Klaus resoplo molesto por tercera vez.
Estaba escondido entre los grandes y fríos arboles del bosque. Entre la oscuridad que brindaba la noche, Klaus mentalmente se preguntó si no había sido engañado por Mercedes.
Solo había traído consigo a 4 de sus hombres más fieles. No era alguien confiara en todo el mundo, ni siquiera quería transmitir confianza, pero luego de la advertencia de que aquella pelinegra le haya dicho, tuvo que aceptar la ayuda de sus soldados.
Él estaba entre 2 árboles gruesos y altos, ocultándolo de todos, pero le garantizaba una vista panorámica de casi todas las direcciones posibles. Podía ver, si se concentraba, como sus hombres estaban en una esquina alejados de él por un par de metros y en silencio para no ser vistos.
El clima era frio y algo de rocío caía sobre su cuerpo. Debían ser las 4 de la madrugada, la última luz del pueblo se había apagado a las 3 y Klaus había salido de la casa 10 minutos después acompañado de sus hombres. Nadie había aparecido, ni siquiera algún animal salvaje y el enojo de Klaus aumento al escuchar la risa de Mercedes, burlona y malvada, en su mente. Si nadie venia en 20 minutos iría hasta su habitación y…
Una rama se rompió a su izquierda.
Se quedó completamente inmóvil y luego de un segundo, una figura masculina surgió de las sombras, encapuchado y bien abrigado.
Era el heredero de la casa Herzog. El señor de la casa, Anton Herzog en persona y no venía solo pues luego de un par de minutos, otra figura masculina, más grande y alta, se unió a él en el medio del bosque. Bertram Graf, el heredero de la casa Graf. Los hombres iban cubiertos de pies a cabeza que casi no reconoció sus rostros.
—Has cambiado la hora —Dijo Bertram.
—Mis disculpas, Helga me ha retenido lo más que pudo —negó con la cabeza —. La próxima vez tú pondrás el horario que te convenga.
¿Así que habrá otra vez?, pensó Klaus mientras los observaba fijamente.
—No creo que podamos seguir más así —contesto Bertram, enojado —. No podemos esconder esto más tiempo.
—Haremos lo que sea necesario —refuto, tranquilo —. Nadie sospecha nada.
—Eso es algo de lo que no estás seguro —dijo —. Ya han notado la falta, ¿Cuánto tiempo crees que podemos sostener esto?
Klaus contuvo el aliento, ansioso por escuchar la respuesta, pero Anton no contesto de inmediato. Parecía ser que las palabras de Bertram habían dado en el clavo.
—Ya te dije que tengo todo bajo control —siguió diciendo, confiado —. Tengo alguien que trabajando para mí.
— ¿De quién estás hablando? —pregunto, confundido —. ¡Se lo ha contado a otra persona, Anton! Teníamos un trato.
— ¡Baja la voz! —grito este, enojado —. El comandante Bühler nos cuidara, hice un trato con él y…
Klaus no se quedó quieto cuando escucho el apellido de Josef. Se levantó y salió de su escondite, empuñando alto el arma hacia los dos hombres que se sorprendieron con miedo al verlo llegar.
¡Ese bastardo, pensó para sí, me ha estado mintiendo todo este tiempo!
—Ahora—dijo, casi a gruñendo —, van a empezar a darme una buena razón para no meterles un tiro a cada uno por traición a la patria —los soldados se arrimaron más cerca, cortándoles la posibilidad de salir corriendo —. Todavía estoy pensando si dejarlos tirados aquí como dos animales o llevarlos a interrogación. Las dos terminan de mala manera.
Ambos hombres temblaron de pies a cabeza. Habían escuchado que el comandante Heubeck era… un hombre duro. No solo por su cara seria cuando se paseaba por el pueblo, sino por su temperamento insensible en el campo de batalla y en los trabajos que le encargaban. Klaus Heubeck era el hombre que los altos mandos mandaban a llamar para ganar en el campo de batalla. Klaus nunca perdía. Nunca se le escapaba nada.
—Esto t-tiene una explicación, teniente —Anton tartamudeo, mirando el arma.
—Estoy esperando.
—El comandante Josef nos propuso un trato —continuo, ahora mirándolo a los ojos —. En cambio, ha recibido su parte.
— ¿Su parte? —cuestiono, asqueado —. Eso significa que lo has sobornado con dinero sucio, en plena guerra y con el pueblo invadido por extraños, ¿y tú le has dado un soborno a un comandante de las SS?
Ahora que él lo decía de esa forma, los dos hombres habían caído en cuanta en cuan grabe era la situación.
—Capitán, yo no estoy enterado de nada —Bertram se desprendió —. Me he enterado recién hace segundos.
—Y aun así, ambos están ocultando algo —dio un paso hacia adelante, intimidante —. Nada tapa el hecho de que han estado reteniendo información importante para el tercer Reich.
— ¡Es un mal entendido, teniente! —agrego rápidamente Anton —. No hemos ocultado ninguna información útil para que atrape a los culpables. Hemos cometido otra injuria y lo juramos ante dios y el führer que estamos arrepentidos. Debe creernos, nuestras casas nunca conspirarían contra el…
—Eso no quita el hecho de que estar en medio de la noche, en un bosque, solos y mucho menos haber admitido sobornar a un miembro del régimen tan importante como lo es el comandante Josef —irritado, escupió en el suelo —. Me dirán ya mismo que es lo que han estado ocultando y porque Josef ha aceptado cubrirles las espaldas.
Los dos hombres se miraron entre sí, pálidos hasta no más poder y, luego de un par de segundos de tención y silencio, decidieron contar la verdad.
Klaus hasta este punto, no estaba enojado del todo, pero cuando dejaron salir todo, no pudo contenerse y exploto.
No era un hombre de emociones explosivas. Era, a diferencia de muchos otros, alguien frio de sentimientos y más a la hora de actuar, lo tomaba con mucha calma. No se permitía a si mismo perder el control, muy pocas veces lo había hecho y hoy, después de tanto, se dejó llevar.
Mientras esperaba con sus soldados en la parte oeste del asentamiento de soldado, a la espera de Josef, se preguntó a si mismo si la irritación era porque se habían burlado en su propia cara o porque ella lo había descubierto antes que él.