Corazón De Lobo

Capítulo 28: El regreso

El sol ya comenzaba a asomar entre las copas de los árboles cuando Aukan tomó la decisión de llevar a Clara de regreso a su hogar. La muchacha, aún débil, caminaba a su lado envuelta en un manto de lana, apoyando su cabeza en su hombro. El bosque los despedía en silencio, como si incluso las criaturas comprendieran que algo había cambiado para siempre.

Aukan sentía el peso de su nueva naturaleza ardiendo bajo la piel. Las runas grabadas en su cuerpo seguían brillando débilmente, y por momentos percibía el pulso salvaje del lobo intentando mezclarse con el suyo. Ya no era posible distinguir dónde terminaba el hombre y dónde comenzaba la bestia. Pero, aun así, había paz en su mirada. Clara respiraba, y eso bastaba.

El camino hacia el pueblo fue largo y silencioso. Clara miraba de reojo a Aukan, intentando descifrar esa nueva calma que lo rodeaba. Había algo distinto en él… una fuerza serena, pero también una tristeza que no estaba antes.

—¿Te duele? —preguntó ella, refiriéndose a las runas que aún se veían sobre su piel.
Aukan sonrió apenas.
—No. El bosque solo marca lo que protege.

Al llegar al límite del pueblo, el aire cambió. Los murmullos se hicieron presentes apenas los vieron. Algunos hombres los reconocieron desde lejos, deteniéndose en seco. Las noticias del enfrentamiento y del disparo ya se habían propagado, pero nadie esperaba verlos vivos… y juntos.

Cuando llegaron frente a la casa de Clara, su madre salió corriendo al verla. La abrazó con fuerza, rompiendo en llanto. Su padre, en cambio, se mantuvo de pie en la puerta, observando a Aukan con una mezcla de recelo y desprecio.

—¿Qué hacés trayéndola así? —preguntó con voz dura.
—La salvó —respondió Clara, antes de que él pudiera decir nada más—. Si no fuera por él, estaría muerta.

Su padre la tomó de los hombros, examinándola, y luego miró al joven.
—No quiero que vuelvas a acercarte a mi hija —dijo tajante—. No después de todo lo que pasó.

Clara quiso protestar, pero Aukan puso una mano suave sobre la suya.
—Déjalo, Clara. Está bien —dijo con voz tranquila, aunque en sus ojos brillaba un dolor profundo—. Tu lugar está con ellos.

Ella bajó la mirada, sintiendo el peso del adiós.
—¿Y el tuyo? —preguntó en un susurro.
Aukan miró hacia el bosque, donde el viento agitaba las hojas como un llamado distante.
—El mío… está donde la luna no deja de brillar.

Sin decir más, dio media vuelta y comenzó a alejarse. Clara lo siguió con la mirada hasta que su figura se perdió entre los árboles. Supo entonces que, aunque estuvieran separados, algo los había unido para siempre.

Y mientras la noche volvía a caer sobre el bosque, un aullido resonó en la distancia: profundo, solitario, lleno de amor y de promesa.




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