Corazón de Veleta

57.-Chef-Barman

La vida tiene una manera extraña de equilibrar lo inesperado con lo perfectamente planeado, y yo, como era habitual, estaba atrapada justo en el centro de ese caos organizado.

Empezó con Christian, claro. Una cena en un pequeño restaurante que olía a pan recién horneado y a hierbas que probablemente nunca había probado en mi vida, y él ahí, impecable, mostrando una sonrisa que podía arreglar días malos con solo mirarte.

Me invitó a elegir el vino y yo, intentando parecer sofisticada, hice como que entendía la diferencia entre un Malbec y un Cabernet. Él no se dio cuenta de mi inseguridad, o quizás simplemente decidió ignorarla, y eso lo hizo aún más encantador.

Mientras él hablaba sobre su última creación culinaria, yo me reía por dentro de cómo describía cada plato como si fueran criaturas vivientes que necesitaban ser tratadas con cuidado y respeto. Y sí, yo también sabía que estaba sonriendo como tonta, pero es que él tenía ese efecto.

Diana, como siempre, se encargaba de recordarme que no podía convertirme en caricatura de película romántica, así que le mandé un emoji que claramente resumía: “Sí, soy consciente y me importa un comino”.

Un par de días después, Alejandro apareció, el caos envuelto en un tipo de sonrisa traviesa y desordenadamente perfecta. En El Faro, él me abrazó como si el mundo dependiera de que yo aceptara sus bromas y su energía sin filtros, y yo, por supuesto, lo hice.

No hacía falta explicar nada; su espontaneidad se mezclaba con mi sarcasmo, y de repente cualquier conversación, incluso sobre sandwiches improvisados, parecía importante. Tocamos la guitarra, cantamos canciones que desafinábamos juntas y, cuando tocó “Amara”, no pude evitar reírme recordando que había sido escrita por uno de mis exes, un tipo llamado Fabián que pensaba que el mundo giraba para pedir mi perdón. Alejandro rió conmigo, y en ese momento sentí que el caos podía ser encantador.

Luego vinieron las tardes en la costanera, primero con Christian, luego con Alejandro, y a veces me preguntaba cómo era posible que ambos coexistieran en mi vida sin que se estrellaran como asteroides.

Christian caminaba a mi lado señalando esculturas y obras de arte improvisadas, explicando con pasión cada color, cada trazo, mientras yo asentía como si realmente entendiera algo más allá de “sí, me gusta”. Con él, hasta hablar de mermeladas parecía una clase magistral de algo importante y profundo.

Alejandro, por su parte, me arrastraba a paseos espontáneos, a charlas sobre gaviotas y helados derritiéndose, a risas que salían sin ningún tipo de planificación, y que me hacían sentir viva de un modo completamente distinto.

Diana no dejaba pasar oportunidad para recordarme lo ridícula que podía ser, pero en el fondo me encantaba que estuviera ahí, recordándome que no todo era perfecto y que, de hecho, la imperfección era donde brillaba mi vida.

Entre mensajes como “Cuidado, Amara, que el chef no solo cocina platos, también emociones” y “¿De verdad estás empapada otra vez? Esta vez con estilo, supongo”, yo me movía entre cenas elegantes, picnics improvisados y tardes de playa como si fuera parte de un espectáculo que nadie más veía.

Christian tenía esa habilidad de hacer que cada momento pareciera calculado pero nunca rígido. Una cena en un restaurante de barrio, un paseo por una feria de arte, hasta las conversaciones sobre los ingredientes más absurdos se convertían en algo íntimo y personal.

Me gustaba cómo escuchaba, cómo preguntaba sin juzgar, cómo sus ojos se iluminaban cuando compartíamos detalles de nuestra vida. Y sí, aunque no lo admitiera en voz alta, me hacía sentir especial de una forma que nadie más lograba.

Alejandro, en contraste, era pura energía sin freno. Un picnic improvisado, sandwiches misteriosos, limonada extra dulce, y un sinfín de risas tontas. En la playa, mientras el sol se desvanecía en el horizonte, podía sentir la comodidad absoluta de su presencia, esa sensación de que no importaba nada más, que cada momento con él era suficiente.

Con Christian todo era sofisticación y delicadeza; con Alejandro, todo era espontáneo y cálido.

Y yo, como era de esperar, disfrutaba ambos mundos, riendo de lo absurdo de la situación y pensando, una vez más, que la vida podía ser divertida si aprendías a no tomarte demasiado en serio.

Hubo momentos donde Diana comentaba, con su tono ácido y directo, sobre mis decisiones, y yo me reía mientras intentaba mantener una compostura que, honestamente, era imposible mantener.

Entre sus observaciones y mis pensamientos fugaces, cada cita adquiría un matiz cómico: Christian y su meticulosidad, Alejandro y su caos controlado; ambos compitiendo sin saberlo por mi atención y, al mismo tiempo, dándome exactamente lo que necesitaba.

Y allí estaba yo, moviéndome de un mundo a otro sin que uno eclipsara al otro, sintiendo que cada risa con Alejandro equilibraba la intensidad de Christian, y cada explicación apasionada de Christian matizaba la espontaneidad de Alejandro.

Me di cuenta, mientras tomaba un sorbo de café en la cafetería, que lo que me gustaba de ellos no era solo la diversión o la sofisticación, sino la forma en que cada uno despertaba algo distinto en mí, de manera completamente natural.

Así que sí, mientras alternaba cenas, paseos, picnics y charlas interminables, entendí que podía quererlos por razones diferentes. Christian me hacía sentir intrigada, deseosa de descubrir cada detalle de su mundo; Alejandro me hacía reír, sentirme viva y ligera, capaz de olvidar cualquier protocolo o regla de etiqueta. Cada uno era un universo distinto, y yo, como era mi costumbre, estaba justo en medio, disfrutando del caos ordenado de mis propias decisiones.

Al final, mientras caminaba por la costanera con la brisa golpeando mi rostro y Diana enviando uno de sus mensajes mordaces sobre mis “hazañas románticas”, no pude evitar sonreír ante la ironía de la situación. La vida, claramente, no necesitaba ser un drama romántico para ser deliciosa. Y si alguien me preguntaba quién era mi favorito, solo podía encogerme de hombros y pensar que la respuesta cambiaba según el día, el lugar y cuántos sandwiches misteriosos había comido esa semana.



#3456 en Novela romántica
#1188 en Otros
#425 en Humor

En el texto hay: romance y humor, chiklit, muchos novios

Editado: 27.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.