El bosque estaba silencioso, tan denso que cada paso parecía retumbar en la tierra. La neblina se deslizaba entre los árboles como un espíritu antiguo, y los cazadores avanzaban con las antorchas en alto, respirando miedo y rabia.
De pronto, entre la bruma, vieron la silueta de una cabaña. Frente a ella, sentado sobre un tronco cortado, Aukan los esperaba. Su postura era serena, pero su mirada brillaba con una luz profunda, salvaje y humana al mismo tiempo.
—Los estaba esperando —dijo con voz grave, levantándose lentamente.
Los hombres se miraron entre sí, dudando. Nadie esperaba que el supuesto “monstruo” se mostrara tan… tranquilo.
Julián, sin embargo, dio un paso al frente, la escopeta en alto y el rostro endurecido.
—Así que eras vos —escupió—. Por tu culpa hay gente muerta. Por tu culpa el pueblo vive con miedo.
Aukan lo miró sin mover un músculo.
—No fui yo —respondió, con calma—. El bosque tiene muchas sombras, y no todas me obedecen.
—¡Mentiras! —rugió Julián, girando hacia los demás—. ¡Lo dice el mismo demonio que nos engañó durante años! ¿Cuántos más tienen que morir para que abramos los ojos?
Un murmullo recorrió el grupo. Algunos hombres levantaron sus armas; otros bajaron la vista, inseguros.
Aukan dio un paso adelante, alzando las manos.
—Escúchenme. Yo cuido este lugar desde antes que ustedes nacieran. Hay algo más aquí, algo que despertaron con su miedo. Ese espíritu se alimenta de ustedes.
El viento se levantó, como si confirmara sus palabras. Las antorchas chispearon y la neblina se volvió más espesa.
De repente, una voz femenina irrumpió desde el fondo del sendero:
—¡Basta! ¡No disparen!
Clara emergió corriendo de entre los árboles, respirando agitada, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Él no fue! —gritó, interponiéndose entre Aukan y los cazadores—. Tengo pruebas, lo vi con mis propios ojos. ¡El verdadero asesino está entre ustedes!
Julián la miró, sorprendido y enfurecido a la vez.
—¿Qué estás diciendo, Clara? —rugió, apretando el arma—. ¿Ahora lo defendés? ¿A una bestia?
—¡No es una bestia! —respondió ella, sin retroceder—. Es un guardián. Él protege este bosque, incluso de lo que ustedes no entienden.
Aukan, detrás de ella, bajó la mirada. Su respiración se mezclaba con el pulso del bosque, que latía con fuerza bajo sus pies.
Por un instante, el grupo dudó. Algunos hombres bajaron las armas, conmovidos por la firmeza de Clara. Pero Julián dio un paso adelante, y un destello oscuro cruzó sus ojos.
—Si no vas a apartarte… —dijo con una voz que ya no parecía suya— entonces morirás con él.
El aire se volvió pesado. La tierra vibró. Y en ese instante, Clara sintió un escalofrío recorrerle la espalda: el espíritu estaba allí, usando a Julián como su nueva forma.