Corazón De Lobo

Capítulo 22 — La Cacería del Lobo

El aire del amanecer estaba cargado de una tensión antigua, como si el bosque mismo presintiera lo que se avecinaba. El murmullo de los árboles se confundía con las voces de los hombres del pueblo que, armados con escopetas, linternas y antorchas, se reunían en la plaza.
—Hoy se acaba esta pesadilla —gruñó uno de los vecinos, apretando el mango del hacha.
—El lobo ya se llevó demasiado —dijo otro, y el eco de esas palabras pareció prender fuego al miedo colectivo.

Entre ellos estaba Julián Santillán, con los ojos sombreados por una oscuridad que no era solo odio. Sentía cómo algo en su interior lo susurraba, una voz áspera, profunda, que le prometía fuerza y venganza.
“Haz que te teman… hazlo pagar…”, siseaba el espíritu que se había aferrado a él.
Julián sonrió apenas, y cuando su mirada se alzó hacia el bosque, los demás hombres creyeron ver decisión en sus ojos. Nadie imaginaba que no era su voluntad la que lo guiaba.

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Clara, mientras tanto, observaba desde lejos el inicio de la expedición. El corazón le latía tan fuerte que temía que los del grupo pudieran oírlo.
—No entienden nada… —susurró, apretando su abrigo—. Él no es un monstruo.

Rayen la había intentado detener, pero Clara no escuchó razones. En cuanto vio al grupo perderse entre los primeros árboles, tomó un atajo por el sendero que Aukan le había mostrado semanas atrás.
Sabía que el bosque era peligroso, que incluso los animales estaban inquietos. Pero había algo más… un zumbido en el aire, una energía extraña que hacía temblar las hojas aunque no soplara el viento.

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Los hombres avanzaban entre la espesura, empujando ramas, dejando marcas con machetes. Uno de ellos levantó el puño, pidiendo silencio.
A lo lejos, un aullido resonó. No era un sonido de bestia hambrienta, sino un lamento antiguo, profundo, que caló los huesos de todos.
—Está cerca… —dijo Julián, y su voz pareció retumbar más grave de lo normal.
El grupo se miró entre sí, dudando. Algo en el ambiente había cambiado: el bosque se cerraba detrás de ellos, los caminos se volvían indistintos, y las linternas titilaban como si el aire se espesara.

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Clara corría entre los árboles, esquivando raíces, guiada solo por la intuición. De pronto, el suelo tembló bajo sus pies.
—Aukan… —susurró con angustia, mirando en dirección al sonido.

El cielo se había oscurecido sin que cayera la tarde. Una neblina verdosa comenzó a descender entre los troncos. Clara escuchó gritos —los cazadores se habían dispersado— y supo que el espíritu estaba entre ellos, manipulando sus mentes, alimentándose de su miedo y de su rabia.

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Más adentro, Aukan había sentido el llamado. Desde su cabaña, el bosque le habló con voces múltiples, los árboles crujieron como advertencia.
—Ya llegó… —murmuró, poniéndose de pie.
Sus ojos se encendieron con el resplandor dorado del espíritu del guardián.

Sabía que no podría huir esta vez.
No era solo una cacería: era una guerra por el alma del bosque.

Y mientras los hombres se internaban más, perdiéndose en la niebla y la confusión, Clara se acercaba a contracorriente, decidida a encontrarlo antes de que el odio humano hiciera lo irreversible.

El destino de ambos ya estaba entrelazado con la luna que ascendía, roja, sobre los árboles.




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