El sol comenzaba a caer detrás de los cerros cuando el motor de la 4x4 ultimo modelo se detuvo frente a la cabaña de Reyen. El padre de Clara salió apresurado, casi tropezando con las raíces que sobresalían del suelo. Golpeó la puerta con desesperación.
—¡Por favor! ¡Necesito ayuda! —gritó, con la voz quebrada por la angustia.
La puerta se abrió lentamente, y Reyen apareció envuelta en su manta tejida, con los ojos serenos pero firmes, como si hubiera estado esperándolo. El hombre respiraba agitado, el rostro desencajado.
—Doña Reyen… —dijo, intentando encontrar palabras—. ¡Se la llevaron! ¡Ese chico, Julián Santillán…! ¡Ya no es humano! Entró en casa, tiró la puerta abajo, y… y se llevó a Clara…
Reyen lo observó en silencio. No necesitó más explicaciones. Sus dedos temblorosos recogieron una hoja seca del suelo y la sostuvo con ambas manos. Cerró los ojos, murmuró palabras antiguas en su lengua, y la hoja comenzó a arder con una luz azulada.
El aire cambió. El bosque se estremeció.
Un viento helado recorrió los árboles y una silueta se materializó entre las sombras: el guardián del bosque, mitad hombre, mitad bestia. Sus ojos brillaban con un tono dorado intenso.
El padre de Clara cayó de rodillas al verlo.
—Por favor… te lo suplico —dijo con la voz temblorosa—. Se la llevaron… se llevaron a mi hija. No sé qué es ese monstruo, pero… si alguien puede traerla de vuelta, sos vos.
El guardián lo observó con seriedad. Durante un instante, el silencio del bosque fue absoluto. Luego, la voz grave y ronca de Aukan emergió desde dentro de la bestia:
—Julián Santillán… —murmuró con un tono oscuro—. Ya no queda nada del muchacho que fue.
Reyen asintió lentamente.
—El espíritu maligno lo ha elegido como su nuevo instrumento. Va tras vos, Aukan. Pero su odio lo ciega… y por eso ha tomado a la muchacha.
El lobo alzó la cabeza, olfateando el aire, reconociendo el aroma de Clara en la distancia. Un gruñido profundo retumbó desde su pecho.
—Si la toca… —dijo con voz baja, casi un rugido—, el bosque entero arderá para traerla de vuelta.
Reyen se acercó, posó su mano en su pelaje y murmuró:
—Recuerda quién eres, nieto. No dejes que la bestia te consuma… pero no temas usar su fuerza. El amor que llevás dentro también es parte del guardián.
Aukan inclinó la cabeza en señal de respeto y luego desapareció entre los árboles, dejando solo el eco de su aullido en el atardecer.
El padre de Clara cayó al suelo, llorando. Reyen miró hacia el horizonte, sabiendo que la guerra entre luz y sombra había vuelto a empezar.