Corazón De Lobo

Capítulo 18 — El Susurro en la Niebla

El bosque parecía otro.
La niebla se había espesado tanto que Julián apenas distinguía el camino por donde había venido. El frío lo calaba hasta los huesos, y aunque intentaba convencerse de que solo seguía a Clara “por preocupación”, algo dentro de él ardía: un fuego denso hecho de celos y desprecio.

—¿Dónde te metiste, maldita sea? —murmuró, avanzando entre raíces y ramas.

El aire cambió. Ya no olía a tierra húmeda ni a hojas, sino a hierro, a algo viejo y rancio, como sangre seca.
El silencio era absoluto… hasta que escuchó una voz.

—¿Buscás a alguien?

Julián giró bruscamente. Nadie. Solo árboles torcidos y sombras que parecían moverse por sí solas.

—¿Quién anda ahí? —gritó, intentando sonar firme.

—Un corazón envenenado… qué aroma tan exquisito… —susurró la voz, arrastrándose como un viento que hablaba.

De pronto, la niebla cobró forma frente a él. Una figura alta, sin rostro definido, con ojos rojos que ardían como brasas, emergió del suelo. Su presencia heló el aire.

—¿Qué… qué sos? —tartamudeó Julián, retrocediendo.

—Soy lo que late entre las sombras. Lo que este bosque guarda cuando el sol no lo ve —respondió la voz, grave, gutural—. Puedo sentir tu odio. Quieres destruir al guardián, ¿no es así?

Julián apretó los puños.
—Ese maldito indio me robó algo que es mío.

La figura sonrió, o al menos eso pareció.
—No te robó nada. Solo te mostró lo que nunca tuviste: valor, pureza, propósito. Pero puedo darte algo mejor.

Un tentáculo de humo negro se deslizó alrededor de su brazo, subiendo como una serpiente hasta su cuello. Julián intentó soltarlo, pero no podía moverse.

—¿Qué estás haciendo?

—Abriéndote los ojos. Mostrándote cómo conseguir lo que querés. Si aceptás mi don, tendrás fuerza, velocidad, poder... y nadie volverá a mirar al “lobo” sin miedo.

Las sombras se le metieron por la piel, y un ardor lo recorrió de pies a cabeza.
Gritó, pero su voz fue ahogada por la niebla.
Su reflejo, en un charco de agua turbia, mostraba ahora unos ojos oscuros, casi negros, con destellos carmesí.

—Sí… —susurró el espíritu—. Llevás dentro lo que necesito: rencor, envidia, deseo. Serás mi nuevo instrumento.

Julián cayó de rodillas, jadeando, mientras las sombras se disipaban lentamente.
Cuando volvió a incorporarse, ya no temblaba. Su respiración era pausada, y una sonrisa helada se dibujó en su rostro.

—¿Qué querés que haga? —preguntó, con la voz ronca.

—Que le devuelvas al bosque su equilibrio… matando al falso protector. Y que el mundo lo vea como el monstruo que es.

La niebla se disolvió completamente, dejando el bosque en un silencio lúgubre.
Julián se miró las manos: estaban manchadas de una leve sombra negra que se desvanecía lentamente bajo su piel.

—Perfecto… —murmuró—. Nadie sospechará. Haré que todos piensen que fue el “lobo” otra vez.

Se volvió hacia el camino de regreso, los ojos ardiendo como ascuas.
La voz del espíritu todavía resonaba en su mente:

—El miedo será tu arma. La sangre, tu rastro.

Y mientras Clara avanzaba más adentro del bosque, siguiendo el llamado del corazón, el verdadero peligro ya caminaba de vuelta hacia el pueblo.




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