Corazón de León [serie Gold Pride 1]

Capítulo 44

 

La mujer pequeña que abrió la puerta tenía rizos diferentes a los de Tanya, menos apretados y de un rico marrón oscuro, con hilos plateados mezclados. El color de sus ojos era un tono fragmentado de avellana, varios matices de ámbar y verde ondulando hacia las pupilas negras, su piel era un tono menos oscura que la de su cabello, como miel profunda, el rostro redondeado y atravesado por lineas de expresión en los bordes de sus ojos y boca, demostraba una edad avanzada.

Pero el brillo, y la energía radiante, eran dos similitudes entre madre e hija, Charity Mariah Rivers ladeó la cabeza hacia un costado, sonrió alegremente y estiró los brazos hacia Tanya. Ella estrechó la figura pequeña y generosa en un abrazo cálido.

—Hija... —Una voz igual de reconfortante como el calor que podía sentirse del hogar—. Qué hermosa sorpresa me has dado.

Aunque Tanya se encontraba contenta, una sonrisa suave tirando esos labios que deseaba probar por más tiempo del que tenía, cuando encontró su mirada, continuaba teniendo la preocupación clavada en el tono verde.

—¿Y quién es este apuesto joven? —Preguntó la mujer al separarse, ella giró un poco, fuerza humana en su mirada.

Joven... Él no había sido llamado de esa manera desde hacía mucho tiempo.

—Él es...

—Su compañero —un león en su voz, el que se levantaba con orgullo, presionando contra la piel.

Aunque ninguno de los dos la reconociera como un cambiante normal lo haría, ni sintiera el tirón que determinaba que ella era una parte integral de su vida, ambos la querían a tal punto de que podían hacer una excepción. Si no tenían el vínculo que los enlazaba como una pareja formal, entonces pretenderían que ella le pertenecía de una forma primaria. Literalmente, Patrick dejaba su corazón en sus manos.

—Oh..., vaya..., esto es...

Ahora la madre de Tanya extendió sus brazos hacia él, Patrick no puso objeción y se entregó al contacto. Tanya estaba aturdida por la declaración, por supuesto, ella sabía la mentira, si estuvo leyendo sobre el tema las últimas noches, entonces ella sabría como eran las dinámicas de los vínculos al pie de la letra.

Sin embargo, este reclamo guardaba una verdad ineludible, ella era un canto dulce que calmaba al león y le hacía olvidar el vínculo astillado que lo conducía lentamente a su fin, a su lado el dolor se sentía como una picazón punzante imposible de quitar, pero soportable. Tanya era como anestesia inundando su cuerpo, con un amor diferente al que había sentido antes.

Diferente al que Amaia le entregó en el pasado.

—He esperado tanto —titubeó Charity—. Tanya siempre fue una chica salvaje. —Se separó, levantó la cabeza para analizarlo, era muy pequeña, fácilmente le sacaba casi medio cuerpo de altura—. Eres un chico grande. Un león. —Echó un vistazo alrededor y luego agregó—. Pasen, llegaron justo para el almuerzo, los cachorros vendrán pronto.

Ante la mirada curiosa de Patrick, Tanya comentó:

—Aún les sigue llamando de esa forma a mis hermanos.

El recibidor era estrecho, tenía las paredes a los costados cubiertas con papel decorativo, floreado. Al frente una escalera de madera oscura, y detrás de esta una puerta, posiblemente un armario o almacén. A ambos lados había aberturas que daban a los espacios diferentes, a la izquierda el comedor y a la derecha la sala de estar.

Olía a verde, a vida, tierra húmeda, olores que se mezclaban con otros más salados. Patrick echó un vistazo cuando Tanya le dio un empujón, conduciéndolo a la sala de estar. Que el espacio estuviera adornado con macetas colgando del techo, y otras en esquineros de hierro y en el suelo, no le sorprendía.

Charity tenía algo que llamaba poderosamente la atención, él podía apostar que si les susurraba, las plantas crecían con gusto. Ella era bondad en sus movimientos, pero su mirada era..., un poder con garras, y era humana, muy humana. Lo reflejaba su estatura.

Conforme avanzaba la edad, los seres humanos experimentaban una fase de encogimiento y perdida de sus sentidos. Se volvían más lentos, más débiles de lo que ya eran. Pero Charity..., no podía estar seguro si era débil.

—Compañera de un león —Charity dijo, bordes de orgullo en su voz dirigida a su hija—. Suena bien.

—¿Cómo sabe que soy un león?

—Tus movimientos, son más toscos que los de un puma pero más cuidadosos que los de un jaguar, y eres mucho más grande que un leopardo. —Una sonrisa maternal—. Pero lo que me dio la señal fue la melena, los cambiantes raramente se dejan crecer la melena tan larga.

Charity deslizó su figura por otra abertura, de la que provenía el calor y esos olores salados.

—Iré con ella, ponte cómodo —la voz de Tanya raspó contra el silencio fugaz.

Y quedó solo en esta casa acogedora, la historia familiar de Tanya era interesante, le hacía creer que allá afuera, la coexistencia entre ambas razas continuaba formando lazos de amor y parentesco tan fuertes como estos. Los podía ver en los retratos colgados en las paredes, imágenes de una familia armada pero feliz.

En una, Tanya estaba subida una bicicleta roja con canastilla rosada y rueditas de entrenamiento mientras un niño de su edad, cabello oscuro y de aspecto malhumorado le empujaba desde atrás.

En otro, Tanya saltando de una gran piedra hacia el río donde otros tres niños flotaban esperando la acción, las risas se podían ver en sus rostros mojados.

Otra, la familia reunida alrededor de una fogata. Un juego de luces y sombras. 

Pudo ver al padre de Tanya en ese último cuadro, en la parte central, iluminado por el fuego, con una guitarra en sus manos, su atención fija en los ojos de una Charity más joven. El hombre afroamericano con rizos negros apretados a la cabeza removió uno de sus recuerdos empolvados. Lo había dejado atrás hace mucho, mucho tiempo, la nostalgia pinchó por dentro, pero no hubo espacio para poder desentrañar ese pedazo oculto en su memoria.




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