Corazón De Lobo

Capítulo 11: El susurro de la tierra

El amanecer se filtraba entre los árboles cuando Aukan se detuvo frente a Clara. Llevaba una pequeña bolsa de cuero colgada al hombro y el rostro sereno, aunque sus ojos escondían algo profundo, casi ancestral.

—Si querés entender lo que soy —le dijo con voz firme—, tenés que ver lo que el bosque guarda. Pero prometeme una cosa: que lo que veas, no lo vas a contar a nadie. Ni siquiera a los tuyos.

Clara asintió sin dudar.

—Te lo prometo.

Aukan asintió apenas y comenzó a caminar. La senda era estrecha, cubierta de raíces y hojas húmedas. A medida que avanzaban, el aire parecía volverse más denso, cargado de una energía antigua. El canto de los pájaros se apagaba, como si el bosque contuviera la respiración.

Después de un rato, el joven se detuvo frente a una gran roca cubierta de musgo. La tocó con la palma abierta y murmuró algunas palabras en su lengua. El suelo tembló suavemente y una grieta se abrió a un costado, revelando un pasadizo natural entre las piedras.

—Pasá —dijo con calma.

Clara lo siguió, con el corazón latiendo fuerte. Dentro, la luz era tenue, filtrada por pequeños agujeros en la piedra. Caminó unos metros más hasta que el túnel desembocó en un claro oculto. Allí, un lago cristalino reflejaba el cielo y un círculo de árboles gigantescos lo rodeaba, sus ramas entrelazadas formando una cúpula viva.

Clara apenas pudo respirar.

—Es… hermoso.

—Este lugar —dijo Aukan— es el corazón del bosque. Mis antepasados lo llamaban Kuyen Lafken, el espejo de la luna. Acá el espíritu duerme.

Mientras hablaba, varios animales comenzaron a aparecer entre la maleza: un ciervo joven, una pareja de zorros, un grupo de aves que revoloteaban en silencio sobre ellos. Ninguno mostraba miedo. Algunos incluso se acercaron a Aukan, rozándole las manos, como viejos amigos.

Clara observó maravillada.

—No te temen… te reconocen.

Aukan sonrió apenas.

—El bosque sabe quién lo protege. En cada criatura late una parte de su alma. Cuando estoy en calma, ellos también lo están. Cuando la ira me domina… todo lo que me rodea se altera.

Clara dio un paso hacia el lago y notó su reflejo temblar junto al de él. El agua, por un instante, brilló con una luz plateada.

—¿Eso también es parte del espíritu?

Aukan asintió lentamente.

—La luna y el bosque son uno. Cuando ella se alza, su fuerza despierta en mi sangre. Es un don y una condena. Pero vos… —la miró con una mezcla de ternura y temor— vos trajiste algo distinto. Desde que apareciste, el bosque está más tranquilo.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Creés que tengo algo que ver con eso?

—No lo sé —respondió él—. Pero el espíritu no se equivoca. Te aceptó sin dudar.

El silencio volvió a envolverlos, pero esta vez no era incómodo. Era profundo, como si el bosque mismo los estuviera observando. Clara sintió que algo dentro de ella se despertaba, un lazo invisible que la unía a ese lugar… y a él.

Cuando el viento sopló, las hojas parecieron susurrar su nombre.

> Clara… Clara…

Y ella entendió, sin necesidad de palabras, que su destino acababa de entrelazarse con el de Aukan Nahuel para siempre.




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