Corazón De Lobo

Capítulo 19 — Entre la Paz y la Tormenta

El bosque parecía en calma.
El aire era más cálido, las aves volvían a cantar, y una suave neblina se deslizaba entre los troncos como un suspiro. Clara caminaba despacio, con una canasta entre las manos. Había horneado pan, algo que hacía tiempo no intentaba, y llevaba también unas vendas y un frasco de miel que Rayen le había preparado “por si él aún estaba débil”.

Cuando la cabaña apareció entre los árboles, su corazón dio un vuelco.
Aukan estaba afuera, hachando leña, el torso desnudo, el cuerpo marcado por cicatrices antiguas y nuevas. La luz del mediodía le doraba la piel, y Clara, sin poder evitarlo, se quedó quieta observándolo.

Él levantó la vista y sonrió apenas.
—Volviste —dijo, dejando el hacha a un lado.

—Te prometí que lo haría —respondió ella, acercándose—. Traje pan… y esto —levantó la canasta.

—No hacía falta.

—Sí hacía —insistió Clara, con una sonrisa tímida—. No puedo quedarme tranquila sabiendo que estás acá solo, herido.

Aukan la miró en silencio un momento. Luego la invitó a pasar. Dentro, el fuego crepitaba débilmente en la chimenea. La madera olía a resina y a humo.

Clara dejó la canasta sobre la mesa y se sentó cerca del fuego.
—Rayen dice que el bosque está más tranquilo últimamente —comentó.

—Por ahora —dijo Aukan, mientras se sentaba frente a ella—. Pero hay algo… algo que no encaja. El aire cambió. Hay una energía extraña moviéndose entre los árboles.

—¿Otra presencia?

—No lo sé —respondió él, mirándola—. Pero no quiero que te acerques demasiado al corazón del bosque, Clara. Si algo pasa… no quiero que estés cerca.

Ella lo miró largo rato, sin decir nada.
Luego, despacio, se levantó y se acercó a él.
—No vine hasta acá para huir de las cosas que me asustan —susurró—. Vine porque… cuando estoy con vos, todo tiene sentido.

Aukan bajó la mirada.
—No deberías sentir eso por alguien como yo.

—¿Alguien como vos? —preguntó ella, dando un paso más—. ¿Un hombre que arriesga su vida por otros? ¿Que protege lo que ama?

Él intentó hablar, pero las palabras no salieron. Entonces ella tomó su rostro entre las manos, y lo besó.
Fue un beso suave al principio, como si ambos temieran romper algo sagrado. Luego, más profundo, más sincero.

El fuego crepitó con fuerza, iluminando la habitación.

Cuando se separaron, Aukan apoyó su frente en la de ella.
—Si supieras todo lo que se mueve allá afuera, no estarías acá —susurró.

—Entonces no me lo digas —respondió Clara, sonriendo apenas—. Déjame quedarme un rato más.

Él asintió. Afuera, el bosque parecía contener la respiración.
Por primera vez en mucho tiempo, la cabaña no era un refugio del peligro, sino un refugio del mundo.

Esa noche cenaron juntos, compartiendo risas y silencios. Ella le curó una herida del brazo, y él le enseñó los nombres de las estrellas que se veían desde la ventana.

Nada parecía anunciar el mal que se acercaba, ni las sombras que se extendían desde el pueblo con cada muerte que el espíritu dejaba tras de sí.
Pero el destino ya había elegido su rumbo.

En medio del bosque, bajo el resplandor de la luna, dos corazones se unían… mientras la oscuridad afilaba sus colmillos.




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