Corazón de Veleta

45.-Amiga

Yo no sé en qué momento pasé de vivir una comedia romántica a protagonizar un thriller psicológico.

Un día estás eligiendo manteles de boda con nombres ridículos como “blanco luna de miel” y al siguiente estás sosteniendo una carpeta con tu nombre, número de cédula, pasaporte y la dirección del restaurante que prefieres para pedir sushi.

Durante las siguientes veinticuatro horas fingí que todo estaba bien.

Fingí tan bien que hasta yo casi me creí.

Javier seguía hablando del jardín, de los limoneros y de la piscina que íbamos a llenar con “nuestros hijos”.

Yo asentía, sonreía y me tragaba las ganas de preguntarle si también había anotado en su libreta el tamaño promedio de los limones.

A la mañana siguiente, apenas él salió de casa, marqué el número de Diana.

—Amara, son las ocho de la mañana. —Su voz sonaba como si le hubiera tirado agua bendita encima de su cama—. Si no es una emergencia, te juro que te bloqueo.

—Encontré una carpeta con mi nombre en el clóset de Javier.

Hubo un silencio tan largo que pensé que se había vuelto a dormir.

—¿Qué? —dijo finalmente, con la voz más despierta que nunca.

—Una carpeta. Con mis datos. Todo, Diana. Todo. Hasta mi número de pasaporte y mi dirección antigua.

—¿Estás hablando en serio o estás borracha de nuevo?

—No me he emborrachado desde la despedida del departamento, gracias por recordarlo —dije, y me tiré al sofá como si eso hiciera más creíble mi sobriedad—. Te juro, era un informe de detective. Había anotaciones, cosas de mi vida, fechas. Es como si hubiera estado… siguiéndome.

Silencio otra vez.

Esa pausa densa que en el idioma de Diana significa “esto está muy mal”.

—Amara —dijo al fin, con esa voz de hermana mayor que usa cuando me voy directo al desastre—, eso es peligrosísimo.

—Sí, lo sé.

—No, no, no. No lo sabes. Eso es el comienzo de todas las películas de terror. La chica que piensa “ay, seguro tiene una explicación”, y luego aparece muerta en un lago.

—Gracias por el voto de confianza.

—Te lo digo en serio. No te rías. —Su tono subió un poco—. ¿Cómo no te diste cuenta antes?

—No sé… —me encogí en el sofá, mirando mis manos—. Supongo que quería creer que todo era… perfecto.

Diana suspiró.

—Amara, nadie es perfecto. Ni siquiera tú, y eso que tienes un máster en fingirlo.

—Lo sé. —Hice una pausa, intentando poner mis pensamientos en orden—. Pero él… él sabía cosas que nadie más sabía. Dónde me gustaba almorzar, los cafés a los que iba, hasta los nombres de mis compañeros de trabajo.

—¡Jesucristo! —exclamó Diana—. ¿Qué más había?

—Notas a mano. Con su letra. Frases como “trabajar en la cafetería para hablarle”.

Diana se quedó muda.

Y eso, viniendo de ella, ya era raro.

—¿“Trabajar en la cafetería”? —repitió, incrédula.

—Sí. O sea, ¿te acuerdas cuando te conté que lo conocí en esa cafetería cerca de la oficina?

—Sí. Dijiste que fue como de película.

—Bueno, parece que el guion ya lo tenía escrito él.

Diana soltó un bufido de incredulidad.

—Ay, Amara… no sé si reírme o gritar.

—Yo hice las dos cosas. —Me pasé las manos por la cara—. Al principio me dio miedo. Después me dio risa. Y luego, asco.

—¿Y él? ¿Sabe que lo encontraste?

—No. No he dicho nada.

—¿Y qué piensas hacer?

Silencio.

Porque esa era la pregunta que yo misma llevaba horas evitando.

—No lo sé. —respondí finalmente—. No puedo simplemente gritarle y salir corriendo. Tenemos la boda, la mudanza, su familia.

—¿La boda? —repitió Diana, con una carcajada seca—. ¡Amara! No te vas a casar con un tipo que te tenía fichada como si fueras un proyecto de investigación de la CIA.

—Ya sé. Pero… no es tan simple. —Mi voz sonó más débil de lo que quería—. A veces pienso que tal vez… no sé, lo hizo por amor.

Diana bufó.

—Claro. Amor versión expediente secreto. El amor no necesita saber tu RUT, Amara. Ni tu registro de pasaporte. Eso se llama control, obsesión o psicopatía funcional, según el manual.

—Estás exagerando.

—No. Estoy respirando. Y tú deberías hacer lo mismo, lejos de ese tipo.

Me quedé en silencio. Escuché cómo Diana se movía en la cama, seguramente buscando cigarrillos o un café.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó más tranquila.

—No lo sé —repetí—. Tal vez hablar con él.

—¿Hablar? —soltó una risa incrédula—. ¿Le vas a decir “oye amor, encontré tu archivo secreto sobre mi vida, qué detallista”?

No pude evitar reírme.

Era eso o llorar.

—Podría intentarlo con sarcasmo. Tal vez funcione.

—No, Amara. —Su voz se endureció—. Escúchame. No lo enfrentes sola. No sabes cómo puede reaccionar.

Me quedé mirando el techo, pensando en Javier, en su sonrisa tranquila, en sus gestos suaves.

—Él nunca ha sido violento, Diana. Nunca.

—Los psicópatas raramente lo son… al principio. —Su tono era medio en broma, medio en serio.

—Gracias, me siento mucho mejor.

—Lo digo en serio. —Suspiró—. ¿Dónde está la carpeta ahora?

—La escondí. En una caja con mis cosas.

—Bien. No la dejes en el clóset. Y hazle fotos, por si acaso.

Tomé nota mental.

Diana tenía razón. Siempre la tenía, aunque me costara admitirlo.

—¿Te acuerdas cuando decías que Javier era “demasiado perfecto”? —me dijo después de unos segundos—. Bueno, ahí lo tienes. Nadie es perfecto, Amara. Nadie.

—Sí, ya lo sé. —Me reí sin ganas—. Tal vez debería llamar a Pablo, el que no sabía ni hervir agua.

—Al menos ese solo te miraba con cara de “te daría tres hijos”, no de “sé a qué hora tomas el bus”.

Nos reímos. Fue una risa nerviosa, amarga, pero necesaria.

—¿Y si todo esto es una mala interpretación? —pregunté después—. Tal vez él guardó esa información por precaución, o por trabajo.

—¿Trabajo? ¿Qué trabajo requiere saber qué tipo de sushi te gusta?



#3456 en Novela romántica
#1188 en Otros
#425 en Humor

En el texto hay: romance y humor, chiklit, muchos novios

Editado: 27.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.