Corazón de Veleta

65.-Vecino

Estoy a punto de despedirme de Matías, y juro que mi corazón late como si hubiera corrido una maratón, aunque mis piernas no se han movido más que unos pasos hasta la puerta.

Justo cuando me atrevo a suspirar y prepararme para un adiós digno de novela romántica, escucho pasos en la entrada. Giro la cabeza y, como si el universo tuviera un sentido del timing espantosamente perfecto, aparece Diana.

—¡Matías! —dice, con esa mezcla de sonrisa socarrona y mirada asesina que solo Diana sabe poner en juego.

Matías le devuelve un saludo tranquilo, como si saludar a mi mejor amiga fuera parte de un ritual diplomático y no un inconveniente monumental.

Diana no pierde tiempo con formalidades, solo me lanza una mirada rápida, arquea la ceja y se mete a su habitación.

Yo me quedo paralizada, porque ese momento ha sido interrumpido, pero a la vez me da la oportunidad de recuperar el aliento antes de que Matías pueda hacer cualquier movimiento impulsivo más.

—Bien —pienso, cruzando los brazos mientras trato de parecer que no estoy a punto de derretirme—. Todo bajo control.

Matías se inclina hacia mí, y antes de que pueda siquiera preparar una respuesta coherente, me besa.

Y no es un beso cualquiera, es uno de esos que te obligan a olvidarte de que el mundo existe, que hace que el aire pese y que incluso Garfield, en su puesto estratégico de observación desde el balcón, parezca estar juzgando mi reacción. Garfield me mira con esa expresión que dice claramente: “Sí, humano, esto era predecible. Ahora aguanta las consecuencias”.

Me quedo allí, atrapada entre el shock y la sensación de que mi corazón va a salir disparado de mi pecho.

—Vale —me repito mentalmente—. Esto es completamente absurdo y, sin embargo, perfecto.

El beso termina, pero Matías no se mueve. Solo me mira con esa calma que me desarma por completo. Garfield, todavía en el balcón, parece asentir con la cabeza, como evaluando si nuestra interacción cumple con sus estándares de entretenimiento felino.

—Ok, Amara —susurro para mí misma—. Esto es real, y no puedo negarlo.

Matías finalmente se despide, levantando la mano en un gesto casi formal, y comienza a caminar hacia la puerta. Antes de que pueda cerrarla, Diana sale de su habitación como si hubiera estado acechando cada uno de nuestros movimientos.

—¿Qué pasó aquí? —pregunta, cruzándose de brazos con esa mezcla de autoridad y diversión que siempre logra que me sienta atrapada.

—Nada, Diana —respondo, tratando de sonar casual mientras mi corazón todavía hace malabares en mi pecho—. Bueno, eh… el gato… la nota… el beso… Bueno, solo hablamos… y él cocinó un poco… y más besos…

—¿Besos? —interrumpe Diana, arqueando una ceja y conteniendo una carcajada—. Qué original, Amara, solo un par de besitos casuales con tu ex vecino-dios-griego.

Me río, y le cuento todo con lujo de detalles, porque si alguien merece conocer el caos romántico que estoy viviendo, es Diana. Todo: lo del gato, los besos, la cena improvisada y el último beso que casi me hace olvidar cómo respirar.

—Y dime, Amara —continúa Diana—. ¿Tienes los datos de Matías? Teléfono, Instagram, número de apartamento, mail…

—No —le respondo con una sonrisa que mezcla descaro y diversión—. No se los pedí.

—¿Cómo que no? —dice, incrédula—. ¡Amara! Estás jugando con fuego. No puedes dejar escapar al vecino-dios-griego sin siquiera asegurarte de que puedes contactarlo.

Respiro hondo y le doy mi respuesta sarcástica, porque, admitámoslo, el sarcasmo es mi defensa natural:

—Tranquila, Diana. Lo volveré a ver de todas maneras. Tengo a Garfield secuestrado en mi departamento, así que tengo ventaja estratégica.

Diana suelta una carcajada, golpeando ligeramente mi brazo con su típica combinación de juicio y diversión.

—Ah, claro, ella la secuestradora de gatos —dice, riéndose y sacudiendo la cabeza—. Muy sensato, Amara.

Mientras nos reímos, escucho un golpe en la puerta. Abro y veo a Matías, con esa calma que lo hace parecer que controla todo, incluso el caos que causa en mí.

Viene con una excusa plausible: necesita mi número de teléfono “por si Garfield tiene alguna emergencia”.

—Está bien —respondo, intentando mantener la compostura mientras le paso mi teléfono—. Pero solo por Garfield, ¿entendido?

—Por supuesto —dice él, con una sonrisa que me hace sospechar que sabe perfectamente el efecto que tiene en mí.

Intercambiamos números, y él se despide. La puerta se cierra y Diana no tarda en lanzarme su comentario mordaz.

—Sí, claro, la emergencia está en tus calzones —dice, riéndose a carcajadas y casi cayéndose del sofá de tanto reír—. En serio, Amara, ¿cómo haces para meterte en estos líos?

Nos sentamos juntas, y yo todavía con el corazón acelerado por la mezcla de besos, cena y sarcasmo, no puedo evitar reírme también. Garfield se acomoda en mi regazo, como si estuviera satisfecho con el desenlace, evaluando mi desempeño como anfitriona improvisada y asegurándose de que todo siga bajo su control.

—Bueno, Diana —digo, con un suspiro y una sonrisa que mezcla cansancio y diversión—. Esto es solo el comienzo. Lo sé. Pero al menos ahora Garfield está contento, y yo tengo un par de besos que no puedo olvidar.

Diana se recuesta, cruzando los brazos y mirándome con esa mezcla de complicidad y juicio que solo ella puede ofrecer.

—Sí, Amara. Y recuerda: si la emergencia está en tus calzones, yo seré la primera en enterarme —dice, soltando otra carcajada que me hace volver a reír.

Me reclino contra el respaldo del sofá, pensando en lo absurdo de todo. El corazón me late todavía como si hubiera corrido media maratón, y Garfield me mira como diciendo: “Sí, humana, ya te advertí que esto no iba a ser fácil”.

Y mientras observo a Garfield, pienso en Matías. Dios-griego, serio, misterioso, con esos ojos azules que parecen conocer todos mis secretos y una calma que me vuelve loca. Y yo aquí, con mi sarcasmo y mis bromas internas, preguntándome cómo demonios un solo gato y un beso pueden desordenar toda mi rutina.



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En el texto hay: romance y humor, muchos novios, romcom chiklit

Editado: 09.11.2025

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