—Gracias. —carraspeé dolorido mientras Lui colocaba una bolsa de hielo sobre mis nudillos. Un pinchazo de quemazón y dolor me recorrió, pero eso me ayudaría a sanar.
Estaban morados y en carne viva por algunas zonas, pero al menos sabía que, herido, había ganado esa batalla y perdido a un mal amigo.
Jeremy estaría en esos momentos en el hospital. Necesitaría puntos en el labio, la mejilla, la ceja y quizás que le volvieran al recolocar el tabique nasal y le pusieran un par de dientes sintéticos.
Me había ensañado, lo reconozco, y Lui tembló como una hoja a mi lado cuando acabé semejante carnicería y es que él creía que las palizas que yo le daba eran lo más terrorífico del mundo, pero la realidad era otra: Nunca antes me había visto agresivo de verdad. Y eso que esa noche me contuve por Jeremy, al fin y al cabo, le guardaba algo de compasión por el cariño de tantos años de insana amistad.
Además, no todo era su culpa. Nacido y criado en una familia de mierda de un barrio marginal, educado a palos y en las calles ¿Que más se podía esperar de él? Aun así no era justificación para lo que había hecho esa noche antes de que yo le pegara.
Simplemente al ver aquello no pude contenerme.
Le había tomado fuerte de la muñeca y, clavando sus uñas en la cicatriz de Lui, había roto la piel mal formada hasta hacerlo sangrar.
Por suerte yo le había atendido aquella noche y sus heridas eran leves y ya casi habían sanado.
—Lui ¿Porque yo?
— ¿Eh?
—¿Por qué te gusté yo?
La bolsa de hielo que traía envuelta en un trapo en las manos se le cayó al suelo del susto y se apresuró a recogerla y colocármela en la otra mano.
—Bueno, e-eres atractivo, supongo...
Estaba tan rojo. Y jugaba con sus manos.
Ojos brillosos, labios de fresa y piel de marfil. Su perfil parecía tallado en mármol con precisión. Tan perfecto y adorable.
—Hay más chicos atractivos en clase. Dime la verdad.
—Me parecías triste. Pero a la vez nadie se daba cuenta porque eras fuerte y hostil. Me parecía bonita la forma en que los ojos se te llenaban de lágrimas en algunas clases y creías que nadie te miraba y después, simplemente golpeabas algo, como si trataras de compensar algo. Me resultaba curioso. Era como si nadie viera que eras una persona más, después de todo. Una persona con corazón. Además, creía que eras gay.
—¿Q-Qué? —pregunté alarmado. Él solo se encogió de hombros y sonrió de forma forzada y torcida —¿Por qué?
—Tantas chicas e incluso cuando se te veía teniendo sexo con ellas desde la ventanilla del coche parecías aburrido.
—Bueno… —dije, dejando que mi voz sonara robótica y apagada. En esos momentos mi cabeza estaba muy lejos de ahí—Quién sabe. —un largo silencio. Una pausa tortuosa.
—Nadie se había dado cuenta nunca de las ocasiones en que estaba lloroso en clase. No es como si realmente lo ocultara, no pensaba en ello, simplemente… nadie se fijó en mí de ese modo.
—Nadie menos yo —murmuró temeroso. Miró al suelo y sonreí. Él era el primero que me miraba a los ojos aun cuando yo no advertía su presencia.
El primero en observar el alma y dejar atrás el vano trozo de carne que era mi cuerpo.
—Y después yo me fijé en ti de… ese modo —suspiré cuando el recuerdo de mis actos me causó asco y dolor. Tapé mis ojos con la mano derecha, sintiendo débil y viendo todo borroso. Lloraría si recordaba un instante más de mi maldad.
—Eso ya no importa. Te perdono. —cerré los ojos, pero vi el cielo en aquel tacto hermoso: me había acariciado la mano.
No hablamos más en un largo rato. Lui se había quedado abrazado a mí y yo lo acogí con cariño, pero en un momento él, que me daba tanta calidez y tranquilidad, levantó su cabeza desde mi pecho y me miró directo a los ojos.
Brillaron, como hermosas estrellas.
Lo tomé suavemente de la nuca y acaricié un poco su pálida piel, no le quería lastimar. Ya no.
Lo acerqué lentamente en un impulso que él pareció corresponder y lo sentí temblar en mis brazos.
Menudo y frágil, solo quería proteger a esa pequeña cosita para siempre y que nadie jamás le hiciera daño. Pero, aunque jamás habría dejado al mundo herirle, me olvidé de que mis palabras también podían ser afiladas.