Aukan guardó silencio un largo rato, observando el suelo húmedo como si las raíces mismas del bosque lo escucharan. Clara permanecía frente a él, expectante, con el corazón palpitando como si estuviera a punto de cruzar un umbral del que no podría regresar.
Finalmente, él levantó la vista. Había un brillo extraño en sus ojos, mezcla de dolor y resignación.
—No soy como los demás —dijo con voz grave—. Nunca lo fui. Desde niño, supe que mi sangre estaba marcada… y que mi vida jamás sería como la de cualquier otro.
Clara tragó saliva, atenta a cada palabra.
—¿Marcada por qué?
Él suspiró, como si pronunciarlo lo encadenara aún más.
—Por una maldición. Mis ancestros… hombres de este mismo suelo, guardianes del monte y de las aguas… hicieron un pacto. No con dioses, ni con santos, sino con algo mucho más antiguo. Algo que respiraba en los árboles, que rugía en las montañas y que acechaba en los ríos. Le llamaban el espíritu del bosque.
Clara se estremeció, mirando alrededor como si en ese mismo instante esas fuerzas invisibles pudieran estar allí, escuchando.
Aukan continuó:
—El pacto se hizo para proteger la tierra, para que los hombres no la devastaran con sus ambiciones. Pero toda promesa tiene un precio. Y el precio fue que, de generación en generación, uno de los nuestros cargaría con la forma del guardián: mitad hombre, mitad bestia. Yo soy el último de esa cadena.
Clara dio un paso hacia él, conmovida.
—¿Y no podés elegir? ¿No podés… liberarte de eso?
Un amargo destello pasó por los labios de Aukan.
—¿Liberarme? El bosque no permite traiciones. Si intento escapar de lo que soy, la misma naturaleza me destruiría. Estoy atado a estas tierras, a sus noches y a sus sombras. Cuando la luna me llama, no soy más que su criatura.
Ella lo miró con ojos brillantes, entre fascinación y tristeza.
—¿Y la bestia que vi… es ese guardián?
Aukan asintió despacio.
—Es el lado que me consume. No siempre lo controlo. A veces me arrastra, me convierte en un depredador. No hay forma de separarnos. Soy yo, y a la vez no lo soy.
El silencio volvió a colarse entre ellos. Clara sentía el peso de aquellas revelaciones hundirse en su pecho, pero no había miedo en su rostro. Solo una certeza que crecía dentro de ella: estaba más unida a ese secreto de lo que hubiera imaginado.
—Entonces —susurró—, si esa es tu verdad… yo quiero cargarla con vos.
Aukan la observó como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Y por primera vez, en mucho tiempo, su expresión se suavizó, dejando entrever una chispa de esperanza.
—Cuidado, Clara —dijo con voz baja, casi quebrada—. El bosque cobra caro a quienes se acercan demasiado.
Pero Clara ya había decidido que no retrocedería.