Corazón De Lobo

Capítulo 5: Un nombre en el silencio

La mañana en la casa Duarte transcurría como siempre, con la rutina pulida de los sirvientes entrando y saliendo, los ruidos de la vajilla ordenada y el eco lejano de la voz de su madre dando indicaciones. Para cualquiera, era una vida de privilegios; para Clara Elizabeth Duarte, en cambio, cada gesto se sentía como una repetición insoportable.

Sentada frente a la mesa del desayuno, revolvía el café sin probarlo, viendo cómo la espuma giraba en círculos. Su madre la miró desde el otro extremo de la mesa.

—Clara, ¿piensas quedarte todo el día con esa cara larga? Esta noche hay otra reunión en la casa de los Santillán. Será mejor que vayas.

Ella asintió sin ganas, fingiendo una atención que no sentía. No escuchaba de verdad las palabras, porque su cabeza estaba en otro sitio. En un claro del bosque, en una mirada oscura, en un nombre que había quedado tatuado en su mente.

Aukan Nahuel.

Había repetido esas dos palabras mil veces desde que las escuchó. Le gustaba cómo sonaban juntas, cargadas de fuerza, con un eco salvaje que la estremecía. Aukan Nahuel no era solo un nombre: era un secreto que ahora ardía en su pecho como una llama.

Mientras su madre continuaba con sus recomendaciones, Clara se permitió un momento de sonrisa apenas visible. Lo había vuelto a ver, ya no era un fantasma de la noche anterior. Era real. Y no importaba cuánto se negara a su cercanía, ya no podía arrancarlo de su pensamiento.

Subió a su habitación después del desayuno, esquivando las miradas curiosas de las mucamas. Se recostó en la cama y miró el techo, dejando que las imágenes la invadieran: el bosque, sus ojos, la firmeza con la que dijo su nombre.

Tomó su diario, uno de esos cuadernos encuadernados en cuero que siempre quedaban en el velador, y escribió con letra apretada:

"Aukan Nahuel. Rebelde tigre. El nombre que no puedo olvidar."

Se quedó mirando esas palabras como si fueran un conjuro.

La rutina siguió: visitas, compromisos sociales, conversaciones banales con amigas que solo hablaban de vestidos, fiestas y futuros maridos que sus familias ya habían decidido. Clara sonreía, asentía, pero no estaba allí. Su mente vagaba siempre hacia él.

Cuando cayó la tarde, frente al espejo de su habitación, mientras se probaba un vestido para la velada de esa noche, se preguntó en silencio:

"¿Qué pensará él de mí? ¿Será que ya me olvidó… o también me lleva en su memoria?"

Por primera vez en mucho tiempo, la monotonía de su mundo le resultaba insoportable. Solo quería volver a cruzar esos ojos que habían logrado hacerle sentir viva.




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