambiante volteó hacia ella, un profundo escalofrío sacudió su espina, ella tenía una forma de mirar paralizante, aguda y poderosa, como si pudiera escavar dentro de tu alma para averiguar cada debilidad y dolor, sus ojos azules, dos cristales de hielo, tenían un poder, una fortaleza que intimidaba y hacía pensar dos veces antes de hacer una mala acción hacia ella.
Tanya jamás había sentido una necesidad tan grande de pedir disculpas y salir de su rango de visión, nunca en su vida un cambiante había infundido tanto temor en ella.
—Por favor.
La mujer siguió taladrando su mirada en ella unos minutos más, y luego empujó a Byron hacia el suelo. El tigre gimió, más por miedo que por dolor, y se arrastró de inmediato para voltear y así ya no darle la espalda a aquella cambiante tan poderosa.
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Editado: 16.06.2020