Corazón de piedra

Capítulo 1

Madison se limpió las lágrimas que se asomaron al recordar el día que su vida cambió para siempre, estaba de pie junto a la basura en la parte trasera del local de comida rapida para el que trabajaba mientras esperaba la llamada que representaba la única conexión con su pequeño hermano Gabriel.

Le pasaba siempre que ante la espera de esa llamada que llegaba cada dos meses, los recuerdos volvian a su cabeza y ella se llenaba de dolor nuevamente.

Eran las tres de la mañana cuando oyó un ruido estruendoso, estaban derribando las puertas de su casa, preguntaban por su madre y por ella quien tenía apenas dieciocho años, su hermano Daniel de catorce años se sobresaltó y saltó de la cama con los ojos abiertos a punto de salirse de sus cuencuas, ella se quedó paralizada, su primer instinto fue tomar en sus brazos a su hermanito Gabriel de cinco años quien también había despertado en medio de un llanto angustioso.

Supo que no eran ladrones comunes, no habrían hecho tanto escandalo, tampoco eran ladrones sofisticados, era la policía. Sacó a sus hermanos de la habitación que compartían los tres solo para presenciar una escena de horror: su madre esposada llorando en silencio mientras una mujer policía la empujaba con brusquedad fuera de la vivienda.

—¡Mamá! —gritaron los tres ante la horrible visión, el pequeño Gabriel lloraba suplicando que soltaran a su madre, el rebelde Daniel intentó irse en contra de la policía, Madison solo veía los ojos de su madre mientras esta le decía que cuidara a sus hermanitos.

—¡Suéltenla! ¿Qué hacen? —gritó Daniel. Ella cubrió el rostro de Gabriel pegandolo de su pecho para que no mirara cuando se llevaban a su madre, la vio cruzar la puerta y su cuerpo comenzó a temblar.

—Madison Gala, también debe acompañarnos, suelte al niño —dijo un policía tras una mascara negra mientras la apuntaba a la cabeza.

Ella cerró los ojos, tragó saliva con dificultad e intentó poner a su pequeño hermano en el piso, este se negaba a soltarla aferrandose a ella con las piernas y sus pequeñas manos.

—No, no, Maddi.

Daniel forzajeó con ellos con sus ojos llenos de lágrimas y la garganta herida por tanto gritar.

—No puedo dejarlos —susurró incapaz de moverse, estaba aterrada de que una bala saliera de esa pistola e hiriera a alguien.

El hombre bajó el arma, miró hacia atrás, volvió a mirarla a los ojos.

—Vete con el niño, ahora antes de que me arrepienta —dijo.

Pensó en su madre, pero también en sus hermanos, ¿Quién cuidaría de ellos si la apresaban? Era mejor huir con ellos y luego ver cómo ayudaba a su madre, asintió con el cuerpo tembloroso y corrió hacia la puerta trasera.

—No, con ese no, puedes llevarte a ese, el pequeño es hijo de un hombre importante, no puedes llevartelo.

—¿Qué? No, no me iré sin mi hermano. No —gritó saliendo del estado de terror en el que estaba. El hombre se acercó, le arrebató el niño de las manos entre gritos, llantos y lamentos. Era mucho más fuerte que ella, y alto.

—Vete ahora o terminarás en la cárcel y tu hermano en un reformatorio, entregaré este niño a su familia.

—Somos su familia.

El policía sonrió con burla mientras entreba el niño a otra mujer policía.

—Te daré una ventaja de veinte minutos, porque hay una orden de captura en tu contra también.

Era tan joven, no podia saber si quiera si aquello era cierto o no, estaba sola y desamparada, no importaba cuanto golpeara al hombre frente a ella, o cuanto forzajera junto con su hermano con la mujer, a ellos no le importaron incluso los gritos del niño, se lo llevaron.

Solo un nombre se instaló en su cabeza desde aquel día, justo había muerto el padre de Gabriel: Isaac McDormand, y su heredero: Robert había quedado al frente de todo, desde ese día estuvo segura de que ese hombre fue quien hizo meter a su madre en la cárcel por un crimen que no cometió. Ni siquiera soñaba con vengarse, aunque lo odiaba, ella solo quería volver a ver a su hermano, y que no la olvidara, y sacar a su madre de la cárcel.

—¡Maddi!, no me dejen, ayuda.

Eso fue lo último que escuchó de la boca de su hermanito a quien no había vuelto a ver o escuchar.

—¿Llevando sol? —preguntó un compañero de trabajo quien sacaba la basura, Madison salió de sus memorias, se limpió el resto de las lágrimas y gritó diciendole que tenía frío y quería algo de calor.

Se imaginaba a doña Irene caminando poco a poco a hasta el café donde trabajaba su sobrino, y tomar el teléfono para llamarla.

Entró la llamda que esperaba.

—Irene, gracias por hacer esto.

—Mi niña, ¿Cómo estás?

—Desesperada por saber de mi hermano, cuentéme, ¿Cómo está él?

—Este verano tampoco vendrá a casa, su hermano lo envió a un campamento de música allá mismo en Suiza.

Cerró los ojos y gruñó contra el teléfono, se le ocurrieron miles de maldiciones para decirle a ese malvado hombre, Madison odiaba como él tenia la oportunidad de convivir con Gabriel y no lo hacía al mantenerlo lejos en un frío y distante internado en Suiza.




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