El hombre que el mató,
Ni un grito le regaló,
Su alma condenada a su talón se ató.
El niño que él dejó,
Con las manos vacías en la calle del torreón,
Jamás olvidaría los ojos de su progenitor.
La mujer que el besó,
Probó el néctar en su piel,
Se entregó en cuerpo y alma
Pero solo una más en la lista fue.
La mujer que él amó,
Fue su vida y su razón,
Mas la muerte envidiosa de sus brazos la arrancó.
Pobre hombre desdichado
Que de su desgracia hizo pagar,
A cada breve luz de vida que en sus manos se llegaba a posar.
El busca recuperarla
Pero en su ceguera mortal,
No sabe que perdió la vida y esta no volverá.