Corazón De Lobo

Capítulo 24 — Fuego en la Sangre

El aire se volvió tan denso que parecía imposible respirar. Las hojas susurraban en lo alto de los árboles, agitadas por un viento que no era natural. El espíritu se deslizaba invisible entre los hombres, avivando su miedo, empujando sus manos temblorosas hacia las armas.

Aukan dio un paso al frente, interponiéndose entre Clara y Julián. Su mirada, dorada y penetrante, contenía una mezcla de furia y compasión.

—Julián… no sos vos el que habla —dijo, con voz firme pero triste—. Esa cosa se alimenta de tu rabia, te está usando.

—¡Cállate, animal! —gritó el joven, sus ojos brillando con una sombra rojiza que no era humana—. ¡Yo sé lo que sos! ¡Te vi! ¡Vi a la bestia que escondés!

Clara intentó acercarse, pero Aukan extendió un brazo para detenerla. El aura que emanaba de Julián era pesada, como un humo oscuro que corrompía el aire a su alrededor.

Aukan apretó los puños, su cuerpo temblando bajo la tensión.
—Si tenés algo de humanidad todavía, luchá contra él. No dejes que te domine.

El muchacho soltó una carcajada seca, que no parecía venir de su garganta sino de algo más profundo.
—¿Humanidad? ¿Vos hablás de humanidad, monstruo? —susurró, mientras sus dedos rozaban el gatillo de la escopeta—. Vos me la quitaste cuando ella…

Clara lo interrumpió, con la voz quebrada pero decidida:
—¡Basta, Julián! ¡Dejen de escuchar mentiras!

Todos se giraron hacia ella. Su corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo en los oídos. Sabía que debía hacerlo, que no había otra forma de romper ese hechizo de odio.

—Aukan no es culpable —dijo, mirando a cada uno de los hombres que la rodeaban—. Lo sé porque esa noche… esa noche estuve con él.

Un murmullo recorrió el grupo como una ola. Algunos hombres se quedaron paralizados; otros soltaron insultos, horrorizados. Julián, en cambio, se quedó inmóvil. Sus ojos se abrieron con una mezcla de incredulidad y furia.

—¿Qué dijiste? —susurró, la voz temblándole.

Clara lo sostuvo con la mirada. No retrocedió.
—Pasamos la noche juntos —repitió con firmeza—. Él me salvó la vida. No fue ningún monstruo… fue un hombre.

El silencio fue brutal. Se oían los pájaros huir a lo lejos.
Entonces, la expresión de Julián se deformó. El espíritu dentro de él rugió, apoderándose por completo de su cuerpo.

—¡Mentirosa! —aulló con una voz que ya no era suya.
Levantó el arma. Todo ocurrió en un instante: un destello, un rugido, un disparo que partió el aire.

Aukan se movió con velocidad sobrehumana, empujando a Clara hacia un costado. El sonido del disparo retumbó entre los árboles, y el humo de la pólvora se mezcló con la niebla del amanecer.

Por un segundo, todo se detuvo.
El arma cayó al suelo.
El eco del disparo se desvaneció.
Y nadie sabía quién había sido alcanzado.




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