Corazón de Veleta

25.-Vecino

Domingo. El día que se supone que es para descansar, dormir hasta tarde y no hacer absolutamente nada productivo, y sin embargo, ahí estaba yo, arrastrando mi vida y mi cesta de ropa sucia hacia la lavandería del edificio.

Para contextualizarles, queridos lectores: mi vida últimamente se ha convertido en una comedia romántica con efectos secundarios. Exnovios que me siguen con serenatas y chocolates, músicos infieles, cafés derramados, muffins aplastados y, por si fuera poco, un vecino-dios-griego que es literalmente imposible de ignorar.

Y ahí estaba él, como si el universo tuviera un contrato secreto conmigo para torturarme románticamente, parado frente a la lavadora, con su postura relajada y perfecta, que grita: “Soy un modelo de revista y probablemente no deberías mirarme demasiado o morirás de amor”.

—Hola —dije, intentando sonar casual mientras mi corazón se transformaba en un trompo girando dentro de mi pecho.

—Hola —respondió Matías, y Dios, esa voz. Esa mezcla de grave y suave que hace que uno quiera llorar y reír al mismo tiempo—. No esperaba encontrarte aquí hoy.

—Yo tampoco —contesté, aunque eso era mentira, porque nunca dejo de encontrarme con él en los lugares más esperados. Lavanderías, escaleras, ascensores… si existiera una guía de “lugares para ver a Matías”, estaría suscrita sin dudarlo.

Él sonrió ligeramente, y por un segundo sentí que mi capacidad de hablar había abandonado mi cuerpo. Ahí estaba, el vecino que podría destruirme con una ceja levantada, y yo intentando ser normal mientras sostenía una bolsa que pesaba más que mi autoestima después de mis últimas citas desastrosas.

—Vi la serenata que te hicieron el otro día —dijo, y automáticamente recordé la escena: músicos, gritos, canciones con mi nombre, y yo lanzando una jarra de agua desde mi balcón como si fuera un acto de justicia poética.

—Oh… sí, la serenata —dije, con un tono casual que claramente no lograba ocultar la mezcla de vergüenza y diversión que sentía cada vez que pensaba en eso—. Fue… memorable.

Matías arqueó una ceja, como si estuviera evaluando cada palabra que decía. Y yo, como una tonta con experiencia, decidí soltar un comentario sarcástico:

—Sí, porque todos necesitamos una canción dedicada mientras estamos medio dormidos y borrachos —dije.

—Bueno —respondió él, con esa calma que irrita de manera increíble—. Al menos ahora sé que no te aburres fácilmente.

Mi corazón hizo un salto mortal. Literalmente, creo que mi pulso estaba haciendo breakdance dentro de mi pecho.

—No, aburrirme no es lo mío —dije, intentando sonar despreocupada mientras mi cerebro gritaba: ¡No hagas nada estúpido, Amara! Pero sí, probablemente harás algo estúpido en cinco segundos.

Él movió un poco la cabeza, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos, y yo me di cuenta de que su interés era real. No era simplemente casualidad o buena educación; había algo en esa mirada que decía: “Estoy interesado en ti, y quiero que lo sepas”.

—Amara… —empezó, y yo inmediatamente sentí un escalofrío—. Sobre la serenata… no me pareció tan mala idea. Al contrario, creo que es… divertido que alguien haga algo tan ridículo y tú respondas de manera… explosiva.

—Explosiva… sí, podría decirse —dije, sonriendo nerviosa mientras trataba de no parecer que me derretía en el lugar.

—Y me hace pensar —continuó Matías, acercándose un poco más, aunque no demasiado—. Que tal vez… deberíamos tener una conversación más tranquila sobre todas estas locuras.

—¿Tranquila? —pregunté, tratando de sonar firme mientras mi estómago hacía un nudo—. Con Fabián, Javi y todos los demás, mi vida rara vez es tranquila.

—Lo sé —dijo, y su sonrisa se volvió un poco más seria—. Pero yo no soy ninguno de ellos.

¡Bam! Ahí estaba, dándolo todo, directo y peligroso, y yo sintiéndome una adolescente con un crush enorme que no sabe respirar.

—Eso suena… prometedor —dije, con un toque de sarcasmo, porque claramente no podía dejar que el encanto de Matías me dejara sin defensa.

—Prometedor, sí —respondió él—. Pero también requiere que confíes un poco.

Ah, la palabra mágica. “Confiar”. Mi especialidad era desconfiar de todo el mundo, excepto de los gatos y, bueno, eso es todo.

—Confiar… suena complicado —dije, cruzándome de brazos mientras trataba de mantener mi dignidad intacta.

—No tiene que serlo —dijo, acercándose un paso más—. Solo necesito que me des una oportunidad de mostrarte que no todos los hombres son desastres.

—Oh, claro —dije—. Porque eso siempre funciona en mi vida. Todos los hombres que prometen no ser desastres acaban siendo… bueno, desastres.

—Pero yo no —dijo, con esa seguridad que te hace dudar de todo lo que pensabas que sabías sobre los hombres.

Mi teléfono sonó justo en ese momento, sacándome del trance, y era Diana que al parecer estaba teniendo una premonición: “Amara, recuerda que no debes derretirte frente a nadie. Ni siquiera frente a un dios griego.” Perfecto, consejos de amiga aplicados… a medias.

—Diana me recuerda que debo mantener la compostura —dije, señalando a mi teléfono—. Pero supongo que a veces no puedo controlar mis emociones, ¿verdad?

Matías sonrió de una manera que era casi culpable y encantadora al mismo tiempo, y yo sentí que el suelo se movía bajo mis pies.

—No, supongo que no —dijo, encogiéndose de hombros, como si fuera inevitable sentirse atraído por alguien tan desordenado emocionalmente como yo.

Nos quedamos en silencio un momento, solo escuchando el zumbido de las lavadoras y la música ambiental que parecía irrelevante frente a esta interacción cargada de tensión y humor.

—Amara —dijo finalmente—. Si algún día quieres que te explique por qué el mundo conspira para ponerte en situaciones ridículas, yo podría ser tu guía.

—¿Guía de desastres románticos? —pregunté, riendo—. Eso suena como un trabajo de medio tiempo perfecto para ti.



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En el texto hay: romance y humor, chiklit, muchos novios

Editado: 27.10.2025

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