Corazón de Veleta

78.-Vecino

Si alguien me hubiera dicho que organizar una boda sería más complicado que diseñar una campaña internacional de publicidad con tres clientes histéricos y un gato encima del teclado, le habría respondido que exageraba.

Hoy, tres semanas antes de casarme, sé que esa persona tenía razón. Y que se quedó corta.

Todo comenzó cuando la mamá de Matías, una mujer dulce, elegante y de voz suave, decidió que necesitábamos “una mano profesional” para los preparativos. “Nada grande, sólo alguien que coordine flores y tiempos, cariño”, dijo.

Una semana después, apareció Pietro.

Amore miooo, la boda no es un evento, es una sinfonía emocional —declaró al entrar por primera vez a nuestro departamento, extendiendo los brazos como si abrazara la vida misma—. Y tú, carissima Amara, serás el violín principal. Pero primero debemos hablar de flores, de telas, de vibrazioooones.

Yo apenas logré parpadear.

Diana, sentada en el sofá, se inclinó hacia mí y susurró:

—Nos va a enterrar en tul y purpurina, ya lo veo.

Y tenía razón.

.

La primera reunión duró tres horas y media. Tres. Horas. Y. Media.

Pietro llegó con un portafolio de cuero blanco (sí, blanco), dentro del cual había catálogos, muestrarios de cintas y una carpeta titulada “Matrimonio de Ensueño: Proyecto Amara y Matías”.

Cada vez que pasaba una página, suspiraba con dramatismo.

Este tono de rosa... es como un poema de amor recién despertado.

—¿Y este azul? —pregunté, intentando participar.

¡Ese azul es tragedia, cara mia! —gritó, llevándose las manos al pecho—. No queremos tragedia en tu boda, sólo lágrimas de alegría, no de Shakespeare.

Matías intentó esconder su risa tosiendo, pero yo lo vi.

Diana ya grababa discretamente con el celular, segura de que ese material sería oro puro en el futuro.

.

Pietro propuso que la ceremonia fuera junto al lago, “porque el agua refleja la pureza del amor verdadero y porque, querida, con ese tono de piel, la luz del atardecer te favorecerá como si fueras una diosa renacentista”.

No pude negar que tenía ojo.

El lago, a veinte minutos de la ciudad, era un lugar tranquilo, rodeado de álamos y con un muelle que se perdía entre reflejos dorados al caer la tarde.

Pero cada decisión parecía abrir una puerta a nuevas discusiones:

Las flores deben ser blancas, símbolo de pureza.

—Prefiero lavanda.

¡Lavanda es símbolo de resignación!

—¿Y el blanco no es símbolo de lavadora?

Diana se atragantó de la risa y Pietro me miró como si acabara de blasfemar.

Amara, prometes eternidad, no detergente.

.

Entre reuniones, bocetos de arreglos florales y pruebas de menú, Garfield, nuestro gato de diez kilos, se convirtió en una presencia constante.

O más bien, en una fuerza del caos felino.

Durante una videollamada con Pietro, se subió al teclado, cortó la conexión y luego se sentó sobre los planos del montaje.

¡Dio mio! ¿Qué es ese animal? —gritó Pietro al reaparecer en pantalla.

—Nuestro hijo peludo —respondí con naturalidad.

Tiene el tamaño de un cojín con alma.

—Y la actitud de un crítico de arte —añadió Matías, rascándole la cabeza a Garfield, que lo miraba con expresión de emperador aburrido.

Pietro no volvió a hacer reuniones virtuales.

.

Diana, en su papel de dama de honor, disfrutaba provocarlo.

—Pietro, ¿y si el pastel es negro?

¡Negro! ¡Negro es el color de los divorcios! ¿Quieres maldecir la unión de tu amiga?

—Solo probaba tu nivel de compromiso. Felicitaciones, pasaste.

Pietro la fulminaba con la mirada, pero secretamente la adoraba.

Cuando no discutíamos colores, discutíamos música.

Él insistía en que debía entrar al son de un cuarteto de cuerdas tocando algo “celestial, que hable al alma”.

Yo quería algo más simple, quizá una canción de piano o incluso una melodía indie.

¡Indie! ¡Eso suena a cafetería triste! ¿Quieres casarte o pedir un capuchino con soya?

.

Cada jornada con Pietro era una comedia con tres actos:

  1. Dramatismo.
  2. Discusión estética.
  3. Epifanía artística.

Y entre tanto caos, Matías era el centro tranquilo de la tormenta.

Observaba, sonreía, se metía lo justo, y cada noche, cuando yo colapsaba en el sofá, me traía una copa de vino.

—Aún no nos casamos y ya sobreviviste a tres ataques de Pietro. Eres una heroína.

—Y eso que no llegamos a la parte del vestido.

—¿Pietro también lo diseñará?

—No. Si lo hiciera, probablemente terminaría con una capa y plumas.

.

El tema del vestido fue una historia en sí misma.

Mi suegra me acompañó a probar varios modelos. Pietro también, por supuesto.

No, no, no... demasiado rígido. Amara necesita movimiento, algo que diga “soy el viento, soy la poesía del amor hecho tela”.

Diana murmuró:

—O algo que diga “no quiero morir sofocada antes del brindis”.

Finalmente elegimos uno sencillo, con detalles en encaje, que incluso Pietro aprobó tras un largo silencio contemplativo.

Está bien. Es... casi perfecto. Como si una nube hubiera decidido enamorarse.

.

Durante los descansos, Garfield aprovechaba para ser el verdadero rey del departamento.

Se tumbaba en medio de las cajas con decoraciones, rodaba sobre las cintas de raso y una vez derribó una torre de velas aromáticas.

Pietro lo miró con horror.

Ese gato me odia.

—Solo odia tu sentido del orden —le respondí.

Pues su alma es caótica.

—Encaja bien con nosotros entonces.

.

Las semanas avanzaron y, poco a poco, el caos se volvió rutina.

El lago fue delimitado con guirnaldas, las luces se probaron, la carpa se levantó.

Pietro se convirtió, contra todo pronóstico, en una especie de amigo excéntrico.



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En el texto hay: romance y humor, muchos novios, romcom chiklit

Editado: 09.11.2025

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