Corazón De Lobo

Capítulo 27 — El Precio del Bosque

El amanecer despuntaba sobre los árboles, y la neblina, suave como un velo, comenzaba a levantarse. Un rayo de sol se filtró por entre las ramas, iluminando la cabaña donde Clara yacía dormida. Su respiración era tranquila, su piel ya no estaba pálida, y el dolor se había desvanecido como si nunca hubiera existido.

Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue el techo de madera y el fuego tenue que aún ardía en el hogar. Todo era silencio, salvo por un murmullo profundo, como un suspiro del bosque que se colaba por las rendijas.

Se incorporó lentamente, sin comprender del todo lo ocurrido. Entonces lo vio.

A través de la puerta entreabierta, Aukan estaba arrodillado frente al gran árbol sagrado. La luz del sol lo bañaba en destellos dorados, pero en su piel se encendían runas azuladas, grabadas como cicatrices antiguas. Brillaban y se apagaban en un ritmo vivo, como si respiraran junto a él.

Clara se quedó quieta, maravillada y temerosa. El aire alrededor vibraba con una energía imposible de describir.
—Aukan… —susurró apenas.

Él abrió los ojos y giró hacia ella. Al verla de pie, sonrió con alivio, un gesto cálido y humano que le borró el cansancio del rostro. Se levantó, caminó hacia ella y la tomó entre sus brazos con fuerza, casi sin poder creerlo.

—Estás viva… —murmuró contra su cabello—. El bosque te devolvió la vida.

Clara sintió el calor de su cuerpo, la fuerza que lo envolvía, pero también algo distinto. Un pulso salvaje latía bajo su piel, un ritmo nuevo, primitivo, como si el corazón del bosque latiera junto al suyo.

—¿Qué fue eso, Aukan? —preguntó con voz temblorosa, separándose apenas para mirarlo a los ojos—. Vi tu piel… esas luces… parecía que el bosque te estaba… absorbiendo.

Él la miró con ternura y tristeza al mismo tiempo.
—El bosque escuchó mi ruego —dijo, acariciándole el rostro—. Me devolvió lo que más amaba. Pero todo don tiene su precio.

—¿Qué precio? —preguntó ella, con un nudo en la garganta.

Aukan desvió la mirada. El brillo de las runas se hizo más intenso por un instante, marcando sus brazos, su cuello, incluso el contorno de su pecho. Cuando volvió a hablar, su voz tenía un tono grave, casi dolido:
—Antes, la bestia solo despertaba con la luna llena. Ahora… está conmigo siempre.

Clara lo miró, incapaz de hablar.
—¿Siempre?

Él asintió lentamente.
—El bosque lo quiso así. Dijo que si deseaba salvarte, debía aceptar su marca, su fuerza… y su carga. Desde ahora, no hay separación entre el hombre y el lobo. Soy ambas cosas, en todo momento.

El silencio se extendió entre ellos, interrumpido solo por el canto lejano de los pájaros. Clara acarició su mejilla con suavidad, y sintió un leve temblor bajo su piel, como si un rugido contenido se moviera en su interior.

—Entonces… —susurró— el bosque no solo te salvó a mí. Te cambió para siempre.

Aukan sonrió, aunque sus ojos revelaban el peso de la verdad.
—No me importa, Clara. Si eso significaba verte abrir los ojos una vez más, volvería a hacerlo.

Ella lo abrazó con fuerza, hundiendo el rostro en su pecho, donde aún latía el eco salvaje del bosque. En ese instante, entendió que lo amaba tal como era: hombre y lobo, alma y espíritu.

A lo lejos, el viento sopló entre los árboles, llevando consigo una voz antigua que parecía pronunciar una bendición… o quizás una advertencia.

"El bosque da… pero nunca olvida."




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