Corazón De Lobo

Capítulo 38 — Dos almas, un solo bosque

El aire estaba quieto.
El bosque parecía contener el aliento mientras Clara sostenía el cuerpo de Aukan entre sus brazos.
Su piel aún estaba tibia, pero su pecho ya no se movía.
Las hojas que caían parecían llorar con ella.

—No… no puede ser —susurró, temblando—. ¡Aukan, abrí los ojos! ¡Por favor!

Pero no hubo respuesta.
Solo el murmullo del viento entre los árboles, como un lamento antiguo.
Las lágrimas de Clara caían sobre su rostro, y en cada gota que tocaba la tierra, el suelo brillaba levemente, como si el bosque mismo compartiera su dolor.

Entonces sus ojos comenzaron a brillar de nuevo —esa mezcla de azul y dorado que latía con vida propia—.
Clara lo abrazó con fuerza y, mirando hacia el cielo cubierto por ramas, gritó:

—¡Bosque! ¡Escuchame! ¡Te lo ruego, devolvemelo!
—¡Llevame a mí si querés, pero devolvelo a él!
—¡Él es tu guardián! ¡Él es tu corazón!

El viento rugió de pronto.
Las raíces temblaron.
El fuego azul emergió del suelo, envolviendo ambos cuerpos.
Clara seguía hablando entre lágrimas, mientras una energía ancestral comenzaba a danzar alrededor.

—Acepto tu voluntad —susurró con voz quebrada pero firme—. Si mi vida es el precio, lo pago. Pero devolvemelo.

Entonces, el bosque respondió.

Una ráfaga de luz descendió desde las copas de los árboles.
Las raíces los envolvieron suavemente, como brazos de tierra y vida.
El cuerpo de Aukan se iluminó, y un resplandor azul salió de su pecho, fundiéndose con la luz dorada de Clara.

Su respiración volvió.
Su corazón latió de nuevo.
Aukan abrió los ojos, jadeando, mientras el fuego azul recorría otra vez sus venas.

—¿Clara? —susurró, mirando a su alrededor.

Ella estaba frente a él… pero ya no era la misma.
Su cuerpo flotaba unos centímetros sobre el suelo, el cabello agitándose como si el viento la eligiera.
Su vestido blanco se desvanecía, transformándose en una vestimenta salvaje y sagrada: pieles, plumas, y símbolos del bosque grabados con luz en su piel.

Los animales que habían estado escondidos comenzaron a salir.
El lobo, el ciervo, las aves… todos la observaban con reverencia.
El bosque había aceptado el sacrificio.

Aukan se incorporó, atónito.
—No… Clara, ¿qué hiciste? —dijo, con la voz quebrada.

Ella bajó la mirada hacia él, una lágrima dorada corriendo por su mejilla.
—Lo que tenía que hacer —respondió suavemente—. Ahora el bosque nos une. Somos su guardia. Su equilibrio.

Aukan dio un paso hacia ella, queriendo tocarla, pero una corriente de energía lo detuvo.
El fuego azul y el dorado se entrelazaban entre ambos, formando un lazo luminoso que latía como un corazón compartido.

—Entonces… —dijo él, sonriendo con tristeza—. Ya no somos solo dos.
—No —respondió ella, sonriendo también—. Somos el bosque.

El viento sopló fuerte, y una bandada de aves cruzó el cielo.
Las raíces se alzaron, los árboles susurraron sus nombres, y en un destello de luz, ambos desaparecieron entre el follaje, dejando solo el eco del lobo a lo lejos y el perfume de los jazmines.

Los guardianes del bosque.
El corazón del lobo… y la llama de su amor eterno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.