Corazón de Veleta

26.-Jefe

Si alguna vez se preguntaron cómo se siente trabajar en una agencia de publicidad cuando las cosas van mal… les diré la verdad: es como estar atrapada en un reality show donde todos son nerviosos, beben demasiado café y fingen que saben lo que hacen.

Y yo, claro, estaba justo en medio de eso.

Lunes. Nueve de la mañana. Ojeras, estrés, y la sensación de que si alguien más decía “sinergia” o “branding emocional”, iba a tirarme por la ventana con PowerPoint en mano.

Mi compañera de batalla, Diana, y yo estábamos en nuestros cubículos revisando los informes de clientes perdidos. Bueno, ella revisaba; yo solo los miraba como quien observa el incendio de su propia casa y piensa: “ah, interesante, está todo ardiendo, qué lindo color el fuego.”

—Nos estamos hundiendo —dijo Diana, sin levantar la vista del informe.

—Sí —respondí—, pero al menos nos hundimos con estilo.

—¿Qué estilo? —bufó—. Mira esto. Perdimos a la cuenta de Bencorp, a la de la aerolínea y a la de esa marca de cosméticos coreanos que nos mantenía con cafés decentes.

—Eso último sí es grave —dije, con tono solemne—. Sin cosméticos ni cafeína, esto no es publicidad, es un campo de batalla.

Diana me lanzó una mirada de esas que solo las mejores amigas pueden dar: mezcla de “te amo, pero cállate” y “no puedo creer que sigas respirando tranquila mientras todo colapsa”.

Y justo cuando yo iba a hacer otro comentario brillante sobre la ruina inminente, apareció el correo:

ASUNTO: Reunión general — Presentación del nuevo CEO

CUERPO: Todos los empleados deben asistir a la presentación a las 11:00 AM en el auditorio.

—¿Nuevo CEO? —pregunté, frunciendo el ceño—.

—¿Tan rápido? —dijo Diana—. No pueden pasar ni dos semanas sin reorganizar todo.

—Bueno, al menos es emocionante. Quizás sea un millonario misterioso que viene a salvarnos —bromeé.

—O un psicópata de las finanzas que viene a despedirnos a todos —respondió ella, sin dudarlo.

Spoiler: Diana tenía razón. Pero en ese momento aún no lo sabíamos.

A las once en punto, el auditorio parecía el escenario de un sacrificio colectivo. Todos los empleados, con cara de domingo triste, esperábamos a que el nuevo líder supremo de la publicidad hiciera su entrada triunfal.

Y cuando las puertas se abrieron, entró él.

Rubio. Alto. Hombros de estatua griega, mandíbula esculpida por los dioses del marketing.

Y lo peor de todo: sabía que era guapo.

—Madre de Dios… —susurró Diana, a mi lado.

—No, querida —le dije sin apartar la vista—. Ese no es Dios. Ese es Thor con traje Armani.

El tipo avanzó hacia el podio como si estuviera filmando una escena de “Misión Imposible: la reestructuración.”

Traje perfectamente ajustado, reloj caro, sonrisa profesional. Todo tan perfecto que daba un poco de miedo.

—Buenos días —dijo, y hasta su voz sonaba cara. Grave, serena, con esa entonación de gente que duerme ocho horas y no toma café instantáneo.

Y ahí, frente a todos nosotros, el Apolo corporativo se presentó:

—Soy Francisco Almenar, su nuevo CEO.

Diana me apretó el brazo.

—Tiene nombre de actor de telenovela.

—Sí, y probablemente una cuenta bancaria que podría pagarme la terapia por veinte años.

Francisco habló durante unos quince minutos sobre “renovación”, “visión de futuro” y “optimización de recursos”, palabras que, traducidas al español común, significan “vamos a echar a media oficina y a ver si los que queden sobreviven al estrés.”

Yo ya estaba haciendo una lista mental de lugares donde podría trabajar si perdía mi empleo: paseadora de perros, vendedora de plantas, o escritora de cartas de odio anónimas.

Luego soltó la bomba.

—En los próximos días implementaremos un proceso de reestructuración —dijo—. Algunos puestos serán eliminados y otros redefinidos.

Silencio absoluto. Ni un suspiro.

Diana me miró con los ojos muy abiertos.

—Te dije. Psico-financiero.

—No descartes la opción de “dictador benevolente” —murmuré.

Pero entonces añadió algo que nos devolvió, momentáneamente, la esperanza:

—También abriremos una convocatoria interna para ideas nuevas. Queremos propuestas frescas, campañas disruptivas. El equipo que presente la mejor idea será ascendido y recibirá un bono importante.

Hubo un murmullo general. Todos los creativos se encendieron como luces de feria.

Y yo, que normalmente evitaba los concursos laborales porque odio competir por validación profesional, pensé: Bueno, si voy a perder mi trabajo, al menos que sea con un buen intento.

Francisco sonrió, y por un momento juro que escuché música épica de fondo.

—Confío en que algunos de ustedes sorprenderán —dijo, y su mirada, por alguna razón, se detuvo en mí un segundo más de lo necesario.

Diana me dio un codazo.

—Te miró.

—No me miró.

—Te miró como quien mira un postre caro.

—Diana, por favor, no empieces.

—Si no lo digo, exploto. ¿Te imaginas salir con tu jefe?

—No.

—Yo sí. Sería como una versión erótica de “El diablo viste de Prada.”

—Diana…

—¿Qué? Tú serías Anne Hathaway y él claramente sería el diablo.

Suspiré. Mi vida sentimental ya era suficientemente complicada como para sumar a Francisco “Rubio Armagedón” a la lista.

Esa tarde, el ambiente en la oficina era una mezcla de pánico colectivo y competencia disfrazada de motivación. Los equipos se dividían, las ideas volaban, los jefes intermedios fingían que sabían liderar.

Diana y yo decidimos unir fuerzas. Nosotras éramos un dúo creativo explosivo: ella diseñadora, yo redactora. Juntas habíamos hecho campañas premiadas, y también campañas tan malas que todavía me despierto a medianoche pensando en ellas.

—Tenemos que pensar algo que deje a Francisco sin palabras —dijo Diana.

—Eso o sin respiración —añadí.

—No me refiero a eso.



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En el texto hay: romance y humor, chiklit, muchos novios

Editado: 27.10.2025

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