Corazón De Lobo

Capítulo 30: El guardián y la distancia

El bosque amanecía cubierto de neblina. La humedad del rocío se aferraba a las hojas, y el aire tenía ese aroma fresco que solo conocían los que vivían entre los árboles. Desde lo alto de un peñasco, Aukan observaba el valle donde el pueblo despertaba lentamente. Las chimeneas comenzaban a humear, el canto de los gallos marcaba el inicio de un nuevo día, y entre todas esas casas, sus ojos siempre terminaban buscando una sola: la de Clara.

No necesitaba verla para saber que estaba ahí. Podía sentir su presencia. Su olor, su respiración, su energía. El vínculo que el bosque había sellado entre ambos seguía vivo, incluso después del sacrificio.

Pero Aukan ya no era el mismo.
Desde el ritual, algo dentro de él había cambiado para siempre. El fuego interior, la fuerza salvaje del lobo, no dormía más. Palpitaba con cada latido de su corazón, mezclado con su propia esencia. Su cuerpo seguía siendo humano, pero su alma ya no conocía del todo esa forma. Era guardián… y bestia al mismo tiempo.

A veces, al caminar, los animales se apartaban con respeto. Los ciervos bajaban la cabeza, los búhos lo seguían con sus ojos dorados, y hasta el viento parecía rodearlo en silencio. El bosque lo había aceptado como su guardián eterno, pero también lo había condenado a una vida de soledad.

Desde aquella noche, no había vuelto a cruzar palabra con Clara. La había acompañado hasta la entrada del pueblo, y luego desapareció entre las sombras. La promesa que le hizo al espíritu seguía pesando sobre él:

> “El bosque te devuelve lo que amas, pero el amor no te pertenece más. Tu lugar será proteger, no poseer.”

A veces la veía de lejos, en la colina donde solía escribir. La miraba sentarse con su cuaderno, su cabello danzando con el viento, los ojos fijos en el horizonte. Y aunque cada fibra de su ser le pedía acercarse, sabía que no podía hacerlo. Si la bestia se alteraba, si el vínculo se rompía, el equilibrio del bosque correría peligro.

Una noche, mientras la luna se alzaba en lo alto, Aukan se acercó a la orilla del bosque. Desde ahí, vio la luz encendida en la ventana de su habitación.
El corazón le tembló.
Podía escucharla respirar a la distancia, podía oler el aroma de su cabello flotando en el aire. Y entonces, un murmullo suave, casi imperceptible, recorrió su mente:

> “Ella también te siente.”

El bosque hablaba, recordándole que ese amor no había sido borrado, solo transformado.

Aukan cerró los ojos y dejó que la brisa nocturna lo envolviera.
Las runas en su piel resplandecieron tenuemente, reflejando la luz de la luna. En ese instante, por un breve momento, creyó ver su reflejo en el río: mitad hombre, mitad lobo, y en ambos rostros, los mismos ojos dorados.

Sabía que su destino era protegerla desde las sombras.
Sabía que el precio de su amor era la distancia.

Pero mientras ella siguiera viva, mientras su risa siguiera resonando en el viento del valle, Aukan seguiría ahí.
El guardián del bosque.
El lobo de la luna.
El hombre que la amó tanto, que eligió desaparecer para que ella pudiera seguir viviendo.

Y cuando la luna alcanzó su punto más alto, Aukan levantó la vista hacia el cielo y dejó escapar un aullido.
Largo, profundo, lleno de nostalgia y amor.

El eco se perdió entre los árboles, pero en una casa lejana, Clara despertó sobresaltada…
con el corazón latiendo al mismo compás.




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