Corazón Delator

Capítulo 1

16 días después, Mercedes pudo llegar a Austria. Había sido un viaje difícil y pesado. No era la única que había ido hacia Europa, familias enteras, muchas con una buena posición económica, también estaban a bordo del barco. La mayoría se dirigía a Italia, algunos hacia España, pero solo 5 personas, contándola a ella, desembarcaron en Austria.

Cargaba consigo, 2 maletas enormes y tenía algunas más, pero se aseguró que se las enviaran por correspondencia. No pensaba cargar tantas cosas ella sola, suficiente tenía con su bolso cargado y sus maletas.

Al tocar tierra, Mercedes vio a muchos soldados y estos no la pasaron por alto. Ella era preciosa, bien vestida con zapatos de tacón negro, vestido blanco de mangas cortas y un abrigo largo de color negro elegante, tanto que muchos se la quedaban viendo fijamente mientras distraída buscaba su documentación.

—¿Nombre? —pregunto toscamente el soldado que tomaba los datos de los pasajeros.

Mercedes quiso cuestionarlo, porque a la pareja que paso antes que ella solo le había sellado el pasaporte, pero se limitó a contestar.

—Mercedes.

—¿Apellido?

—D’Alessandro.

—¿De qué país viene?

—Argentina.

El soldado la observo fijamente con una sonrisa tirando de sus labios, a su espalda, sus compañeros miraban de la misma forma.

—¿Cómo es que habla el alemán?

—Por mi familia —entrecerró los ojos —. Fui toda mi vida a una escuela alemana en Buenos aires.

—¿A qué se dedica?

—Bibliotecaria —contesto, irritada —¿acaso quiere que le enseñe a leer o necesita anteojos para ver mi documentación?

Sus colegas se rieron fuertemente, la gente de la fila también, menos el soldado, que se sonrojo de enojo cuando termino de decir aquello. Con ademanes furiosos, le sello el pasaporte y se lo dio casi escupiendo fuego por los ojos.

—Bienvenida a Austria.

—Muchas gracias —le contesto, educada y se apartó, para irse.

Los soldados la miraban caminar con sus dos maletas mientras iban en fila hacia el otro lado del puerto, pero ella no les prestó atención, tenía que tomar el tranvía para poder llegar a Mauthausen.

Mercedes se detuvo a observar el increíble y bonito paisaje que Viena tenía. Casas empotradas en las colinas, de hermosos colores brillantes, calles empedradas, tiendecitas rusticas donde la gente estaba sentada disfrutando del ocio y por supuesto las grandes banderas rojas con esvásticas.

La gente parecía seguir su vida normal, sin prestar atención a los edificios destruidos a su alrededor, ni a los miles de soldados que estaban patrullando las calles. Por suerte, Mercedes no iba a quedarse en la capital, sino en un pueblito a 3 horas de aquí. Lo suficiente lejos de las bombas aliadas.

El ferry que iba a llevarla, partía en 20 minutos, según lo que le había dicho la chica de la estación. Era algo sorprendente el no ver a hombres en ningún puesto de trabajo ordinario. Supo entender que todos los jóvenes estaban en el frente, solo los muy viejos para pelear se quedaron atrás.

Un soldado joven, de casi la misma edad que ella, quiso ayudarla a llevar las maletas para poder guardarlas. Amablemente, lo rechazo y se dirigió hacia allí por sus propios medios. Por lo que veía, en el ferry iban a estar los soldados, para poder cruzar el rio Danubio y desembarcar en la costa.

Observo la hora en su pequeño reloj de muñeca y soltó un suspiro al notar que son pasada las 10 de la mañana. Se sentía cansada, el cambio de horario la estaba afectando y tenía miedo de quedarse dormida las 3 horas de viaje que le quedaban por delante. Iba a matar el tiempo leyendo, así que saco de su bolso sus anteojos redondos y se los puso mientras esperaba en la fila para abordar.

Los soldados le tiraron unos cuantos besos cuando subió las escaleras del ferry, y también algunos cuantos silbidos. Las familias que iban sentadas la miraron con curiosidad cuando saco un libro y se puso a leer contra las barandas. El ferry iba muy lleno, tanto que se vio rodeada de los solados y casi apretada, si se podía decir, se escabullo de todos los cuerpos masculinos.

—¿Necesita algo, soldado? — interrogo a un joven chico de piel pálida y ojos azules que la miraba embobado.

Era solo un niño, no pasaría los 20 y se sonrojo cuando los ojos verdes de Mercedes se anclaron serios en su rostro. El chico aclaro la garganta y volteo la vista hacia otro lado. Sus compañeros se burlaron de él y, humillado, le dio la espalda a la chica, porque no podía irse a ningún lado, todos los espacios estaban llenos.

Mercedes se preguntó, mientras leía algo, si todos los chicos iban a la guerra. Y cuando hablaba de chicos hablaba de los que recién habían salido de la escuela. Al analizar los rostros de todos los hombres arriba del ferry, la mayoría no pasaba de los 20 años. ¿Qué clase de guerra era aquella? Estaban asesinando a toda una generación y nadie parecía importarle mucho.

Ella no sabía que tan profunda era la guerra de Europa, venia de un país donde no lo estaba y le sorprendía que la gente estuviera haciendo la vida normal. Las noticias, en Buenos aires, eran solamente de quien iba ganando, nada más. No informaban sobre las muertes, sobre el hambre, la desesperación y la tristeza. Solo importaba la victoria, no el costo.

—¿Puedo preguntar a donde se dirige?

Un apuesto hombre se dirigió hacia ella. Era alto, rubio y de ojos chocolates. El uniforme que usaba no parecía al de los demás. Mercedes entendió que era un general.

—Hacia Mauthausen, señor.

—Me es peculiar su acento —entrecerró los ojos —. No es de por aquí, ¿verdad?

—No, soy de Argentina.

—Ah —agrando sus ojos, como quien encuentra algo preciado —. Hermoso país, tengo a mis abuelos allí.

Mercedes no supo que contestar, es más, ni siquiera quería hacerlo. Estaba tranquila hasta que él apareció. Por sus ojos, se notaba la lujuria correr y eso a ella no le gustaba.



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En el texto hay: nazis, guerra, historica

Editado: 25.10.2021

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