Corazón De Lobo

Capítulo 26 — El Llamado del Espíritu

La lluvia había comenzado a caer, fina, como si el cielo llorara lo ocurrido. Los cazadores, enmudecidos por la confesión de Julián, lo sujetaban con fuerza. Ya no había odio en sus ojos, solo vergüenza. El joven apenas se resistía; su cuerpo parecía vacío, su alma consumida por la culpa y el veneno del espíritu que lo había usado.

Aukan, con Clara entre sus brazos, se acercó lentamente. La sangre manchaba su pecho y su respiración era entrecortada. Los hombres lo miraron, sin atreverse a decir una palabra. La presencia del lobo ya no les inspiraba miedo, sino respeto.

—Tienen que irse —dijo Aukan con voz grave—. El bosque está herido… y si se quedan, no podrán salir.

Uno de los cazadores, el más viejo, dio un paso adelante.
—¿Y vos? —preguntó, con tono humilde.

Aukan bajó la mirada hacia Clara. Su piel estaba pálida, sus labios temblaban. Cada respiración era un suspiro que parecía despedirse.
—Yo debo quedarme. Ella aún puede vivir, pero no aquí. Necesito llevarla donde la luz del espíritu todavía respira.

El hombre asintió, bajando la cabeza.
—Te debemos más de lo que merecemos, muchacho.

Los demás lo imitaron, y uno a uno fueron saliendo del claro, guiados por Aukan hacia el sendero que los llevaría fuera del bosque.
—Sigan el canto del arroyo —les indicó—. Cuando el aire se vuelva tibio, sabrán que la maldición los ha dejado.

Ellos obedecieron, cargando a Julián entre sus manos. Antes de desaparecer entre la bruma, uno de los cazadores se volvió por última vez:
—Que el espíritu la proteja, guardián.

Y se fueron.

Aukan los observó hasta que el último de los pasos se perdió en la distancia. Luego, levantó a Clara y la llevó a la cabaña. El fuego en el hogar aún ardía débilmente. La recostó sobre el lecho de pieles, le limpió la herida con manos temblorosas, y la cubrió con un manto tejido por Rayen.

—No me dejes, Clara —murmuró, acariciando su rostro—. No ahora que recién te encontré.

Sus lágrimas cayeron sobre su piel, mezclándose con la sangre. Desesperado, salió de la cabaña y se arrodilló frente al viejo árbol sagrado que se alzaba detrás, un tronco torcido que había resistido siglos de tormentas.

—Espíritu del bosque… —dijo con la voz quebrada—. Te lo ruego. Ella no pertenece a esta oscuridad. Tómame a mí si hace falta, pero déjala vivir.

El viento comenzó a soplar, moviendo las hojas como si el bosque respondiera a su plegaria. Una energía suave, casi invisible, lo envolvió. La tierra vibró bajo sus manos y una luz azulada emergió entre las raíces del árbol.

Aukan cerró los ojos. Su respiración se mezcló con el ritmo de la naturaleza. Las runas de su linaje, grabadas en su piel, comenzaron a brillar con un fulgor antiguo.

Dentro de la cabaña, Clara se movió apenas. Un hilo de aire cálido recorrió su cuerpo, y la sangre que antes fluía sin control empezó a detenerse. Sus labios murmuraron un nombre entre sueños:

—Aukan…

Él lo sintió, y su corazón latió con fuerza. El espíritu había escuchado. Pero con ese milagro también llegó un precio. Una voz profunda resonó dentro de su mente:

"Una vida por otra, guardián. Así es el pacto del bosque."

Aukan abrió los ojos, con el alma helada.
El bosque había aceptado salvarla… pero no sin cobrar su deuda.




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