Corazón De Lobo

Capítulo 36 — La batalla del guardián

El bosque entero contuvo la respiración.
Las ramas se curvaban, los animales huían entre los matorrales, y el aire se volvió un remolino de hojas.
Frente a frente, Aukan y Julián se miraron como dos fuerzas opuestas de la misma naturaleza. Uno era el fuego que protegía, el otro la sombra que devoraba.

Clara yacía en el suelo, inconsciente, mientras una neblina espesa cubría el claro.

—Te quitó todo —dijo Julián, con una voz que ya no era suya, sino la del espíritu que lo poseía—. Ella debía ser tu perdición, no tu redención.

Aukan sintió el rugido crecer dentro de su pecho.
—No hables de lo que no conocés. Ella me salvó de mí mismo… y yo haré lo mismo con vos.

El cuerpo de Julián se estremeció, y la sombra que lo habitaba se expandió como un humo negro, retorciéndose a su alrededor. De sus manos emergieron garras hechas de oscuridad.
—¡No hay salvación para ninguno de los dos! —gritó, lanzándose hacia él.

El impacto fue brutal. Aukan lo esquivó por un instante, pero el golpe del brazo oscuro lo lanzó contra un árbol. El tronco se partió en dos con un sonido seco.
El guardián se levantó, gruñendo, y sus ojos dorados ardieron más intensos que nunca.
Las runas en su piel comenzaron a brillar con un tono azul eléctrico, extendiéndose por sus brazos y cuello.

El bosque respondió.
Las raíces se movieron como serpientes bajo la tierra, envolviendo las piernas de Julián para frenarlo, pero el espíritu dentro de él rugió y las destrozó con una onda de energía negra.
El suelo se abrió, lanzando chispas, como si fuego y sombra se enfrentaran en el corazón del mundo.

Desde la distancia, el pueblo seguía orando.
Sus voces se mezclaban con el aullido del viento, y el fuego de sus antorchas danzaba como llamas vivas.
Cada palabra pronunciada parecía llegar hasta el bosque, donde Aukan y Julián luchaban.

Aukan aprovechó ese impulso. Se lanzó contra su enemigo con una velocidad sobrehumana, golpeando con los puños envueltos en fuego azul.
Cada impacto hacía que la oscuridad retrocediera un poco.
Pero Julián no era solo un hombre: el espíritu maligno lo había convertido en algo más.
De su pecho emergió una figura espectral, el antiguo demonio del bosque, que rugió con furia y le habló directamente a Aukan:

—Guardían… nunca debiste romper el pacto. No hay equilibrio si amás a una humana.

Aukan apretó los dientes, respirando con esfuerzo.
—Entonces el bosque se equivocó. Porque sin amor, este mundo no tiene nada que proteger.

El fuego azul se expandió.
Los árboles se inclinaron hacia él, sus hojas vibrando como si lo alentaran.
El viento sopló con fuerza, y de la tierra surgieron raíces luminosas que envolvieron su cuerpo, fortaleciendo su poder.

El demonio gritó, furioso, intentando arrancar el alma de Julián.
Pero el guardián no se detuvo. Se lanzó con un último salto, atravesando la sombra con todo su ser.
Un resplandor azul cubrió el bosque.
El rugido de Aukan se mezcló con un grito desgarrador.

Luego… silencio.

Solo el crepitar del fuego en el aire.
Y el canto lejano del pueblo, aún rezando a la orilla del bosque.

Aukan cayó de rodillas. Frente a él, Julián yacía inmóvil, liberado de la oscuridad.
El espíritu maligno se desvanecía en una nube negra que el viento dispersaba entre los árboles.

Aukan levantó la vista.
El amanecer se asomaba entre las ramas, tiñendo todo de un dorado cálido.
El bosque estaba en paz.

Se acercó a Clara, la tomó en brazos y apoyó su frente sobre la de ella.
—Todo terminó… —susurró—. Al fin, el bosque puede descansar.

Y con el primer rayo de sol sobre su piel, el fuego azul del guardián se apagó lentamente.




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