Extrañamente su madre no se inmutó cuando el chico le dijo que había invitado a un amigo de clase a pasar un mes viviendo en su casa ¡Como si no fuese un gasto ni nada! Pero por lo menos supe que no habría problemas, además me aliviaba, por algún motivo, saber que las cosas no se torcerían y no se me haría necesario golpear a Lui.
Por suerte él llevó la delantera en el camino hacia su casa, de no ser así se habría percatado de que sabía dónde vivía y me habría hecho preguntas a las que no sabría responder con nada que no fueran golpes y, francamente, no me apetecía golpearlo.
Su rostro era tan lindo que me sentía un criminal por haberle herido el labio.
Cuando lo vi hablar con su madre comprendí porqué apenas se hablaban, ese rostro cansado, tintado de melancolía, ese cariño tristón con el que su hijo le hablaba… Aún no había superado el abandono de su amor y estaba sumida en una profunda depresión.
Viviendo sin padre y con una madre que solo vive para recordar a los que se han ido. Día a día, sin amigos, siendo invisible a excepción de cuando eres el objetivo del matón del instituto ¿Así vivía Lui? Quise golpearme fuerte, hasta que se me saltaran los dientes.
Cindy, así se llamaba ella, me había abrazado, feliz de que su hijo ‘’por fin tuviera un amiguito’’ y por alguna razón aquella ironía no me pareció graciosa, aunque realmente lo fuera copiosamente.
—¡Mi amor! —dijo la madre tomando los cachetes de su hijo, apretando su dulce carita entre sus manos. Por algún motivo quise golpearla y tomar su lugar. —¿Cómo te has hecho eso?
El muy inútil comenzó a ponerse nervioso sin saber que responder para justificar la herida de su labio así que tuve que intervenir, no sin antes mirándolo retadoramente para que tuviese bien claro que yo no era precisamente de los que le salvan el culo a los demás.
—Oh, se ha caído al salir, estaba algo mareado. Creo que es porque hoy la comida estaba muy mala y ha comido poco, además hace mucho calor últimamente. —Lui esbozó una mueca graciosa, supongo que se hallaría anonadado ante el hecho de yo sonara tan cortés y educado.
—Cariño… Ten más cuidado, por favor. Ven. —me llamó, a lo que yo me acerqué rápido —Cúrale mientras preparo la cena, por favor.
Por supuesto que en ninguna situación de ningún maldito universo alternativo habría hecho algo como eso, pero su madre estaba en el comedor y con solo voltearse podía vernos así que sería mejor no hacerle nada malo a Lui delante suyo. Después de todo, era su hijo y si ella no lo quería él no podría darme clases ni cobijo.
Empujé al chico un poco bruscamente contra la mesa de la cocina y cuando lo acorralé allí pareció tan asustado que solo pude morderme el labio ¡Era rematadamente adorable!
Sacudí la cabeza, quizás estar cerca suyo me afecta o respirar el aire de esa casa ¡Sí, por eso pensaba esa clase de mariconadas!
Tomé una gasa empapada del maletín que su madre tenía en la mesa y la miré extrañado. Solo tenía que pasarla por su labio hasta limpiar la sangre del todo y desinfectar la herida, que tampoco era demasiado grande ¿Porque me costaba tanto hacerme a la idea? Era una tarea sencilla.
Alcé la mano con la gasa y él se cubrió la cara con las manos, asustado.
—No soy tan tonto de pegarte con tu madre delante. Seguro que ella correría a socorrer a la marica de su hija —el chico simplemente bajó la vista mientras yo ponía la gasa en su labio y presionaba con el dedo.
No sé por qué, pero comencé a ponerme nervioso y el corazón me latía muy rápido. Quizás simplemente era que eso de ser cuidadoso no era lo mío y en ese momento debía actuar con precisión.
Froté un poco limpiando la sangre y entonces él gimió.
— A-Ay, duele…
¡Cómo leches podía ser tan débil! Dios santo, odiaba a los boxeadores que apenas podían soportar un puñetazo mío sin marearse; y ese jodido y delicado niño ya lloriqueaba por una tontería así ¡Cómo le odiaba!
—Jódete. No soy tu sirvienta ¿Sabes? De hecho, si quisiera tu serías mi jodida putita. — por suerte su madre se hallaba lo suficientemente lejos como para no oírnos y podía comportarme como de costumbre con él. Aunque algo en la hostilidad de mis palabras me dolía. No necesitaba hablarle así realmente. A veces ni sentía deseos de hacerlo.
Enrojeció violentamente y comprendí el verdadero significado de mis palabras, así que rectifiqué, lleno de orgullo.