Corazón de Veleta

62.-Matías

No sé por qué sigo sorprendiéndome cuando la vida decide ponerme a prueba. Ya había aceptado que Amara era una especie de cometa que solo aparece una vez y luego desaparece sin previo aviso, pero esta ciudad parece haberse aliado con el destino para recordarme que todavía no la supero.

La encontré. Otra vez. En un restaurante.

Había salido del trabajo más temprano de lo habitual porque me prometí que no pasaría la noche frente a la pantalla. Necesitaba aire, una comida decente, y no la eterna compañía de Garfield y su mirada de gato sabio que me juzga cada vez que caliento pasta instantánea.

Entré a un pequeño restaurante junto al malecón, de esos donde las mesas de madera crujen y el aroma a pescado fresco se mezcla con vino blanco y sal marina.

Y allí estaba.

Apenas crucé la puerta, la vi sentada en una mesa junto a la ventana, riendo de esa forma suya que hacía que todo el entorno pareciera perder color. Llevaba un vestido azul, uno de esos que parecen casuales, pero que en ella lucen como una declaración de guerra al sentido común.

Frente a ella había un hombre —alto, de barba perfectamente recortada, sonrisa ensayada, camisa planchada con precisión quirúrgica—. No era difícil adivinar que era su pareja.

Me quedé congelado, con el menú en la mano, fingiendo interés en los precios mientras observaba la escena de reojo. La forma en que él le tocó la muñeca, como si le perteneciera, me provocó una mezcla incómoda de celos y resignación. No tenía derecho a sentir nada, lo sé. Pero el corazón no consulta al cerebro cuando decide insistir en alguien.

“Por supuesto que tiene novio”, pensé, intentando racionalizar lo obvio.

Amara siempre tiene novio. O pareja. O alguien orbitando alrededor de su caos.

Tiene ese tipo de magnetismo que no se enseña. El aire la busca, la gente la sigue, y uno termina atrapado en su órbita sin darse cuenta.

No me acerqué. Ni siquiera lo consideré seriamente.

Podría haber pasado a su lado, fingir sorpresa, saludar con ese tono despreocupado que practico frente al espejo cuando quiero parecer normal. Pero algo en mí —quizás el mismo instinto que me empuja a evitar errores— me dijo que no.

Así que simplemente di media vuelta y salí.

El aire afuera estaba húmedo, con ese olor salado que me recuerda que sigo sin acostumbrarme a esta ciudad costera. Caminé hasta el estacionamiento sin mirar atrás, aunque cada paso me pesaba como si estuviera alejándome de algo que nunca fue mío.

Cuando llegué al departamento, Garfield me esperaba sentado sobre el sofá, con esa expresión que solo los gatos pueden tener, mezcla de aburrimiento y juicio moral.

—No me mires así —le dije, dejando las llaves sobre la mesa—. No pasó nada.

Garfield maulló, un sonido breve, casi inquisitivo.

—Sí, la vi. —El gato inclinó la cabeza—. En un restaurante. Estaba con alguien.

Otro maullido.

—No, no hablé con ella.

El maullido se hizo más largo, más exigente.

—Sí, sí, sí, ya sé. Soy un idiota.

Garfield saltó al respaldo del sofá y se quedó mirándome desde arriba, como si esperara que siguiera hablando. Y lo hice.

No era la primera vez que me pasaba. Mucho antes de verla en ese restaurante, hubo otro episodio que me había dejado igual de descolocado.

Una noche, hace años, estaba afuera del edificio esperando a que un compañero de trabajo me trajera unos datos para revisar. Teníamos un proyecto en cierre urgente y yo —en mi infinita falta de vida social— había decidido esperarlo en la vereda, portátil en mano, para avanzar en cuanto llegara. Hacía frío. Era una de esas noches en las que el viento parece rasparte las manos, pero ni eso me movía del lugar. Necesitaba esos archivos.

Y entonces, sin planearlo, la vi.

Amara apareció caminando, con un tipo al lado. No supe si era pareja, amigo o lo que fuera, hasta que se detuvieron junto a un auto y él la besó. No fue un beso escandaloso ni cinematográfico. Solo un beso breve, natural, de esos que se dan las personas que se conocen demasiado.

Y, aun así, algo se movió dentro de mí. No sabría explicarlo bien. No era celos, ni tristeza, ni enojo. Era más bien una punzada, una especie de recordatorio de que ella siempre estaba más cerca de otros que de mí.

Intenté no pensar demasiado en eso.

Volví la mirada a la pantalla, revisé los documentos que ya tenía, fingí que el ruido de fondo era suficiente para distraerme. Pero no lo fue.

Esa imagen —ella riendo, con el cabello al viento, besando a alguien más— se me quedó pegada como una astilla invisible.

Mi compañero llegó poco después. Me entregó los datos, hablamos de trabajo, y todo pareció volver a la normalidad.

Pero no lo hizo.

—¿Sabes? —dije mientras me servía un café—. Siempre tiene a alguien. Siempre. Recuerdo la vez que tuve que sacar a uno de sus novios de su departamento. ¿Te conté esa? No, claro que no, tú solo existías en fotos de gatitos cuando eso pasó.

Sonreí, aunque sin ganas.

—Se llamaba Pablo, creo. O eso gritaba Amara mientras le lanzaba la ropa por el pasillo. Fue una noche digna de una telenovela. Yo había llegado del trabajo y escuché golpes, discusiones, una puerta que se cerró de golpe. Pensé que era otra de esas fiestas suyas a medianoche, pero no. Era una pelea. Cuando salí al pasillo, encontré a Pablo discutiendo con ella, casi pegado a su cara, gritándole que lo había “traicionado”.

Hice una pausa, tomando un sorbo de café.

—No sé qué me impulsó a intervenir. Supongo que el sentido básico de humanidad, o el simple hecho de que nadie debería tener miedo en su propia casa. Lo empujé, literalmente, hasta el ascensor. Le dije que si no se iba, llamaría a la policía. Me miró con odio y juró que “no era asunto mío”. Y tenía razón. No lo era. Pero igual lo eché.

Garfield soltó un maullido suave, como si estuviera aprobando la historia.

—Ella me dio las gracias después. Con una sonrisa nerviosa, con la voz temblorosa. Me dijo que no era la primera vez que él se ponía así, pero sí la última. Esa fue la única vez que la vi llorar. Y lo peor es que incluso así, con las lágrimas en las mejillas y los ojos hinchados, seguía siendo... ella.



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En el texto hay: romance y humor, muchos novios, romcom chiklit

Editado: 09.11.2025

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