—Tu madre tenía el cabello casi tan rizado como el de Tanya —dijo Patrick mientras cepillaba el cabello castaño oscuro de Naiara—. Los tuyos no serán tan apretados.
La mujer humana los observaba desde el sillón de su sala, había pasado mucho tiempo con sus hijos luego de regresar al territorio. Ahora estaba en tareas ligeras por orden de toda la coalición, él los había cuidado por mucho tiempo —había dicho Gala—, era hora de devolverle el favor, aunque Patrick no pudiera mantenerse quieto por más de un día o dos.
Era el Alfa, después de todo.
—¿La querías? —Preguntó Naiara.
Patrick le había dado uno de los cinco retratos que tenía de Amaia, para que su hija conociera el rostro de la mujer que la trajo al mundo, y así supiera que estaba presente, vivía dentro de ella.
—Mucho, estuvimos juntos hasta que tu hermano cumplió diez. —Cerró los labios, le era difícil contarle todas las cosas que había pasado antes de que naciera, pero lo sabría tarde o temprano—. Luego estuve preso.
—¿Por qué?
Patrick miró a Tanya, ella se encontró con él, la mujer había aceptado cada parte de su pasado, cada huella de su corazón.
—Hice algo que no debía.
Aflojó el último nudo de sus rizos con el mismo cuidado que puso en los demás, ahora el cepillo pasaba suave entre sus cabellos.
—¿Qué cosa?
Su niña era un mar de curiosidad. Naiara tocó con un dedo el rostro de su madre.
—Robé unos archivos electrónicos a un hombre.
—Pero... —Naiara dejó de mirar el retrato para voltear hacia él, sus ojos marrones tenían confusión—. Siempre dices que es malo robar.
Era difícil ser coherente cuando tenía un pasado con tantas malas acciones..., sobre todo cuando se pretendía que sus hijos no siguieran los mismos pasos.
—Sí..., pero lo hice para ayudar a una amiga. Sin embargo, sigue siendo malo y pagué por eso. No volví a robar desde entonces.
Patrick dejó el cepillo en el otro sillón para tomar a su hija por los hombros y agacharse frente a ella. Besó a Naiara en su frente y le sonrió.
—Oye, tú madre fue importante para mí y siempre voy a recordarla, quiero que ustedes también lo hagan, ¿sí?
La pequeña movió su cabeza, pero su expresión era un poco triste.
—Esa es mi leona —rozó su nariz con la suya, la reacción de su sonrisa se llevó un poco de la tristeza afuera—. Ya estás lista cariño.
La emoción volvió a hacer sus ojos brillar, el día anterior Marshall le prometió que la llevaría al pueblo para tomar un helado y visitar el parque infantil, había rebotado alrededor de él hasta que le concedió el permiso. El otro león le había asegurado que no le quitaría los ojos de encima, la cuidaría.
Patrick no dudaba de eso.
—Hazle caso a Marshall —ordenó—. Y no te separes de él, no hables con extraños.
Le había enseñado a usar sus instintos de defensa en caso de ser atrapada por desconocidos, así que confiaba en que si sucedía algo —que no era probable porque nadie del pueblo podría ser tan descerebrado como para quitarle un cachorro a un león—, Naiara podía usar sus dientes y garras para lastimar para protegerse.
—Ella estará bien —Tanya se levantó del sillón y se acercó para tocar un mechón de cabello—. ¿Verdad?
—¡Sí! —Exclamó subiendo y bajando la cabeza, regalándole una sonrisa.
Naiara tenía un corazón noble, como el de su madre.
—Chase irá de apoyo —agregó Tanya—. Dijo que necesita comprar algunas cosas.
—Papi, la hora... —apuró Naiara.
Patrick se quedó observando su hermoso rostro, ella estaba destinada a convertirse en una pequeña y hermosa mujer.
—Dame un abrazo.
La niña le dio el retrato a Tanya y luego se arrojó a él, rodeando su cuello con sus brazos, gruñendo bajo cuando tocó la cicatriz en su nuca que todavía no desaparecía. Tardaría en acostumbrarse a eso, Patrick deslizó su mejilla por el costado de su cabeza y dejó avanzar al león para que también mimara a su hija.
Esto, pensó, era la vida...
—Diviértete.
Naiara volvió a sacudir la cabeza, luego besó la mejilla de su padre y corrió hacia la salida, Marshall ya la estaba esperando en el balcón.
—Estarán bien —Tanya aseguró—. Marshall es tan protector como tú.
Patrick se puso de pie y giró hacia ella. Tanya estaba mirando la fotografía del retrato, luego de unos segundos de silencio se dio cuenta que él también la miraba. Se encontró con él y le sonrió.
—Era muy hermosa.
Era uno de los últimos momento en los que estuvo con Amaia, Patrick había llevado a la familia un fin de semana a un lago cercano a Woodstone City, después de un picnic en las orillas tocadas por el agua, dieron una caminata por una montaña hasta una pinta de piedra sobresaliente, en la que le había tomado esa foto.
La figura de Amaia, vestida con un suéter negro de cuello bajo, pantalones de montaña color marrón claro y zapatillas a juego, enfrentaba al lago desde la punta del saliente, pero su rostro sonriente, con rizos desordenados en una melena que lo decoraba como un precioso marco, miraba hacia la cámara y sonreía.
—Sí, lo era.
Y su león estaba orgulloso de haberla tenido a su lado durante diez años. Pero era momento de dejar eso atrás y conservar los recuerdos.
Tomando el retrato de sus manos, Patrick lo dejó sobre la pequeña mesa central de vidrio y luego se detuvo frente a Tanya. Esta brillante mujer humana, la razón de que continuara respirando, estaba envuelta en un suéter de lana color blanco cremoso, vaqueros grises y botas marrones. Un conjunto práctico por si sucedía alguna cosa en el terreno que requiriera de sus cuidados.
Deslizó una mano por detrás de su cuello, dejando espacio para acariciar la línea de su mandíbula con el pulgar. Nunca se cansaría de esta vista, de esos ojos, de esos labios, de la oportunidad de seguir adelante y construir una vida juntos. Porque Patrick fue reclamado por ella, y tomaría eso en serio.
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Editado: 16.06.2020